Extracción de guano en una isla cercana a la costa de Perú

EE.UU. contra Venezuela, las raíces históricas del conflicto: Isla de Aves (I)

“Parece que son las cimas de hileras de cordilleras que estuvieron en pasadas épocas, paralelas a las cordilleras costaneras de Venezuela, las cuales fueron sumergidas por un cataclismo geológico”.

Arístides Rojas

“Gracias al salitre y al guano, que yacían en las costas del Pacífico casi al alcance de los barcos que venían a buscarlos, el fantasma del hambre se alejó de Europa”.

Eduardo Galeano

“La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado”.

Marc Bloch

NOTA INTRODUCTORIA

Este trabajo constituye la primera entrega de un seriado de investigación que se propone indagar en las raíces históricas de un conflicto que marca nuestra actualidad como nación venezolana: el asedio del imperio estadounidense. Se enmarca en una perspectiva amplia que busca construir un hilo histórico de interpretación y reflexión sobre un largo trayecto a veces enmudecido, con varios puntos ciegos, donde el olvido amenaza romper la conexión con un pasado marcado por disputas, presiones y controversias que condicionan nuestro presente nacional. Aunque en principio se busca replantear algunos episodios históricos determinantes, este seriado también se ha propuesto el reto de buscar, hasta donde sea posible, el rol que ha jugado Venezuela en la configuración imperial de Estados Unidos y, al mismo tiempo, la forma en que este poder ha impactado en la evolución de áreas determinantes de la sociedad venezolana. Viajaremos al pasado buscando esos puntos de intersección. Es un intento, de los muchos que hay, de recuperar la función social del pasado. Son diversas las fuentes de inspiración que alimentan el marco de análisis de este proyecto. Las lecturas de autores como Eric Hobsbawm, Fernand Braudel, Edward W. Said, Mariano Picón Salas, Federico Brito Figueroa, José Salcedo Bastardo, y muchos otros que no incluiré por razones de espacio, han contribuido a darle forma al seriado que marca su inicio con esta primera entrega.

INTRODUCCIÓN

La disputa por la Isla de Aves y sus importantes reservas de guano signaron las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Venezuela en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, este hecho debe ser evaluado como parte de un ciclo de presiones y agravios contra el país que se profundiza con el temprano caminar de la República de Venezuela de 1830, y que se extiende hasta después de la Guerra Federal. Dicho ciclo inicia formalmente con el conflicto entre las autoridades venezolanas y el agente comercial estadounidense John Baptis Irvine, a raíz de la captura de dos goletas norteamericanas (Tigre y Libertad) “que violaron el bloqueo establecido por las autoridades venezolanas sobre los puertos de Angostura y Orinoco” (Gómez, 2018, p. 49) decretado por Venezuela, en un intento evidente de comprometer el ejercicio de la soberanía nacional. El suministro de armas a los realistas a través de estas embarcaciones en Guayana evidenció las tempranas preocupaciones sobre la independencia venezolana por parte de EE.UU., creando un antecedente de lo que sería más adelante la Doctrina Monroe (Gómez, 2018). La huella de este conflicto se extendería y, en el periodo comprendido entre 1840 y 1858, puede atestiguarse una lógica de confrontación ascendente sostenida en una serie de reclamaciones y litigios que, más allá de la esfera de lo estrictamente jurídico, llevaban consigo una marcada intención de doblegar a las instituciones venezolanas. En el territorio venezolano, las materias pendientes de la Guerra de Independencia se prolongan, y la fragmentación territorial y cultural, como también el reforzamiento de la oligarquía comercial y terrateniente, posibilitan que las tensiones propias de una República en proceso de constitución se dupliquen frente al influjo de presiones externas sostenidas. Los continuos impasses, amenazas directas y presiones de carácter diplomático configuran, en específico, los antecedentes de la disputa por la isla. Pero, a nivel general, describen los principios intervencionistas que marcaron la política exterior estadounidense desde el principio, apoyándose en la conocida Doctrina Monroe. La guerra de anexión contra México está en el panorama y su oleaje termina influyendo. Tanto el aluvión de reclamaciones como la disputa por los depósitos de guano describe la mirada de la época sobre Venezuela y los asuntos latinoamericanos, como también la incipiente rivalidad continental entre los británicos y estadounidenses. Aves jugaría un papel estratégico en esta disputa y en las ambiciones iniciales del imperio estadounidense, abriendo paso no solo a reformas de carácter legal, sino, también, al impulso su expansión en ultramar.

LA VENEZUELA DE AQUELLOS DÍAS

El fallecimiento del Libertador Simón Bolívar sitúa a Venezuela en un panorama de crecientes dificultades a partir de 1830. La República de Venezuela, resultado de la separación definitiva del proyecto grancolombiano, empieza su recorrido institucional con una suma importante de problemas y desventajas acumuladas durante la Guerra de Independencia. El nuevo proyecto republicano, dominado por el general José Antonio Páez en primera línea, debe hacer frente a la deuda externa generada por la guerra, atender una economía en franco deterioro, recomponer las arcas fiscales y gestionar una nueva delimitación de fronteras (terrestres y marítimas). Un Congreso Constituyente presidido por el doctor Miguel Peña le da una nueva Constitución al país con un importante influjo norteamericano en 1830. José Antonio Páez es electo, un año después, como presidente de la República por el Congreso, lo que formalizó una posición de mando único que ya venía dándose desde 1826 con el movimiento La Cosiata. La muerte del Libertador, demasiado reciente, ejerce su eco sobre el país y establece las coordenadas del mapa político y de poder que determinarán buena parte del siglo XIX. Desde 1830 hasta la Guerra Federal, Venezuela se debatirá entre enfrentamientos, conspiraciones y conjuras protagonizadas por los generales más valiosos del ejército libertador. Por un lado, estarán José Antonio Páez y Carlos Soublette y, por otro, los orientales José Tadeo Monagas, su hermano José Gregorio y Santiago Mariño. Todos tenían una idea distinta de cómo debían ser traducidas las ideas y planes de Bolívar.

