Por qué Samuel Robinson/Simón Rodríguez frente a una humanidad amenazada

Vea, doctor… el hombre más alumbrado que tenemos es el farolero de la ciudad. Enciende y apaga quinientas mil velas al año. Hasta él sabe que el porvenir es nuestro pasado”.

El doctor Gaspar Rodríguez de Francia en Yo, el Supremo de Augusto Roa Bastos

La audacia debe salvarnos. Lo que parezca a V.S. temerario es lo mejor, pues la temeridad en el día es prudencia”.

Simón Bolívar a Carlos Soublette, 1816

Situada la humanidad al borde de un tiempo histórico, cuya línea divisoria es la capacidad de supervivencia o la deriva sin freno, para Venezuela no ha sido extraña la noción de estar operando por adelantado en los bordes de un vacío de coordenadas concretas que la costumbre política y reflexiva solía prefijar como rumbo.

El segmento del mundo que venía sosteniendo la ilusión de prosperidad y estabilidad perpetua, se ha resquebrajado sin reparo. Esto ya venía cobrando forma anticipada en Venezuela, así como en el resto de los territorios donde las campañas de estrangulamiento, perpetrada por Estados Unidos, el actual epicentro de la crisis, constata que es ahí donde se encuentra el conflicto fundamental de la imaginación política.

La principal paradoja de nuestro tiempo es que las preguntas que hoy asolan a los centros de poder comienzan a ser respondidas precisamente ahí donde la guerra genera destrucción. Tan apocalíptico como misterioso, en el lugar donde las ideas y rutas de salida intentan ser suprimidas están naciendo las cartillas de dirección para un planeta en su mayoría desorientado y, cada vez más, carente de asideros.

En el caso particular venezolano, por un poco más de siete años se ha podido superar el punto muerto con un conjunto de acciones y adaptaciones defensivas que lograron dar pasos hacia lo desconocido, ladeando el colapso, la realineación geopolítica y la reconquista. Este paso ha generado que las costumbres de paz choquen con las que han emergido en tiempo de guerra y que, a pesar de lo que se dice en la superficie, la deriva resultante del esquema de agresiones no tenga el éxito suficiente para suprimir a la nación su espíritu ni las arterias humanas que le confieren vida y sentido.

Pero así como llegamos a este punto vivos y capaces de seguir viviendo, la prefiguración de marchar ahora hacia un horizonte nombrable, a establecer una carta de navegación, es indiscutible que para ello se necesitan nuevos instrumentos intelectuales y analíticos. El futuro pide que se den esos pasos y para eso solo tenemos la certidumbre de nuestro pasado, reciente, antiguo, siempre en presente.

Si en los últimos veinte años logramos sacar de la mudez y la postergación el pasado amplio, en este momento esa memoria es capaz de suministrarnos una guía firme. A nuestro auxilio viene una vez más la “corriente cálida” del pensamiento venezolano; y dentro del mismo, el gran motor todavía no adoptado con justicia de las ideas robinsonianas como ruta para establecer el método por el cual la propia energía del país le dé cauce a la herencia discontinua de nuestra propia vía hacia la supervivencia y la dignidad.

En un planeta en el que lo más marcadamente local se anuda con los aspectos más globalizantes, ahí donde se cruza el crecimiento de la semilla y la mirada del satélite, en ese exacto punto intermedio, comenzaremos a re-adoptar una ruta metodológica que le dé permanencia a lo que ahora está más cerca del instinto, pero que con la necesidad de renovar el abordaje al actual estado de las cosas irá adquiriendo nombre y sustancia.

Así, nos dice Simón Rodríguez-Samuel Robinson que es un

“Estado de cosas

lo que unas circunstancias piden, i otras permiten que se haga

modo de obrar en ellas

i medios que han de proteger la acción”.

Pero esta situación, este “estado de las cosas”, empleando los instrumentos habituales es cacofonía, desorden, variables impredecibles que requieren de un anclaje básico para irlos abordando y otorgándoles sentido. Para eso mismo

“el principio de los principios es. . .

CONSULTAR LAS CIRCUNSTANCIAS

i la condición para acertar en todo es. . .

APROVECHAR DE LAS CIRCUNSTANCIAS:

en no consultarlas se aventura el suceso —no aprovechar de ellas, es lo que

hasta los niños llaman. . . perder la ocasión“.

Hasta ahora, la costumbre ha dado precisamente la posibilidad de impedir que los sucesos se precipiten por sí mismos y sean objeto de manipulación total de los intereses concentrados en las naciones bajo terrorismo económico, pero el sentido de ocasión para encabalgarlo (o perderlo desembocado) ya no radica únicamente en un juego inconsecuente perfectible en un próximo ciclo, sino el fin de la vida, la libertad y la independencia tal como se ha podido preservar hasta este día, a pesar de todo.

Para Rodríguez “el tiempo es el lugar de la acción”, y dentro de ese lugar —las circunstancias, signadas por el movimiento irrefrenable de un devenir— nos dicen que

“Nada interesa en el mundo sino por el movimiento,

y no hay movimiento que no esté sujeto a las circunstancias”.

“No se da el nombre de Circunstancias a las cosas porque están en torno a otras, sino porque Influyen por sus propiedades. ¡Cuánto no hay que pensar para entender bien lo que significa la palabra circunstancia! ¡Cuántos bienes no dejan de hacerse por no consultarlas! ¡Cuántos yerros no se cometen por despreciarlas!

          El principio de los principios es:

          Consultar las Circunstancias. Y la condición para acertar en todo es Aprovechar las Circunstancias”[1].

Las circunstancias están signadas por la necesidad, y la necesidad es producto de la interpretación de las circunstancias. Para Rodríguez, para nosotros, la tensión esencial que produce incidencia sobre ellas se basa en la dialéctica entre la necesidad y el proyecto. Por necesidad, el contrapunto entre lo ausente y lo vigente; y por proyecto, la República. Y siendo la República (todos los asuntos públicos, comunes) la cristalización en ley de un producto de costumbres, estas últimas resultado de lo que la instrucción (educación/conocimiento) le imprimen al alma de una sociedad.

Planteado sobre este panorama, lo que las costumbres ideológicas y conceptuales nos han ofrecido hasta ahora es, felizmente, insuficiencia y afirmación de que las ideas que antes moldearon con precisión el abordaje de las circunstancias, en un mundo donde su función se torna exigua, es que su conocimiento y reproducción rayana en lo servil marcan el rumbo a una calle ciega.

“Efectos de la instrucción:

Escójanse entre los métodos i modos de enseñar los más jeneralmente aprobados; los que parezcan más racionales; tómese de cada uno lo mejor para componer uno solo; pero si se descubre en ellos especulación mercantil, o el deseo de amontonar conocimientos, o el proyecto de ahorrar gastos i tiempo i trabajo, a costa de lo que se aprende,

Dígase:

“La instrucción pública, en el siglo 19, pide mucha filosofía:

“El interés general está clamando por una REFORMA,

i … la América!!

está llamada, por las circunstancias, a emprenderla.

Atrevida paradoja parecerá…

no importa:

los acontecimientos irán probando que es una verdad mui obvia:

la América no debe imitar servilmente, sino ser ORIJINAL”.

Este llamado, combinado con la premisa metodológica de la consulta esencial a las circunstancias (todo lo que compone dentro de un instante la experiencia y el cúmulo de lo histórico en las situaciones cotidianas y elementales) invoca lo original. Y Robinson aludirá a la América y al siglo XIX, pero este llamado sencillo también es global. Para Occidente ahora todo es “post-ideológico” y no podemos caer en la trampa de que lo original parte, como relámpago en cielo abierto, desde una nada indómita como cualquier otra mercancía sujeta a los estímulos primarios que exige el mercado. Por el contrario, la revisita al sedimento que nos ha hecho tener orígenes, y que no deja de ser el gran árbitro entre costumbres y circunstancias, indica que la consulta a las fuentes del origen invoca un cuerpo conceptual que siempre ha estado más en el más acá que en el más allá de las ideas custodiadas por su propia seguridad. De nada sirve un lugar seguro cuando afuera todo está en vértigo y pide un lenguaje común.

Visto así, amén de que el rumbo del futuro se encuentra vigilado por la presencia de nuestro pasado (transitividad pura), sus propiedades para influir sobre la vida en la producción del lugar de pensamiento que exige la situación, las heridas de la guerra también signan cómo las costumbres han sido modificadas estableciendo su propio llamado al abordaje; a la ya patente voluntad de adaptación a las circunstancias en el ámbito cerrado de lo individual y familiar, el cuerpo metodológico que lo acompañe, darle nombre al camino. De lo contrario es la vacilación, la burbuja de los conceptos a priori, el canon de la izquierda reaccionaria y la derecha linchadora, ambas incapaces de aceptar su terror a los bordes, queriendo aparcelar la amenaza de esclavitud a sus visiones exclusivas.

Robinson invoca que “el interés general está clamando por una reforma”, y reforma, para Robinson-Rodríguez, es “volver a dar formación”. Volver a dar forma implica modificar los principios por los cuales se producen nuevos movimientos que mantengan la tensión y dirección entre necesidad y proyecto. Principios aquí deben entenderse como premisas, tal como se plantea en la convención del análisis científico. Crear formas que se adapten al movimiento, que el movimiento en sí a su vez produzca el conocimiento de la circunstancia. Que esto nutra al proyecto, basado en la necesidad, y que esto, vía la instrucción/reflexión/ejercicio del pensamiento genere costumbres, es revolución. Para Simón Rodríguez reforma es revolución. Y revolución no es ruptura total sobre un vacío, sino sobre las herramientas que suministra nuestro propio origen. Es decir, nuestro propio pensamiento original.

En este documento, entonces, la definición base de lo original, aunado a su premisa metodológica de análisis sobre las circunstancias para alcanzar la ocasión (nuestra última oportunidad), al pensamiento original le asisten siete caminos, siete líneas de investigación de trazo grueso que pueden distribuirse en siete campos conceptuales: memoria, guerra, imperio, multipolaridad, modelo, ideología y territorio.

Un breve examen sobre estas ideas-fuerzas asentará cada vez más nuestra cartilla de navegación en tiempos de tormenta.

1. Memoria

El presente en su relación de movimiento y totalidad se manifiesta como resultado de un proceso histórico causal (podemos también llamarlo “relaciones de producción”: todo lo dado, lo realmente existente y las ideas que le dan contorno) cristalizado en instituciones, hábitos (que dominan el cuerpo), y costumbres (que dominan la mente). 

Esta premisa metodológica conlleva a preguntarnos o pensar las cosas, no solo por causas, también por principios, en suma, por la historicidad de las circunstancias. A esto lo podemos llamar Memoria, y aunque Simón Rodríguez no emplee esta categoría tal como nosotros la usamos, la comprensión de esta palabra no tiene simplemente una acepción positiva, y no se fundamenta nuestra memoria únicamente en hechos positivos. Operamos, cuando se admite su lugar, sobre una memoria negativa así como desde la tensión que ha producido hasta ahora la custodia de los elementos virtuosos de la memoria que sacan del tráfago, del olvido y la anomia (la ruptura total del individuo con su entorno), para establecerle cotos defensivos al transcurrir que hoy en día nubla el acopio de nuestro pasado, capaz de hacerle frente a la mudez del presente.