En 1831, José Tadeo Monagas se alza en Aragua de Barcelona contra Páez en un intento por proclamar un Estado oriental independiente, que llevaría el nombre de República de Colombia, la mayor de sus obsesiones. Páez delega a Mariño para que dialogue con Monagas, pero este termina afiliado a su causa e incluso lo desplaza en una de las piruetas más controvertidas del temprano siglo XIX (Arráiz Lucca, 2007). En adelante, los gobiernos del general Páez y del general Soublette enfrentarán insurrecciones permanentes que mantienen vivo el ciclo de inestabilidad. En 1846, Páez y José Tadeo Monagas combaten juntos, a pedido de Soublette, para aplacar la insurrección de Francisco Rangel y Ezequiel Zamora, agitada por Antonio Leocadio Guzmán, quien ya le había dado nacimiento al Partido Liberal. El objetivo se logra. Zamora es apresado y Guzmán inhabilitado políticamente. Al año siguiente, Páez apoya la candidatura de José Tadeo Monagas a la presidencia de la República, en un intento por soltar el poder, pero sin sacrificar su influencia. Monagas obtiene la victoria y al poco tiempo comienza a socavar la posición de Páez. No solo comienza a nombrar funcionarios de alto nivel por cuenta propia, sino que, meses después, le comunica al llanero que ha sido removido de la jefatura del Ejército nacional. Quería gobernar en solitario. En un acto de desafío evidente, Monagas también conmuta las penas a Zamora y Leocadio Guzmán, enemigos declarados del general. La paciencia se agota y luego del famoso asalto al Congreso, en 1848, Páez se alza en armas contra Monagas desde los llanos de Calabozo. El presidente comisiona a Santiago Mariño para enfrentar al llanero y este resulta derrotado en la conocida Batalla de Los Araguatos, en Apure.

Páez logra escapar y al año siguiente intenta una invasión por las costas de Coro, desde Curazao, acompañado por 600 hombres, pero también fracasa. Esta vez es capturado en Cojedes y luego trasladado a Caracas. El llanero saldrá de Venezuela por última vez tras asumir el poder durante dos años en medio la Guerra Federal, que concluye con la firma del Tratado de Coche en 1863. Ezequiel Zamora sería su carcelero, agregándole una humillación adicional a su derrota en el campo de batalla. De ahí en adelante, el poder de José Tadeo Monagas y de su hermano José Gregorio será absoluto (Arráiz Lucca, 2007). Es también el fin del general bañado de gloria en Las Queseras del Medio, “la primera lanza del mundo”, como lo llamara Simón Bolívar. Inicia una nueva etapa política que determinará lo que queda de siglo XIX.

Grabado de una mina de guano. (Foto: Archivo de Historia Universal / Getty Images)

Para Salcedo Bastardo, “con Páez se inicia, moderadamente, la serie de autocracias que imperarán en Venezuela” (Salcedo Bastardo, 1972, p. 443). El historiador oriental argumenta que la primera presidencia del caudillo llanero estará signada por la inestabilidad y la turbulencia:

Inquieto y sacudido es el periodo de 1831-1835; el cansancio de la turbulencia trae solo un fugaz paréntesis de tranquilidad; bien pronto afloran problemas con las altas dignidades religiosas y en la esfera militar; surgen también algunas iniciativas de importancia; hay colaboradores idóneos y probos; se cuidan las apariencias legales, el jefe es hábil y el poder parece compartido; el equipo rector del Estado es coherente con su orientación, y con paciencia y método afina la maquinaria burocrática —el “Poder Civil”— que garantiza al caudillo y su círculo el funcionamiento controlado de la nación (p. 445).

En el manejo del Estado, Páez prioriza los intereses del comercio y la gran propiedad territorial a través de la Ley del 10 de abril de 1834, un instrumento que cristaliza los principios liberales en lo económico mientras se prolonga la esclavitud y la servidumbre. El caudillo llanero rompe con el ideario del Libertador en términos políticos y sociales cuando se establece en la cumbre del poder político, frenando los avances en la distribución de la tierra y la eliminación de la esclavitud luego de la victoria en Carabobo. Las fuerzas históricas de la época, integradas en una férrea red de poder oligárquico que yace en el comercio de exportación, impulsan estos movimientos de Páez, quien para conservar su poder decide adaptarse a los ingredientes de la constitución material del país y viceversa. Sobre esto, el pensador venezolano Mariano Picón Salas argumenta:

El pueblo ha producido en esta inmensa faena de la guerra sus pastores y conductores. José Antonio Páez, un llanero humilde que a fuerza de valor, galopadas y lanzazos se ha creado un inmenso destino personal, es el jefe de Venezuela en 1830. En él se apoyan los grupos oligárquicos porque —éste es un fenómeno profundamente venezolano— sin él, sin el guerrero que viene del pueblo, ellos no tendrían voluntad de poder. Lo que en la Historia de nuestro país se llama el régimen godo o la oligarquía conservadora, es un sistema de transacción entre el militarismo que tiene origen popular y la clase aristocrática que suministra letrados, los financistas, los grandes funcionarios. Transacción que indica un tono de vida muy diferente a lo que fue el régimen colonial (Picón Salas, 2008, p. 233).

A su vez, el autor ofrece una imagen concreta de esta forma de transacción de poder: “Conteniendo sus prejuicios éticos y sociales para asegurarse la buena voluntad del jefe, la aristocracia criolla en sus grandes personeros, debe visitar y rendir pleitesía a las esposas morganáticas del general Páez” (p. 234).

Páez, “Centauro del Llano”. (Foto: Dibujo de Ángel Guerra, 1973)

En resumen, el llanero quiere mandar, pues cree que es su recompensa por enrolar a las fuerzas sociales que decidieron el rumbo de la independencia de Venezuela. Se crea una relación de dependencia mutua entre él y la oligarquía de la época. En su cabeza no existe la intención de construir una República que torciera la ecuación de poder que estaba planteada. Aunque encabeza la construcción del Estado venezolano sobre las ruinas de la Gran Colombia, la “nación venezolana” aún no existe como comunidad histórica o identidad definida. No puede existir una conciencia de lo nacional como se entiende contemporáneamente en un territorio fragmentado, incomunicado y bestializado por latifundistas y comerciantes, que se erigen como los principales ejes de mediación política. El espíritu patriota que decidió la independencia es el primer registro de lo venezolano, pero tocará esperar a que se avance en su constitución como identidad política. Siguiendo el planteamiento de Picón Salas, será durante la Guerra Federal, el conflicto más sangriento del siglo XIX, cuando las clases sociales se fundirán definitivamente, creando las bases ideológicas y culturales para la construcción de las primeras pinceladas de una idea de nación basada en la mezcla del igualitarismo rural y la demagogia urbana (Salas, 2008).

Al margen del legalismo que intenta imprimirle Páez a su primer gobierno, Venezuela es todavía un crisol de “naciones culturales” que encuentran su línea de interacción social en el caudillismo y en el discurso de las glorias patrias. En su caso particular, Páez representa a la nación llanera. Como lo resume Carlos Siso:

(…) el llanero de las ciudades, tipo idealista, imaginativo, soñador, acogedor, fue esencialmente patriota y tomó parte en el movimiento emancipador de Venezuela. Su persona moral, educada en un ambiente de verdadera cultura, muy distinto del de los hombres criados en los Hatos, cuya evolución, la naturaleza, el medio y la clase de trabajo mantenían estacionaria, comprendió desde el primer momento el alcance del brote espiritual encabezado por los “blancos criollos” y se adhirió a él plenamente, representando un papel de importancia en la lucha por la independencia. Más tarde, cuando las victorias permitieron pensar en organizar la República, el llanero de las ciudades se opuso a la centralización de los poderes nacionales y fue partidario del sistema federativo buscando mantener en conveniente separación el Llano y la Montaña (Siso, 1986, p. 137).

Esa frontera que comenta Siso es territorial e ideológica (y espiritual) al mismo tiempo. Páez, como los caudillos posteriores, partirán de un enfoque parroquial en la gestión de los asuntos públicos que se sustentaba en la forma de organización social y económica de la época de posguerra: la hacienda. Las guerras intestinas son su resultado lógico, y la intranquilidad de la que hablaba Salcedo Bastardo determinará el curso de los acontecimientos y las transacciones para preservar el poder político durante todo el siglo XIX.

El tiempo histórico impone sus circunstancias y sus límites de acción a las principales figuras de una Venezuela devastada por la Guerra de Independencia. Sin embargo, los gobiernos de la República de Venezuela hasta la Guerra Federal se apoyaron en principios básicos heredados del periodo anterior, marcando sus orientaciones estratégicas en el campo internacional. Como afirma Rufino Blanco Fombona:

Bolívar había fracasado en el proyecto de crear una gran nacionalidad americana. De su obra quedó lo esencial: la independencia de los nuevos Estados y el principio republicano como forma de gobierno. Por eso ha podido decirse que la evolución de la América, entonces, fue el reflejo de su pensamiento (Blanco Fombona, 1992, p. 180).

Esto explica que, pese a la continuidad del esclavismo, la servidumbre y el trato beneficioso a la oligarquía comercial, los gobiernos posteriores a Páez tendrán como principio rector la defensa de la soberanía y de la integridad territorial frente a continuos ataques externos, o al menos aparentarlo hasta donde fuese posible, un escenario que tampoco ocurrió linealmente, pero del cual emanan claves fundamentales para la comprensión histórica de una República asediada desde sus inicios. Se trataba mantener, como afirmaba Fombona, del legado básico del Libertador y de la Independencia.

NUEVOS CHOQUES Y SU SIGNIFICADO

Es 1823. El presidente de Estados Unidos, James Monroe, en su discurso sobre el Estado de la Unión frente al Congreso, inaugura lo que se conocería después como la Doctrina Monroe, con la famosa frase “América para los americanos”, que acompañaba un conjunto de señalamientos contra las potencias coloniales europeas de la época. La pérdida del imperio español de sus posesiones coloniales en la Guerra de Independencia, y los amagues de intervención directa de la Santa Alianza, impulsaron a Estados Unidos, un incipiente poder regional, a tantear como su esfera de influencia al continente latinoamericano. Para 1824, Estados Unidos ya cuenta con un consulado en Maracaibo, cuando todavía Venezuela formaba parte de la Gran Colombia. Pocos años después de la separación, en 1835, el encargado de Negocios John G.S. Williamson presenta sus cartas credenciales ante el gobierno de Páez e inician oficialmente las relaciones diplomáticas con la República de Venezuela recién conformada.

La intención de empezar a mostrarse como un polo geopolítico incipiente frente a las potencias coloniales europeas va de la mano con la expansión interna, la extensión de la frontera agrícola y un ambicioso plan de conexión ferroviaria que le dieron a la economía estadounidense una lógica de autosuficiencia (Peña, 1986). El trato amistoso inicial de parte de los estadounidenses no se sostendría en el tiempo, pues el incidente de Irvine está demasiado cerca como para creer en la continuidad de un trato cordial. A las tensiones internas de una República, que busca consolidarse entre diversas tensiones de facciones y grupos de poder, se sumaba el acoso “legal” de Estados Unidos en forma de reclamos y reparaciones. Durante la última etapa de la Guerra de Independencia, ya constituida la Gran Colombia, y por diversas razones militares y comerciales (sobre todo contrabando), varios bergantines y goletas que involucraban directa o indirectamente a ciudadanos estadounidenses habían sido confiscados. A partir de 1840, el encargado de Negocios del momento, Allen A. Hall, inició un ciclo de insistentes reclamos para que la naciente República pagara indemnizaciones a raíz de estas incautaciones.

El investigador Edgar Gerardo Moros Contreras, en su tesis doctoral, titulada El ejercicio de la soberanía venezolana en aguas del Mar de las Antillas durante el siglo XIX y principios del siglo XX, brinda un panorama valioso y fundamentado en fuentes primarias. Es un documento útil que nos permite reconstruir el episodio.

Allen A. Hall reclamaba insistentemente que la República de Venezuela debía indemnizar a varios ciudadanos estadounidenses que perdieron su carga al momento de ser capturado el bergantín Morris, a manos de un corsario colombiano, en 1825. Es el caso que generó mayor nivel de confrontación hasta ese entonces y otra disputa formal entre ambos países. La obstinación de Hall sobre el reclamo del bergantín se prolongó en el tiempo, exigiendo de manera abierta respuestas inmediatas por parte de Venezuela y elevando el tono de agresividad. Las presiones aumentaron todavía más en 1843, con un Hall alterado y fustigando el abordaje del caso por parte de las autoridades nacionales. En respuesta, el secretario de Relaciones Exteriores de Venezuela, Francisco Aranda, argumentó que la indemnización no tenía lugar, pues el tratado de navegación entre la Gran Colombia y Estados Unidos entró en vigor luego de la captura de la embarcación.

… á la luz de los hechos y de las doctrinas y del Derecho Público bien claro aparece: 1° que el apresamiento del bergantín Morris ocurrió antes del cange de las ratificaciones y de la promulgación del tratado celebrado con los Estados (Unidos), y que por consiguiente no puede decirse que se executó con violación de este tratado; 2° que las sentencias pronunciadas por los tribunales fueron legalmente sin que adolezcan de vicio alguno jurídico; y 3° que ellas han constituido una executoria inalterable que sella todo reclamo entre las partes litigantes (Aranda en Contreras, 2015, p. 344).

La respuesta de Aranda tiene un significado histórico especial: allí “se hayan los fundamentos que sustentan la política exterior venezolana de la época para la defensa de los legítimos intereses nacionales” (Contreras, 2015, p. 343). Principios de política exterior que, vale destacar, se han puesto a prueba 150 años después en medio de un acoso renovado por parte de Estados Unidos. Aranda estaba dispuesto a resolver el impasse, pero exigía a Estados Unidos respeto a las instituciones venezolanas. En 1844 se llegó a un acuerdo para cancelar el monto parcial de la reclamación, pero diversas circunstancias retrasaron la ejecución. Hall, más alterado que el año anterior, recomendó al Departamento de Estado bloquear el puerto de La Guaira, con el objetivo de forzar el pago (Contreras, 2015).