Estrategias de control de alcance global, deriva a falta de raíz sólida cultural de donde anclarse, vacío disolutivo de las relaciones humanas y ansiedad cultural serán síntomas de época en general y líneas maestras de una visión de mundo que tiene interesados en que así emerja, pero la ausencia de memoria es la base para no interiorizar los contrastes del momento histórico.

Al minar el sustrato de la memoria también se controla el proceso de producción de identidad. Plantear el antagonismo entre el avance destituyente de las nuevas formas político-culturales sobre una desmemoria estimulada es un factor estratégico y vigente a lo largo de todas las operaciones de cambio de régimen. La experiencia intelectual inmediata exige esa profundidad histórica porque sin ella todo se reduce a la calcificación de las ideas, al cómodo refugio de lo ideológico e intocable, a la comodidad desesperada.

Esto es consustancial a las coordenadas izquierda-derecha, y dados los últimos acontecimientos, con mayor acento en la primera de las dos. La elasticidad con la que en el centro entre ambas con los conceptos “derechos”, “libertad”, “valores liberales”, opera el esquema de la modernidad, su filosofía de progreso y su (optimista a la fuerza) horizonte temporal. Pero el mundo en covid ha extremado la distancia entre los valores abstractos y su base en lo sustancial. La brecha es enorme porque los pilares que lo sustentan están, cuando no destrozados, al borde de colapsar. Esa nueva tensión puso en su lugar la idea de “lo universal” de la cultura liberal como “un destello momentáneo de eurocentrismo”. Nunca como ahora el progreso ha sido más sinónimo de vaciado absoluto de claves culturales locales, suplantadas (por las vías que sean) por una fórmula troquelada de equivalencias y homologaciones del pensamiento sin relieves. Repetidas. Inmóviles. Solas y sin la compañía de algún destinatario real.

Este movimiento, detectado ya por otros países con el pasado como lección y como base (China, Rusia, Irán asumiéndose “estados civilizatorios”) tampoco es algo inesperado o sorpresivo, puesto que ha estado en movimiento por más de dos décadas. Pero más allá de esas zonas, la actual pendulación entre los extremos certifica la aceleración de este colapso conceptual que también se refleja en el ámbito de lo material.

La metáfora del ángel de la historia de Walter Benjamin nos sigue auxiliando: incapaz de ver hacia el futuro, fija la mirada en el pasado, avanza de espaldas y la ceguera con la que le es imposible ver hacia adelante hace que vea solo ruinas. Lo empuja un viento huracanado, ese huracán es el progreso que lo desplaza cuando ve las ruinas. Y esas ruinas son su advertencia.

Necesitamos ver en ambas direcciones, es lo que enseña la parábola del ángel. “La tradición de los oprimidos —dice Benjamin— nos enseña que la regla es el ‘estado de excepción’ en el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le corresponda”.

Y es en este punto de suspenso donde se debe tomar la decisión de producir ese lugar intelectual que habita entre la tensión del pasado y el futuro. Pero esa visión, para corregirse, no puede entenderse ya como algo “post-liberal”: el momento de ruptura es aún más profundo. Lo bolivariano, la evolución en vida del pensamiento robinsoniano y el jalonamiento del Comandante Chávez al presente (como si entendiera que sin mirar en ambas direcciones en simultáneo caería en la trampa del ángel de la historia) designan ese lugar del pensamiento que también tiene en su haber la interrupción como signo. Todo iba bien para el consenso neoliberal hasta que no lo fue.

Esto precisa de un acopio, un reconocimiento valorativo y la necesidad de fundación de un aparato orientador para la memoria nacional que señale una ruta que le dé sentido al presente, sin que la necesidad de resistir se aleje de la trascendencia histórica, porque además tenemos la fuerza del mito activo en la genética como carta de navegación para tiempos de tormenta y maremoto.

“No es tan difícil ver si las cosas o las acciones están en su orden, como lo es descubrir el fin con que las acciones concurren —prever los efectos de la concurrencia— y las consecuencias que pueden tener los efectos”.

“Mal Profeta sería el que esperase los acontecimientos, para predecirlos; aunque muchos tienen por Magos, en Política, a los que adivinan lo que ven… y por Visionarios, a los que aseguran que las cosas irían de otro modo si se procediese de otro modo con ellas[2]”.

La cohabitación con esta paradoja del devenir de un pueblo con tres caras (pasado y futuro contenido siempre en el presente) parece ser un atributo que en el centro transatlántico desapareció a costa de no ver en su espejo el verdadero origen no solo de su prosperidad, sino de su capacidad de hacer la guerra, que se remonta a la idea de que la salvación de los salvajes del sur (algo más que una definición geográfica) siempre ha pasado por la desposesión virtuosa de su destino, a manos de un norte global que hoy solo conserva el balbuceo.

Nosotros los entendemos a ellos mejor que ellos a sí mismos.

2. Guerra

A nuestras formas políticas y locales de abordar nuestros problemas les han impuesto los recursos líquidos y sin forma de la mundialización del capital, de la nueva guerra que mientras conserva la apariencia virtuosa cancela las vías políticas. Esto es un repertorio preestablecido, no hay milagro sobre el vacío o más sorpresa que las vías de adaptación a los golpes y las heridas de una forma de guerra basada en las diez mil puñaladas al cuerpo de todo lo que se resista a no ir en la dirección deseada por ellos. La voluntad de ese “ellos” sobre el “nosotros” está perfectamente registrada. Existe una documentación que es también evidencia del delito de librar una guerra sin declararla, el muchas veces denunciado genocidio en cámara lenta.