El USS Michigan fue el primer buque de guerra de la Armada estadounidense. Entró en operaciones en 1844. (Foto: Marina de los Estados Unidos)

El Departamento de Estado respondió positivamente a la solicitud de Hall, pero estaba a la espera de la autorización del Congreso. Poco tiempo después, la República pagó lo acordado en una situación marcada por la coacción militar. En síntesis, no se trataba de la cancelación del reclamo, sino de someter a las instituciones venezolanas (Contreras, 2015). El conflicto legal por el bergantín Morris fue el vientre, por un lado, de los principios de política exterior venezolana que regirán hasta la actualidad, una continuación de la postura de Bolívar frente a Irvine y, por otro, de la diplomacia de las cañoneras a la gringa que alcanzó su forma definitiva con la política del gran garrote de Theodore Roosevelt en 1901. Venezuela definió su visión del derecho internacional en un contexto de agresión y acoso. La República de 1830 sufrió (por la vía del acoso “jurídico”) la primera onda expansiva del poder estadounidense a mediados del siglo XIX, que tuvo su evento más palmario en la guerra de anexión contra México en 1846 y en el despliegue por el Pacífico hacia China.

Otro bergantín estadounidense, denominado Horacio, fue detenido en Maracaibo en 1850 debido a una divergencia entre su carga declarada y la realmente existente en la embarcación. La legación estadounidense se movilizó rápidamente en la gestión de una nueva reclamación, esta vez enfocada en exigir la indemnización de los fletes, de la carga como tal y de otros daños y perjuicios cometidos contra el capitán del bergantín. El caso fue a juicio fiscal por un periodo de tres meses y la disputa se extendió hasta el año 1858, cuando el secretario de Relaciones Exteriores Jacinto Gutiérrez y el ministro Residente de EE.UU., Mr. Charles Eames, resolvieron el impasse cargando una nueva deuda sobre la República (Arcaya, 1964). Las reclamaciones estadounidenses contra Venezuela abarcan un periodo continúo de más de 20 años, destacando el caso de Seth Driggs.

… cuyo nombre es célebre en los anales de las reclamaciones diplomáticas contra Venezuela. Este hombre digno de figurar como tipo de pillerías en cualquier novela picaresca poseía una imaginación la más fértil en inventar reclamaciones, siendo solo de extrañar que el Gobierno americano se prestara a patrocinarlas (Arcaya, 1964, p. 197).

El caso del empresario estadounidense Seth Driggs resume el estilo abusivo y fraudulento de las reclamaciones de la época, pero sobre todo describe cómo era percibida Venezuela. Más allá de la formalidad y de los discursos institucionales, que también perdieron credibilidad desde la disputa por el bergantín Morris, Estados Unidos no veía a Venezuela a su mismo nivel. El paradigma dominante de la época está enmarcado en la poderosa influencia del sur esclavista, y ello permeó las prácticas geopolíticas que fueron configurando el ascenso de EE.UU. como potencia continental. El presidente y esclavista de Virginia, James Monroe, antes de erigir la doctrina que llevaría su apellido, era un partidario de la ocupación de territorios foráneos y un ferviente patrocinante de la Sociedad Americana de Colonización (Malcomson, 2001), instancia que apuntaló durante su periodo presidencial.

Reunión de la Sociedad Americana de Colonización, EE.UU.. (Foto: Bettmann / Getty)

Monroe impulsó, a través de dicha sociedad, la compra de tierras en África occidental para construir colonias donde pudieran ser trasladados esclavos negros, frente al temor de una rebelión que replicara la experiencia de la Revolución haitiana, y también para generar una alternativa al abolicionismo. En 1821 fue creada la colonia de Liberia, cuya capital, tiempo después, sería denominada “Monravia” para recordar a Monroe. El traslado de esclavos negros fue la respuesta del quinto presidente de los EE.UU. para reducir los peligros que implicaba para la élite blanca la liberación de esclavos que propugnaban los abolicionistas del norte en proceso de industrialización. El movimiento del presidente estableció la horma de sus sucesores, Andrew Jackson y James Polk, también propietarios de esclavos. Polk impulsó la guerra de anexión contra México, lo que despertó un intenso debate público en la élite blanca sobre la incorporación de los mexicanos a la nación estadounidense, pues eran los habitantes de los territorios próximos a ser anexados. En el The Democratic Review, rotativo donde John O’Sullivan proclamó el “Destino Manifiesto” en 1845, se vertían comentarios sobre la calamidad que implicaba incorporar al país a millones de indios y mulatos incivilizados e ignorantes luego de la anexión (Hahn, 2017).

Desde The Richmond Whig, la élite esclavista también mostraba su preocupación de incluir a una población degradada (Gutiérrez, 1995). Esta visión de conquista, expansión y excepcionalismo definirá la mentalidad geopolítica de Estados Unidos de aquellos años, dándole forma a la estrategia acoso y agravio contra la soberanía venezolana en forma de reclamaciones y amenazas de uso de la fuerza militar. En tal principio rector converge la guerra contra México y el caso venezolano como un proceso histórico integral: se trata del desconocimiento de otro Estado legalmente constituido bajo una premisa de “inferioridad” cultural que articula la forma de pensar de Monroe, Jackson y Polk; la anexión, como las reclamaciones, pero siempre con la fuerza bruta como eje de gravedad, serán la puesta en práctica de ese pensamiento que erige la primera onda de expansión de Estados Unidos. En esta mirada que interioriza a la población no estadounidense o europea del continente americano yace la constitución del siglo XIX como la época histórica de los imperios:

La novedad del siglo XIX consistió en el hecho de que cada vez más y de forma más general se consideró a los pueblos no europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables, débiles y atrasados, incluso infantiles. Eran pueblos adecuados para la conquista o, al menos, para la conversión a los valores de la única civilización real, la que representaban los comerciantes, los misioneros y los ejércitos de hombres armados, que se presentaban cargados de armas de fuego y de bebidas alcohólicas (Hobsbawm, 2007, p. 89).