En Venezuela, hace siete años era innombrable por falta de costumbre, hoy en día no solo existe una claridad meridiana sobre su existencia, sus procedimientos y sus actores, sino que también ha quedado certificado públicamente en el intento acelerado que significa la campaña de “máxima presión” de la administración Trump y la creación fallida de un Estado paralelo. Hoy en día entendemos que el objetivo de estas guerras integrales es la destrucción a todo derecho a una normalidad. La normalidad que ellos sí tienen.

Su análisis ha sido un registro catastral madurado. Ahora queda asentada la premisa: pensar y entender esta guerra es el paso esencial para pelearla. Todo lo que pelea da señales de vida; todo ente administrador de energía es un sobreviviente. Ahora estamos ante la tarea pendiente de elevar lo acopiado de quienes decidieron ser nuestros enemigos, depredadores y maestros a formas socializables, equilibrar la experiencia con la teoría para disipar empirismos y construir una vía de comunicación pedagógica.

Para muchos, sentir y entender que estamos en medio de una guerra no convencional, velada, moviéndose entre las sombras, resulta un descubrimiento. Para otras no porque nunca existió la idea de convención de algo como forma de vida, puesto que siempre ha sido una normalidad desposeída. Saber que se está en guerra, según la teoría robinsoniana del conocimiento, amerita sentirla, sentirla lleva a entenderla, entenderla lleva a interesarse por defenderse y por comprender cómo pelearla. El interés lleva a pensar en la necesidad de ganarla y cómo hacer para ganarla. Ganar significa no morir.

“El modo de PENSAR se forma del modo de SENTIR. El de sentir del de PERCIBIR. Y el de percibir, de las Impresiones que hacen las cosas, modificadas por las Ideas que nos dan de ellas los que NOS ENSEÑAN”[3].

Veamos un ejemplo robinsoniano de los aspectos a considerar en el examen de un objeto cualquiera (la guerra).

  1. sobre el Aspecto del objeto (FISIONÓMICAS)
  2. sobre sus Dimensiones (FISIOGRÁFICAS)
  3. sobre su Naturaleza (FISIOLÓGICAS)
  4. sobre su Aplicación (ECONÓMICAS)[4]

Si lo económico también es signo de costumbre, y la costumbre es el resultado del transcurrir y lo que se instruya sobre él, la guerra contra Venezuela, aunque se pudiera decir Siria, Cuba, Nicaragua, es una guerra contra lo que en la década ganada se entendía como rutina, normalidad, hábitos: costumbre.

Es la identificación del cómo la costumbre de la supervivencia como sociedad, entonces, es algo que ya existe, pero que urge ser nombrado de acuerdo a la circunstancia misma de la guerra. En este tiempo pelear una guerra, como el lenguaje, es un acto de traducción. Y traducción es aludir a lo que así sea de forma instintiva, pasar a la contraofensiva, es, entonces, previsión, y “[e]l mérito de los proyectos está en la PREVISIÓN = donde no hay previsión no hay MÉRITO”[5].

No podemos valernos del mantra y el sentido común gringo-europeo de hoy en día porque ya no existe y solo queda su vitrina sin fondo.

Mucho habrá asistido lo que ya Venezuela había acumulado, pero eso ha sido tanto como lo que Venezuela ha aprendido de los ciclos bélicos y sociales que ya cumplen una década en otras latitudes, donde se han visto obligados a crear modelos para que la pulsión planificada del cambio de régimen fracase.

Las preocupaciones “humanitarias” son un acto de guerra; la supresión irracional de los estados y las fronteras son un acto de guerra; la invasión hacia el centro de nuestra individualidad divorciándonos de nuestra propia sociedad como principio cardinal del cambio de régimen es un acto de guerra; el secuestro de nuestra propia voz y nuestra propia capacidad para resolver nuestros problemas es un acto de guerra.

El modelo de exportación de guerra híbrida es su modelo y su metafísica: nuestro derecho a la defensa también.

3. Modelo

América es Occidente y no lo es. Nunca participó de sus beneficios (mas sí de sus exigencias) salvo en el juego de las apariencias de los motores del progreso para los países del llamado capitalismo central (Amín). De hecho, es el “sentido común” de ese esquema post-ilustración el que produce la división centro-periferia, subordinación a la división internacional del trabajo y el constante condicionamiento histórico de acuerdo a las necesidades y pautas de los poderes centrales. América, como África, como Asia, está signada por esa subordinación. Y el norte del mundo ha podido constantemente salvarse de sí mismo a costa del sur. Los distintos saltos modélicos en lo económico y doctrinario de acuerdo a las necesidades de la colonia narran una versión específica de la historia: redundancias que adaptaban y flexibilizaban a los países de los que el norte ha dependido para la extracción.

Las riquezas en Venezuela, como en Nigeria, han vertebrado una dualidad paradójicamente indivisible entre estado y gobierno que subraya el papel de suministrador hacia afuera, intermediario hacia adentro y generador de riquezas. Tenemos la certeza de todos los modelos anteriores: de la Venezuela del contrabando a la del café, a la del petróleo, a la de la extracción de todos los recursos (físicos e intangibles) de urgencia de las primeras décadas del siglo XXI. La reflexión sobre el modelo venezolano antecede al chavismo, pero ha sido el chavismo el que ha superado con mayor fuerza muchas de las fatalidades tópicas e ilusorias sobre el destino de las naciones del sur, engatilladas en la pugna modélica, entre lo urgente y lo imponderable, para seguir creando el nuevo lugar nacional: circunstancia-necesidad-proyecto. Entre la parálisis de la banalidad del bien más lo correcto y aceptable para otros, y la violencia obscena con la que se intenta actualizar el esquema de desposesión general.