En consecuencia, desde el principio la Doctrina Monroe traerá consigo una lógica de tutela y arbitraje ideológico sobre los asuntos latinoamericanos, de la cual emana el carácter abusivo de las reclamaciones y las amenazas de intervención militar, y también los movimientos de un Seth Driggs, convencido de que la debilidad institucional del país y quizás hasta la falta de cultura de su élite política presentaban condiciones idóneas para sacar provecho privado. Driggs sería un miembro sentimental de la sociedad de colonos propulsada por Monroe, creía que la consigna de “América para los americanos” lo justificaba todo. Para la época, Estados Unidos no ve Estados nacionales en América Latina, sino únicamente plantaciones con esclavos. Los intereses privados determinan la política exterior estadounidense e impulsan sus rasgos excepcionalistas.

Como reseña la historiadora venezolana Anahías Gómez, el conflicto entre la República y el agente comercial Irvine, designado por John Q. Adams (secretario de Estado de Monroe) para doblegar la decisión del país de defender su soberanía, delineó la postura intervencionista de EE.UU. hacia Venezuela, cuya tendencia se verían reforzada en el ciclo de reclamaciones:

Las instrucciones dadas por John Q. Adams a Irvine evidencian que los máximos representantes del gobierno de los Estados Unidos de América ya tenían claro cuál sería la relación política que mantendrían con respecto a las nuevas repúblicas hispanoamericanas que resultaran de la lucha de independencia contra España, mucho antes de la lectura del discurso de Monroe y que más tarde sería conocido por Doctrina: ser los rectores de la política interna de nuestros países (Gómez, 2018, p. 83).

En 1839, se le otorgó al hijo del coronel Diego Vallenilla, Antonio José, una concesión para extraer los tesoros del buque San Pedro Alcántara, hundido entre las islas de Cubagua y Coche en 1815. El navío de la Real Armada Española fue el buque insignia de la expedición pacificadora que Pablo Morillo comandada con dirección a Venezuela. La concesión fue entregada para extraer los tesoros de las profundidades del mar. “Vallenilla hijo dio poder a Mr. Grafton L. Dulaney, quien formó en 1844 una compañía el Baltimore bajo el nombre de San Pedro Company para emprender los trabajos de descubrimiento” (Arcaya, 1964, p. 197). La búsqueda fracaso, lo que provocó que, en 1850, Vallenilla hijo revocara el poder de Dulaney, formando en lo inmediato una compañía con Seth Driggs (Driggs & Company). Driggs, comenta Pedro Manuel Arcaya, procuraba “preparar una reclamación internacional porque sabía que el Gobierno de Venezuela revocaría pronto la concesión, como así sucedió el 19 de mayo de 1851” (p. 198). Driggs reclamó una indemnización completa argumentando que había gestionado con un empresario de Filadelfia el envío de maquinarias para la búsqueda del tesoro del San Pedro Alcántara, un compromiso que nunca existió.

En 1843, Driggs giró un préstamo de mil quinientos pesos a Santiago Mariño. El estadounidense, quien ya venía realizando negocios con el general oriental con anterioridad, argumentó que unos papeles se le habían perdido en un naufragio, por lo que exigía a Mariño un pago superior al monto acordado. Driggs llevó a cabo una acción judicial ante el Juez de Maracay y consiguió que se emitiera una circular para que otras instancias judiciales escucharan a algunos testigos que comprobarían su verdad (Arcaya, 1964). El autor destaca que Driggs fue a declarar ante los jueces de Petare y El Valle bajo los nombres falsos de John Davis y Robert Taylor. “Tratándose de pobres jueces legos de pueblos, no era extraño sin embargo que Driggs los sorprendiera del modo que lo hizo” (p. 199). Mariño se dio cuenta que Davis y Taylor eran el mismo Driggs, por lo que se dictó auto de detención y cárcel para el estadounidense. Estuvo dos años en la cárcel de Caracas. Al salir de presión, Driggs recibió todo el apoyo de la legación estadounidense, y esta impulsó una nueva reclamación por un monto de 100 mil dólares, tras ser víctima de injusticia en su procesamiento judicial, una exigencia que para Arcaya no era del todo falsa (p. 199).

Driggs, contando con el apoyo de su gobierno, fue mucho más allá y demandó a Mariño y hasta a sus herederos en un lapso que abarcó varios años. Finalmente, la comisión mixta entre ambos países, que funcionó entre 1867 y 1868, decidió adjudicarle el pago de esa reclamación a Driggs, pero al año siguiente se anularon los fallos de dicha comisión debido a las sólidas protestas del Gobierno de Venezuela sobre manejos irregulares en determinadas decisiones (p. 199).

A partir del litigio del bergantín Morris las relaciones bilaterales empeorarían a un paso acelerado, a lo que se incorporó lógicamente al aumento de las tensiones que produjo el incidente con Seth Driggs y la legación estadounidense. Desde el principio, Estados Unidos consideraba que la amenaza del uso de la fuerza lo había dotado de una posición de ventaja imbatible. Durante la siguiente década, lloverá otra cascada de reclamaciones y litigios a raíz de otras embarcaciones ligadas a ciudadanos estadounidenses, unas correspondientes a la época de la Gran Colombia, y otras más actuales. Era el momento de cobrar completo. Para la época, las tensiones internas en Venezuela recrudecen (Contreras, 2015).

El gobierno conservador de la dupla Páez-Soublette intenta sostenerse frente a los levantamientos internos. La situación en casa priva por todo lo demás, y es desatendido el camino iniciado en 1830: consolidar una estructura de poder que facilitara el crecimiento del comercio y la recaudación fiscal, acorde a los principios liberales proclamados por Páez. Y ello implicaba ejercer autoridad en la política aduanera. Estados Unidos conocía de primera mano los problemas acumulados (a nivel económico, sobre todo) que debía enfrentar el país. Y quizás, partiendo de ahí, apostaron por una inundación de litigios muchas veces absurdos para entorpecer los intentos de consolidación del nuevo Estado. Si bien en el periodo de 1830 en adelante emergió un gobierno representativo de intereses comerciales y latifundistas contra el ideal bolivariano (Salcedo Bastardo, 1972), ciertamente la agudización de esas contradicciones tuvo un importante influjo extranjero. En paralelo a crear un clima de estabilidad interna, se debía proteger y hacer valer los derechos de Venezuela en el espacio marítimo legado por la Capitanía General. Se requería de mano dura en las aguas territoriales. De ahí nacería un nuevo episodio de enfrentamientos por la incursión de embarcaciones estadounidenses de pesca, comercio y contrabando en las costas de Venezuela. El gobierno exigía respeto a su soberanía marítima mientras que los estadounidenses se resistieron, en varias oportunidades, al pago de licencias y algunos impuestos por sus actividades.

Destaca el caso del buque ballenero Nassau, que utilizaba constantemente el puerto de Cumaná, pero evadiendo el pago por los derechos de uso. Esta controversia escaló rápidamente, por lo que el gobierno se vio obligado a reforzar el ordenamiento jurídico sobre la política aduanera. Estados Unidos consideraba que, si ya había sometido a la República con el conflicto por el bergantín Morris, tenía un mayor margen de maniobra para desconocer las autoridades venezolanas en el largo plazo en vista de su inestabilidad interna, de cara a cobrar futuros reclamos.

Las reclamaciones y litigios de Estados Unidos en la época de la trama paecista articularon los principios de su política exterior para el continente latinoamericano, fundamentados en la presión económica y diplomática y el desconocimiento de la soberanía de los nuevos Estados cuando se trataba de “preservar” los intereses nacionales norteamericanos. Empezaba a funcionar la Doctrina Monroe. El comportamiento de Estados Unidos fue abusivo, y trató de ganar influencia comercial y política aprovechando la situación de debilidad de la República. Sin embargo, Venezuela se defendería.

Las amenazas de acciones armadas norteamericanas comenzaban a ejercer ya una influencia significativa en los momentos álgidos de las negociaciones con Venezuela, pero el éxito de las coacciones militares y del creciente poder económico de los Estados Unidos sería mitigado por la férrea voluntad que en muy diversas ocasiones demostraron las autoridades gubernamentales venezolanas, decididas entonces a defender los intereses nacionales frente a los desmedidos propósitos económicos y comerciales de los estadounidenses (Contreras, 2015, p. 407).

Venezuela, en tal sentido, también fue un campo de prueba del excepcionalísimo estadounidense.

Caricatura de 1905 que refleja la política del gran garrote. (Foto: The Granger Collection)

NUEVO GOBIERNO, MISMAS PRESIONES

Los acontecimientos de 1848 en el Congreso y el alzamiento de Páez contra Monagas generan todo tipo de reacciones en la legación estadounidense. El encargado de Negocios de aquel entonces, Benjamin G. Shields, le comunica al secretario de Estado la necesidad de enviar una flota naval con un contingente de hombres armados para proteger a los ciudadanos estadounidenses de la convulsión interna. Las críticas a Monagas son contundentes desde el primer momento. Shields dibuja a una Venezuela turbulenta, corrupta e inestable bajo el mandato del oriental. Más allá de la preocupación legítima por la seguridad de sus ciudadanos, se puede percibir un movimiento enfocado en prolongar las tensiones ocasionadas por reclamaciones anteriores y, en consecuencia, amplificar las amenazas aprovechando como pretexto nuevos factores de inestabilidad interna del país. Entre finales de 1848 e inicios de 1849 la segunda insurrección de Páez alcanza a bloquear el puerto de Maracaibo como preludio de su invasión desde Curazao. Mientras Monagas orienta la campaña militar para restituir el orden en la provincia occidental, sus funcionarios de alto nivel denuncian la navegación de buques enemigos bajo bandera estadounidense. La legación estadounidense niega que se esté apoyando a los insurrectos. En medio de la ofensiva militar de Monagas, un bergantín estadounidense, de nombre Mount Vernon, sufre daños importantes (Contreras, 2015, p. 373).

Según los estadounidenses, el bergantín se encontraba realizando actividades portuarias. Acto seguido, fue exigida una indemnización. El caso se sumó a un compendio de reclamaciones que abarcaba el lapso temporal ya comentado, incluyendo un conjunto de pagos que no se habían ejecutado por diversos problemas de naturaleza fiscal. Estados Unidos redobló la apuesta para cobrar completo y amenazó con la ruptura de las relaciones bilaterales. Se puso sobre la mesa una nueva amenaza de uso de la fuerza. En 1850 se responde a la solicitud y el buque de guerra estadounidense US Germantown, a cargo del comandante Charles Lowndes, se estaciona frente al puerto de La Guaira para forzar el pago de indemnizaciones acumuladas, defendiendo a su vez los intereses comerciales de Estados Unidos ante las reformas económicas impulsadas por Monagas para otorgar periodos de gracia a los hacendados agobiados por las deudas de las casas comerciales extranjeras. El buque de guerra también tenía otros intereses: presionar la extradición de dos marineros estadounidenses, capturados en Higuerote, vinculados a un crimen de asesinato a bordo de una goleta gringa (Contreras, 2015, p. 398). El gobierno de Monagas resistió el acoso y luego de cumplir todos los requisitos legales procedió a extraditar a los marineros, con base a las regulaciones internas y en respeto al tratado de amistad con Estados Unidos firmado en 1836. En 1852 se cerraría, parcialmente, este nuevo episodio de acoso con un nuevo acuerdo para el pago de las indemnizaciones, bajo el gobierno de José Gregorio Monagas. La armada británica, francesa y de otras potencias también amenazaban con un bloqueo naval debido a las reformas de Monagas que afectaban sus intereses comerciales, forzando a la República al pago de nuevas “obligaciones”. Sin embargo, la correspondencia de Benjamin G. Shields con el secretario de Estado John Clayton describe cómo el uso de la fuerza militar intentaba arrodillar al gobierno. Concretamente refiriéndose al caso del Mount Vernon, Shields le escribía Clayton:

Si usted hubiese estado en estas costas durante su confinamiento, no habría tenido duda alguna en solicitar de usted su pronta intervención para que se produjera su liberación. (El barco) fue capturado, se apoderaron de su carga, el viaje a Nueva Orleáns interrumpido, y, hasta ahora, parece que la detención continuará sin el más mínimo pretexto de justificarla. He insistido en una fuerte indemnización para las partes involucradas y el Poder Ejecutivo ha reconocido el derecho de indemnización (…) En consideración a la grave situación monetaria del Gobierno, he manifestado mi conformidad en posponer el pago del remanente hasta el año próximo. Pero será hasta hoy, sin embargo, que el ministro me hará conocer la decisión final del Gobierno (…) Me alegro de la presencia de su barco en La Guaira en las actuales circunstancias, pues pienso que el incidente no puede ser (resuelto) sin efectuar presión sobre la decisión que vaya a tomar el Gobierno sobre la materia (Shields en Contreras, p. 374).

Los intercambios en 1850 entre el sucesor de Shields en la Encargaduría de Negocios, Nevitt Steele, y Charles Lowndes, son igualmente reveladoras. El comodoro le escribía a Steele sobre los objetivos de la movilización militar para presionar a Venezuela, aunque según el comandante había recibido instrucciones para visitar varios países antes de volver a Pensacola:

La visita se hace con el fin de desplegar nuestra bandera y dar protección a los intereses estadounidenses en este territorio. Y respetuosamente le dirijo a esta comunicación con el fin de conocer información sobre nuestro comercio que usted estime conveniente proporcionar. No he decidido acerca del número de días que permaneceré aquí, que dependerán de las circunstancias (Shields en Contreras, p. 396).