“Un estado soberano es la única institución capaz de actuar de una forma efectiva y relativamente organizada”, dice el reporte “Manteniendo la cordura en un mundo que se desmorona” del Club Valdai, escrito a varias manos y como continuación de un informe anterior de 2018 (“Viviendo en un mundo que se desmorona”), donde se abordan los grandes problemas del momento.

“Ni las corporaciones transnacionales —continúa el informe— ni las organizaciones internacionales o cualquier otro actor puede trabajar en la solución de un problema a escala universal mientras que también administra sus consecuencias, desde una economía congelada hasta el aseguramiento de que el orden sea respetado en las calles. Es al estado al que la gente acude en tiempos de crisis, esperando de él que cumpla su misión de proveerles de seguridad y bienestar. De hecho, no tienen más a dónde ir”.

Coincidiendo con dicha observación, y siendo Venezuela una demostración palmaria    (así se haga un mayor esfuerzo por negarlo), las estructuras locales de Gobierno y administración, que en su relación con el mundo se entienden como “lo internacional”, se enfrentan a estructuras flexibles y líquidas, “lo global”, carentes de contornos manifiestos e incapaces de sustituir al máximo árbitro frente al caos de un territorio. Visto así, soberanía e independencia no son automáticamente consustanciales en este momento a la idea de internacionalismo sin fronteras o sin punto de origen preciso y determinado. La horma modélica del estado-nación sigue siendo la única estructura realmente existente contra la disolución definitiva y el principal instrumento proveedor de formas políticas para resistirlas.

Si en alguna dirección debe apuntar la reforma robinsoniana es, precisamente, a la interpelación dentro de ese marco de supervivencia para que la reprogramación del GPS de las costumbres siga produciendo el puente con la apuesta multipolar frente a las señales del colapso de lo que desde lo unipolar hoy cierra su ciclo.

Volvamos a la aproximación robinsoniana, partiendo de la urgencia de la sintonía por una apuesta modélica: “No hay reunión de hombres sin un fin: el fin es satisfacer necesidades… Indispensables, Facticias o Ficticias[6].

“La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica]”, sostiene Karl Marx en su octava tesis sobre Feuerbach. Si “el mundo es todo lo que acontece”, diría Wittgenstein, el misticismo se conjura sobre la realidad de lo que los hechos han enseñado y que el tiempo lo resguarda. Y su medida es cuánto se ha logrado frenar la muerte generalizada.

Para El Libertador el tiempo “obra prodigios”, pero para Robinson es “maestro en desengaños”: la apuesta multipolar tiene como punto de partida las imperfecciones estructurales del orden internacional y la necesidad de que lo que emerja se traduzca en un sistema abierto capaz de preservar la posibilidad de prosperidad mientras que esto obligue, además, a forzar la aparición de toda la potencia de lo humano que custodia la memoria, pero, sobre todo, su carga negativa: su capacidad de desengaño ante el riesgo del misticismo. La multipolaridad desde Venezuela se entiende como la noción de lo concreto, que al custodiar la vida en sociedad sea capaz de dar el primer paso en conferirle las ideas que lo acompañarán: la creación de un modelo con el mínimo de inmunización que confiere el fracaso y la memoria negativa en un cuadro apocalíptico, el modelo del adentro y el afuera de la cuestión nacional.

4. Multipolaridad: el equilibrio del universo[7]

El fin de la ilusión de universalidad y progreso en línea recta puede que esté provocando vacíos tectónicos en Occidente, pero eso no ha impedido el desplazamiento de la energía a las nuevas apuestas de orden mundial y arquitectura legislativa internacional. En oposición a la tensión en Estados Unidos y Europa sobre la mirada globalista y la oposición nacionalista conservadora como un antagonismo paralizado, tenemos un acoplamiento y el inicio de calibrado de un punto de equilibrio entre lo global y lo nacional, sobre soberanía y comercio, sobre desarrollo y entorno de competencia cooperativa.

Refiriéndose a la potencia de lo que hoy se entiende como Centroamérica, decía un joven y derrotado Bolívar, en Jamaica, buscando financiar un nuevo intento de acción militar: “Los estados del istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizá una asociación. Esta magnífica posición entre los dos grandes mares podrá ser con el tiempo el emporio del universo; sus canales acortarán las distancias del mundo; estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo”[8]

En otra de la serie de cartas que escribe en su exilio en Jamaica, para el momento bajo dominio británico, en este caso al comerciante Maxwell Hynslop, profundiza en la precisión de las formas para esa idea: “Ventajas tan excesivas pueden ser obtenidas por los más débiles medios: veinte o treinta mil fusiles, un millón de libras esterlinas; quince o veinte buques de guerra; municiones, algunos agentes y los voluntarios militares que quieran seguir las banderas americanas; he aquí cuanto se necesita para dar la libertad a la mitad del mundo y poner al universo en equilibrio”.

Las nuevas Rutas de la Seda como anuncio de lo concreto, en oposición a la peligrosa deriva del Gran Reset que buscan precipitar, o la unipolaridad esquizoide del Departamento de Estado de hoy en día, resume la pugna del llamado juego de los grandes poderes.