Steele responde a Lowndes:

No me cabe duda alguna que la presencia de un buque nacional en La Guaira en estos momentos, constituirá valioso apoyo para los intereses comerciales de nuestros compatriotas en este país, por el fortalecimiento de la confianza y seguridad que les brindará para la consecución de sus negocios; y por lo tanto espero que usted crea conveniente permanecer el tiempo suficiente para que su estadía aquí sea ampliamente conocida (Steele en Contreras, p. 397).

El comportamiento estadounidense en aquella época contra la soberanía venezolana configura un sólido antecedente de la diplomacia de las cañoneras y de la influencia de los negocios privados como motor de la expansión. Es notable el efecto que genera la guerra de anexión contra México en las prácticas geopolíticas de EE.UU., y cómo impulsó su visión excepcionalista en el tablero de los asuntos latinoamericanos. Esto se enmarca en lo afirmado por el historiador británico Eric Hobsbawm, exceptuando a México claramente:

En América Latina, la dominación económica y las presiones políticas necesarias se realizaban sin una conquista formal. Ciertamente, el continente americano fue la única gran región del planeta en la que no hubo una seria rivalidad entre las grandes potencias (2007, p. 67).

UNA PEQUEÑA PORCIÓN DE TIERRA ALTA EN RIQUEZA

La Isla de Aves, ubicada en el Mar Caribe, es el punto más septentrional al norte de Venezuela. Está ubicada a más de 600 km de distancia desde el puerto de La Guaira y limita con islas de Sotavento y de Guadalupe. Tiene una longitud de 375 metros y una anchura de 50 metros. Desde bien temprano en la etapa de conquista, la Isla de Aves estuvo bajo el dominio de la Corona de Castilla por medio de una bula papal emitida en 1493. Luego de la separación de la Gran Colombia, la República de Venezuela tuvo que redefinir sus fronteras marítimas y terrestres en paralelo al reordenamiento continental que produjo la Guerra de Independencia y los conflictos posteriores (Contreras, 2015). En consecuencia, Aves formaba parte de la organización territorial española bajo la cual se organizó el proyecto republicano de 1830.

Un fragmento de Isla de Aves. (Foto: Archivo)

En esta isla, como también en el archipiélago Los Monjes, se hallaban importantes depósitos de guano, el “oro blanco” del siglo XIX. El aluvión de excremento de aves marinas crea capas concentradas de nitrógeno, fósforo y potasio que convierten al guano en un fertilizante sumamente valioso para la agricultura de escala. Así como el oro y el petróleo en su momento, el guano también tendría su propia “fiebre”: en el desarrollo del siglo XIX fue protagonista de una intensa carrera imperial por su apropiación y control. El guano se convertiría en una materia prima vital, y ampliamente disputada, por su valioso uso en la producción de alimentos en las metrópolis industriales emergentes del mundo occidental. El imperio británico ya había avanzado en el control de la extracción guanera en el Pacífico, sobre todo en las Islas Chinchas del Perú. La conquista del guano les dio a los británicos la edad de oro de su agricultura (Hobsbawm, 1988). La expansión de la Revolución Industrial en los países del Atlántico norte le dio forma a un proletariado urbano, que acompañaba el crecimiento vertiginoso de las ciudades, lo que requería una producción sostenida de alimentos. El guano brindó esa oportunidad y las potencias se lo jugarían todo para obtenerlo y controlar las rutas de su suministro. El excremento de las aves marinas era un símil del petróleo en nuestra era moderna. Como afirma Pedro Manuel Arcaya

… entre las islas de Barlovento del Mar Caribe, se encuentra la de Aves, que desde su descubrimiento estaba y permanece desierta aunque su dominio pertenecía a España de quien la heredó Venezuela. Después de 1850, cuando se despertó en Europa y los Estados Unidos la fiebre del huano, especuladores americanos e ingleses mandaron a la isla a cargar buques con esa sustancia, allí abundante. El Gobierno venezolano envió a ella una guarnición en el mes de noviembre de 1854. Fueron sorprendidos, extrayendo huano, varios americanos (Arcaya, 1964, pp. 190-191).

La carrera por el guano encuentra razón de existencia en lo descrito por Hobsbawm:

Evidentemente, de todos los países metropolitanos donde el imperialismo tuvo más importancia fue en el Reino Unido, porque la supremacía económica de este país siempre había dependido de su relación especial con los mercados y fuentes de materias primas de ultramar. De hecho, se puede afirmar que desde que comenzara la revolución industrial, las industrias británicas nunca habían sido muy competitivas en los mercados de las economías en proceso de industrialización (Hobsbawm, 2007, p. 83).

Pero los imperios siempre tienden a imitarse (Said, 1996) en su configuración histórica y modos de controlar posesiones y extraer riquezas, así que Estados Unidos seguiría la huella británica de encadenar su crecimiento económico interno y la expansión de su poder geopolítico a rutas de suministro marítimo y control sobre territorios estratégicos. En este sentido, la importancia del guano radicaba en que se convertiría en la savia de una revolución agrícola que marca el siglo XIX (Villares y Bahamonde, 2012). Como se ha dicho, esta sustancia empleada como fertilizante impactó notablemente en la producción alimentaria, posibilitando un ciclo de crecimiento y expansión que benefició enormemente a Estados Unidos. Sobre esta variable de desarrollo Julio Crespo MacLennan afirma: “La extraordinaria expansión territorial que experimentó EE.UU. a lo largo del siglo XIX no hubiera sido sostenible a largo plazo sin el respaldo de un aumento muy considerable de su población” (MacLennan, 2012, p. 220).

Mina de guano en la costa peruana. (Foto: Ernesto Benavides)

EMPIEZA EL CONFLICTO

En 1854, dos empresas estadounidenses, John B. Lang & William Delano y Philo S. Shelton, Sampson & Tappan, inician las expediciones para estudiar el guano de la Isla de Aves y comenzar a extraerlo. Al poco tiempo, se dividen la isla, empiezan la explotación e izan la bandera estadounidense. Estados Unidos entraría oficialmente en la carrera por el control del guano contra el imperio británico ocupando ilegalmente territorio venezolano. El ataque a la soberanía territorial de Venezuela, pese a las excusas de desconocimiento inicial sobre la titularidad de la isla, produjo varios incidentes entre los estadounidenses y la Armada venezolana, que terminaron en el desalojo de los primeros. Los propietarios de las compañías inician un litigio en los tribunales estadounidenses, exigiendo el retorno de la explotación o una indemnización (Contreras, 2015). Como destaca Pedro Manuel Arcaya, el Gobierno venezolano se vio obligado a reforzar el control militar sobre Aves luego del primer incidente.