Narrar este momento implica constatar la parálisis de Occidente y la superación dialéctica de ambos focos en el orden emergente, donde Venezuela está jugando un papel crítico en su expansión hemisférica. Viene a nuestro auxilio la potente metáfora del Libertador del “equilibrio universal” y lo poco con lo que Venezuela es capaz de poner su baza en el juego en este sentido, incluso a pesar de las sanciones y la asfixia, recordando, junto al Libertador, que es poco lo que hace falta para este país alcanzar ese equilibrio.

“¡¡¡PAZ Y ATENCIÓN!!!

¡AMERICANOS!

                     Sin la primera no os entendéis

                     Sin la segunda ¡ os sorprenden”.

A imitación de los cretenses: ahogad vuestros resentimientos, moderad vuestras pretensiones, reunid vuestras fuerzas contra el enemigo común, y no penséis sino en defenderos.

Borren las divisiones territoriales de la administración Colonial y no reconozcan otros límites que los del Océano.

                                             SEAN AMIGAS, SI QUIEREN SER LIBRES”[9]

Producir pilares desde nuestra región para ese sistema emergente, entendiendo que sistema es “un conjunto de agentes, obrando de acuerdo para producir un solo efecto, y si el sistema es artificial… un efecto determinado[10]”, en el siglo XXI tiene una base visible.

Si la mirada de las circunstancias, a la luz de los movimientos multipolares, presenta ocasión la pugna es para que el suceso en cuestión no nos aventure, sino, por el contrario, aventurarnos nosotros a dicha ocasión. El lugar exacto de América en la multipolaridad no existe en tanto que no termine de nombrarse contundentemente en ese mosaico del desarrollo, sobre el plan que mejor se aproxima al beneficio mutuo.

5. Imperio

Desde nuestro lugar se ha insistido mucho en este punto: es cosa sabida qué puede pasar de ser exitosa una operación de cambio de régimen en estos días, el mejor ejemplo de esta afirmación trágicamente lo ofrece el golpe en Bolivia a finales de 2019. Pero ahí donde no ha triunfado una operación de este tipo no se sabe qué viene después, hay una respuesta en proceso en varios puntos del globo a la vez. Solo se sabe que una evaluación al actual estado del imperio y el imperialismo arroja claves en apariencia impensables o sorpresivas por su grado de autodestrucción a quienes no han puesto atención a los movimientos, todos, que de ahí provienen.

Estados Unidos hoy es la corporeización más clara del colapso (sin todavía saber la dirección que termine de tomar), de este imperio que puede estar centralizado físicamente en Estados Unidos, pero que tiene infinitas ramificaciones no-nacionales, no-soberanas y no-estatales en el mundo. Podrán existir fuerzas y recursos, pero el pasar a tomar el estatuto de epicentro de la pandemia y la crisis social en todas sus variables (aceleradas, de nuevo, por el propio covid) acentúan las claves que pudieran quitarle oscuridad al rumbo incierto, y, en consecuencia, los modos de anticiparse a una caída que podrá hacer tanto daño en el mundo como el que ha hecho conscientemente.

Este documento de trabajo se escribe a pocos días de la jornada de elecciones presidenciales en Estados Unidos y se hace público seis días antes de la fecha, 3 de noviembre de 2020, y por lo tanto se encuentra incapacitado para tomar su resultado como punto de apoyo para esta afirmación, pero no por eso se desestiman con claridad todas las señales que apuntan a un punto de inflexión mediante el cual la propia viabilidad de ese imperio a mediano plazo está más que en juego.

Las conflictivas fuerzas concéntricas que emanan, sobre todo en este atribulado 2020, sobre un panorama de corte prácticamente milenarista (de fin de mundo) y maniqueo (el bien versus el mal) donde las partes confrontadas se asumen como el bien absoluto en pugna cósmica contra el mal (tal como se ven los dos campos más explícitos de la pugna: el país rojo-republicano y el azul-demócrata) difícilmente modificarán el rumbo hacia la incertidumbre más volátil posible.

El esfuerzo enorme por promoverse ambos campos como preservadores de la normalidad no hacen más que acentuar el estado de alarma, desesperación y deriva, así como la incapacidad de reinvención de la que ninguna de las dos facciones dentro del imperio se escapan. Esta instancia está actuando en el borde mismo del ejercicio de la imaginación, por lo que la preparación sobre un actor a estas alturas, harto conocido para Venezuela, vuelve a situar el examen de las circunstancias como vía de actuación sobre lo incierto.

“La sabiduría de la Europa

y la prosperidad de los Estados Unidos

son dos enemigos de la libertad de pensar en América.

Nada quieren las nuevas repúblicas admitir,

que no traiga el pase del Oriente o del Norte

—Imiten la originalidad, ya que tratan de imitar todo―”[11].

Si por imitación llegamos hasta cierto punto, de aquí en adelante el rostro multifacético de la opresión y de sus agentes lo examinaremos a partir de sus evidencias, pero también de su parte inconfesada y solo digerible para ellos.

La idea de patria en este lado del mundo, por ejemplo, está sujeta a lo que se avance o retroceda respecto a nuestra idea de integración y concierto de regiones mediados casi en su totalidad entre la visión de la nación continental, un sistema de repúblicas integradas desde la visión bolivariana oponiéndose a la visión panamericana: un conjunto de pequeños países balcanizados en una veintena de estados bajo tutelaje, incapaz de resolver su propio instinto de unidad por la fuerza de la Doctrina Monroe y su urgencia porque así permanezcan las cosas: con una América bolivariana postergada, que sin embargo advierten incorruptible y pertinaz en su emergencia, como el espíritu de cohesión propio y necesario, fundamento y horizonte de estos pueblos.

Logrando adelantarse casi un siglo al ciclo de descolonizaciones de África, Asia y Oceanía, la propia supervivencia de esa idea certifica su fuerza e inmanencia, pero también convoca a crear su interfaz con el resto del Sur Global.

6. Ideología

Producir ideología, pero desde el sentido contrario. Al menos en tanto edificio cultural que, sí, se va consolidando desde el poder. Tal como lo entendía Marx y no como un repertorio a priori para condicionar el abordaje de la realidad y el presente histórico. Ideología en este momento debe ser también equivalente en darle el impulso que ya existe en lo espiritual sobre los imponderables de ahora como soberanía, independencia, necesidad de preservar el estado-nación, identidad o construcción de vehículo en el horizonte filosófico que ofrecen estas claves pasadas que no sólo por la interrupción, sino por su potencia, son futuras.

El termino “Ideología” en el tiempo de Simón Rodríguez significaba “Teoría de las Ideas” (Destut de Tracy, Condillac). Una Teoría del Conocimiento, aunque el interés de los ideólogos se dirigía más hacia su aplicación práctica en una reeducación del ser humano para hacer que este pudiese descubrir y eliminar de su pensamiento los “prejuicios” que nublaban su razón; prejuicios sociales, religiosos. La connotación negativa de la ideología entendida como ideas sin conexión con la realidad es de Napoleón: “esa ciencia oscura”. Bonaparte se refería a los ideólogos como intérpretes de una realidad que desconocen. Según Napoléon ―quien hablaba en términos de realismo político― los ideólogos proponen soluciones para la sociedad desde planos ideales, soluciones irreales, irrealizables. De esta apreciación sobre la forma ideal de pensar de los ideólogos aparece el termino ideología como reflejo de un pensamiento acusado de estar desconectado de la realidad y en suma, incompleto. Marx luego nos enseña que el cuadrante faltante lo suministran los elementos de la realidad concreta (lucha de clases, pugna entre trabajo y mercancía, entre fuerza de trabajo y valor) para darle sentido a un grupo de ideas consolidadas.

Pero la cerrazón doctrinaria de lo ideológico también ha sido padre del dogma y hoy en día constatamos que toda apelación automática a un cuerpo de ideas no alude a puertos de anclaje, sino a la erosión de las instituciones del día de hoy que mantienen la violencia sistemática de quienes propugnan la preservación de este estado de las cosas, así sea necesario, a lo Gatopardo, “cambiarlo todo para que todo quede igual”.

Frente al tartamudeo de los lugares seguros, la gramática de la acción: el horizonte del modelo y por lo tanto del proyecto:

“El modo de PENSAR se forma del modo de SENTIR. El de sentir del de PERCIBIR. Y el de percibir, de las Impresiones que hacen las cosas, modificadas por las Ideas que nos dan de ellas los que NOS ENSEÑAN”[12].

Conviene recordar que más hace temblar (y odiar) al sistema de opresión el vocablo “Bolívar” que el centralismo democrático.

7. Territorio

La mirada hacia adentro, “la colonización [física, intelectual y espiritual] del territorio por sus propios habitantes” siempre será el primer paso para disipar la incertidumbre y confrontar las necesidades de lo interno con lo que transcurre desde el exterior.

No hay manera de traducir el mundo fuera de las fronteras sin tener como compás la integralidad del territorio como medio, instrumento y fuente de todo. Y en el centro de la fuente de todo orden, modelo y noción de identidad, se encuentra la tierra. No hay destino alguno de un pueblo que no pase por la tierra.

La excepcionalización del territorio mediante los recursos híbridos de las nuevas guerras ha supuesto que el reflejo concreto de las abstracciones y modos de representar con los que se revisten los actos de fuerzas indiquen que la primera circunstancia, la que rige a las demás, se sitúa en la lógica del mínimo común múltiplo que atraviesan las nociones de suelo, abundancia, escasez, economía, producción. La vida campesina es la primera línea de defensa de cualquier lugar.

La producción de lo intangible solo tiene sentido desde la modificación del entorno, el suelo y sus tópicos fundamentales concretos. La tierra es la unidad mínima del estado social y el lugar de donde nace la seguridad, la vida, la libertad al igual que sus antagonistas: lo incierto, lo vulnerable y la muerte.

El territorio, siendo este las personas y los demás componentes que conforman a un ecosistema, es el lugar de la raíz y donde memoria, modelo, ideología, guerra, orden internacional e imperio mejor se entienden: es el ámbito desde donde se dan sus frutos. Y en este punto partimos de una deuda:

“La mayor FATALIDAD del hombre

en ESTADO SOCIAL

es no TENER con sus semejantes

un COMÚN SENTIR

de lo que conviene a todos”[13].

Se parte de la constante invocación de la necesidad de producir como la ruta de salida del atolladero de la crisis, pero así se invoque hasta el agotamiento estamos partiendo de una deuda sobre la re-visita a las claves que hoy en día arroja el territorio en sus formas de preservar la ética que los vincula la mirada a las cicatrices de la guerra (con todas sus ramificaciones), los fenómenos que entre lo asentado y lo nuevo producen en materia de relaciones de propiedad, sentido, destino y pertenencia.

Y todo sigue estando ahí, en marcha irrefrenable por el día a día, sin ser consultado por un esquema de pensamiento que suministre la vía de abordaje o le permita desencadenar su propio (y desdeñado) sentido de originalidad.

Todos somos territorio, el campo, la vida agrícola, los montes nacionales y sus fuerzas nos dan la base. Gozamos además del beneficio de que esta aseveración ya fue demostrada desde la guiatura que nos ofreció el pensamiento-acción del Comandante Chávez, quien dejó en suspenso esa ruta hacia el alma nacional.

La comprobación de su eficacia es proporcional a los esfuerzos de dislocamiento de las fuerzas externas por terminar de erosionar y fracturar la vertebración con la que el Estado gestiona fundamentalmente lo territorial.

Entre los amigos y los enemigos de Venezuela y su causa social existe ese consenso: todo lo que es origen se encuentra en las esferas vivas del territorio. Su abandono conceptual ha facilitado el facilismo de las ideas mistificadas y los intentos por consolidar un clima de inviabilidad de la apuesta chavista para retomar sus claves y fijar el rumbo hacia el control y manejo de nuestro destino, como primer paso para frenar al tren sin frenos de la deriva global.

José Martí, ese heredero genuino y directo de la causa bolivariana, viene en nuestro auxilio: “Los pueblos, como los hombres, no se curan del mal que les roe el hueso con menjurjes de última hora, ni con parches que les muden el color de la piel. A la sangre hay que ir, para que se cure la llaga. No hay que estar al remedio de un instante, que pasa con él, y deja viva y más sedienta la enfermedad. O se mete la mano en lo verdadero, y se le quema al hueso el mal, o es la cura impotente, que apenas remienda el dolor de un día, y luego deja suelta la desesperación. No ha de irse mirando como vengan a las consecuencias del problema, y fiar la vida, como un eunuco, al vaivén del azar: hombre es el que le sale al frente al problema, y no deja que otros le ganen el suelo en que ha de vivir y la libertad de que ha de aprovechar. Hombre es quien estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño, que se pasa la vida pastando ricamente y balándoles a las novias, y a la hora del viento sale perdido por la polvareda, con el sombrero de alas pulidas al cogote y los puños galanes a los tobillos, y mueren revueltos en la tempestad”.

Frente a la amenaza a la vida misma tal como se le conoce; frente a la incertidumbre y el agotamiento estéril del desencanto; frente a la falta de lenguaje para nombrar el momento a partir de lo dado hasta ahora; frente a la tempestad que muele los huesos de todo lo humanamente acopiado hasta ahora, tenemos un labrado punto de origen para pensar todo lo que aún, después de tanto y a pesar de todo, todavía queda por hacer. Tenemos la semilla y el satélite, nos toca ahora llenar el vacío que producen las circunstancias para dejar de andar a ciegas, como el ángel de la historia y su mirada fija sobre ruinas, para terminar de hacer que todos los fantasmas de este cuadro horroroso se disipen.

Este es el paso que damos en esa dirección. Esta es nuestra respuesta a las sanciones y al sadismo desbocado de la campaña de máxima presión.

Le damos vida a lo nuestro. Lo nuestro también es patrimonio común del pensamiento original de quienes dan un paso al frente, de los países del Sur Global que nos ha enseñado, devolviéndoles el favor y el auxilio para seguir existiendo.


REFERENCIAS
1 Simón Rodríguez. Critica de las Providencias del Gobierno. Lima (1843), Imprenta El Comercio, Edición facsimilar del Fondo Editorial El perro y la rana, Caracas, (2015), p. 11
2 Idem. Sociedades americanas. Caracas (1990), Ediciones de la Biblioteca Ayacucho, p. 48
3 Idem, S.A. Ayacucho 108.
4 Idem. Vincocaya, Arequipa (1830), Imprenta del gobierno, por Pedro Benavides, p. 2. Tomada del original conservado en la Biblioteca Nacional del Perú.
5 Idem. Sociedades Americanas en 1828, Lima (1842), Imprenta El Comercio, p. 25
6 Idem. Obra Completa. Caracas (2001), Ediciones de la Presidencia de la República, p. 227
7 A lo largo de toda su obra escrita, Simón Bolívar emplea constantemente la metáfora del universo para referirse en primer lugar al mundo (todavía sin forma clara) que iba emergiendo producto de la guerra en gran parte del sur del continente. Pero también al conjunto que implicaba ese lugar que nacía junto al concierto de las naciones e imperios de su época, confiriéndole un rango a la vez geopolítico y espiritual a esa visión en batalla. Sea en el plano del parte de guerra, el ejercicio diplomático, la palabra definitiva sobre una decisión o el carácter privado de la epístola, estableciendo una visión que al día de hoy compagina con precisión con la apuesta naciente producto de la guerra, pero en una escala aún mayor y en un planeta radicalmente más interconectado, denominada todavía sin contorno definitivo como el mundo multipolar.
8 Tal vez signo de su tiempo, o tal vez para no provocar alguna reacción en el lector que lo desviara de su propósito de persuadir financiamiento y recursos, El Libertador excluía al continente africano. Conviene entonces contrastar y recordar que ya desde 1812, todavía joven y bisoño, en todos sus textos canónicos invocaba y llamaba a sus compatriotas a ponerle fin a la institución de la esclavitud.
9 Simón Rodríguez, “Pródromo”. Sociedades Americanas en 1828, Chillan (1864), Imprenta Principal, p. 29
10 Idem. Obra Completa, Tomo I. Caracas (2001), Ediciones de la Presidencia de la República, p. 248
11 Idem. Luces y Virtudes Sociales, Concepción, Chile (1834), Imprenta del Instituto, p. 72
12 Idem, S.A. Ayacucho 108
13 Rodríguez, Simón. Sociedades americanas en 1828, 4ta parte, Luces y virtudes sociales, Valparaíso (1840), pp. 60-61
AUTORES
Diego Sequera

Gustavo Borges Revilla

Nelson Chávez

Jorge Arreaza Montserrat

William Serafino
ASOCIADO