Mientras tanto quedó en la isla un oficial con diez soldados, mas sobre que el permiso era ad referendum los americanos no se limitaron a lo que en él se les concedía, sino que cargaron otros buques más. El 31 de diciembre llegó ahí otra goleta de guerra venezolana, en vista de que estaban fondeados, sacando huano, tres bergantines y dos goletas, les notificó el comandante del buque venezolano que debían abandonar aquellos parajes, como así lo hicieron (Arcaya, 1964, p. 191).

En 1855, el juicio ya había iniciado en Estados Unidos. El testimonio de James Wheeler, propietario de uno de los bergantines que se estableció en Aves, deja ver cierto espíritu anexionista en la insistencia de permanecer en la isla por tiempo indefinido, pero también el gran valor comercial del espacio. Wheeler también describe el escenario de disputa por el guano en la isla venezolana:

… gran parte del tiempo que estuve en la isla de Aves, y después, cuando permanecí allí con mi buque anclado en ella, ondeaba la bandera americana de los Estados Unidos, y que se acostumbraba a mantenerla enarbolada. Declaro ademas que, cuando fui visitado por el vapor “Devastation” del Gobierno Británico, informé al Comandante que nosotros teníamos la espresada isla de Aves por el Gobierno de los Estados Unidos, y esperábamos ser protejidos por nuestro Gobierno porque éramos ciudadanos de los Estados Unidos. La Bandera americana que entonces ondeaba fue respetada, y fui informado por el capitán De Orsey del espresado vapor del Gobierno Británico “Devastation”, que nosotros teníamos derecho de poseer la isla en nombre de los Estados Unidos (Wheeler en Contreras, 2015, p. 422).

Es la última etapa del gobierno de José Gregorio Monagas. Entendiendo la oportunidad económica que podría significar el guano para una economía en problemas como la venezolana, el oriental otorga una concesión a una compañía estadounidense, John D. F. Wallace, quien a cambio de explotar el guano entregaría al gobierno venezolano letras de deuda. A los meses, José Tadeo Monagas vuelve a la presidencia tras ganar las elecciones y suspende el trato realizado por el hermano, acusando la falta de pago por parte de la compañía.

La legación estadounidense rechazó la medida y puso en riesgo, nuevamente, las relaciones bilaterales. Se iniciaba otro conflicto legal. A las presiones de Estados Unidos se sumaba, ahora, el reclamo de los Países Bajos sobre la supuesta titularidad de la Isla de Aves. En 1855 se alcanza un acuerdo con la compañía John D. F. Wallace que le otorga los derechos de explotación a cambio de un pago de impuestos por tonelada extraída, además el Gobierno venezolano conservaría el control de la isla, gestionaría una parte del guano para la exportación y establecía que las disputas futuras se resolverían en la Corte Suprema de Justicia de Venezuela. Aunque el acuerdo aplacó la disputa momentáneamente, la misma emergió con fuerza al poco tiempo. El ministro residente de Estados Unidos en Venezuela, Charles Eames, bajo órdenes específicas del Departamento de Estado, exigió a Venezuela pagar una indemnización a los ocupantes desalojados en los incidentes de 1854, mientras cuestionaba la soberanía territorial de Venezuela sobre la isla.

l territorio venezolano cedido a los Belzares por el Emperador Carlos V. (Foto: Archivo)

El secretario de Relaciones Exteriores de la época, Jacinto Gutiérrez, tomó el reclamo como una muestra de arrogancia y, sobre todo, como un desconocimiento de los derechos de Venezuela sobre la isla y sus riquezas. Gutiérrez respondió directamente al Secretario de Estado con todo el peso de la razón y del derecho internacional, continuando el camino de Aranda:

… después de haber presentado á S. E. el agente de la compañía, el infraescrito procedió á hacer saber oficialmente á S. E. (…) que el infraescrito tenia instrucciones terminantes para abstenerse, al prestar sus buenos oficios al agente de la compañía para ayudarle á asegurar los derechos que ella tiene como cesionaria del contrato de Wallace, de decir ni hacer cosa alguna que en lo mas mínimo pudiese afectar ó menoscabar la demanda de plena reparación contra el Gobierno de Venezuela, de los ciudadanos americanos á quienes Venezuela había hallado en posesión de la isla de Aves en Diciembre último. El infraescrito esplicó pues completa y claramente á S. E. que cuanto él dijese ó hiciese en nombre del agente de la compañía debía entenderse con esa espresa reserva – que el reclamo de las Aves era un asunto enteramente separado que de ninguna manera debía ser transigido ó afectado por ningun acomodamiento que se hiciese con respecto á los derechos concedidos en el contrato de Wallace, ni por ningun ausilio que prestase el infraescrito para lograr semejante acomodamiento (…) (Gutiérrez en Concretas, 2015, pp. 424-425).

La postura de Jacinto Gutiérrez es clara: no procedía la indemnización a las compañías estadounidenses desalojadas porque, sencillamente, Isla de Aves es parte de la nación venezolana, la cual se defendió de una ocupación ilegal. Estados Unidos insistió en su reclamo, actuó con arrogancia y en tono amenazante y extendió la disputa hasta 1859, cuando se finiquita un acuerdo que calma la disputa y que implicó el pago de algunas indemnizaciones ante el incremento de las presiones. La insistencia de los estadounidenses partía de que John D. F. Wallace, antes de la ruptura del contrato firmado por José Gregorio Monagas, había transferido la concesión a una compañía guanera de Filadelfia (Contreras, 2015; Arcaya, 1964). El motivo no era únicamente pecuniario. Estados Unidos buscaba desconocer los derechos de Venezuela sobre Isla de Aves de manera intencional, y ello quedó establecido cuando las compañías interpretaron que el estado de “abandono” (la no presencia de habitantes) de la isla significaba que podían reclamarla como parte de la soberanía estadounidense, en una clara pretensión colonialista. La disputa se alargaría durante cinco años. Pese a la coacción del gobierno estadounidense y las crecientes amenazas, Gutiérrez siguió la línea de Aranda durante la disputa del bergantín Morris: preservar la soberanía venezolana como baluarte de su política exterior.

Para el cumplimiento de tales objetivos, advirtió el ministro Gutiérrez, se habían dictado ya instrucciones precisas, como aquéllas que declaraban incursos en la pena de comiso, y en las demás señaladas por las leyes, a los buques capturados con el guano extraído de las islas venezolanas o que se aprehendieren extrayéndolo sin la debida autorización (Contreras, 2015, p. 428).

Posteriormente, los Países Bajos, que reclamaba la titularidad sobre Aves con base a un diccionario geográfico publicado en Madrid en 1786, extendería la disputa varios años más, hasta que la Reina Isabel II de España, actuando como árbitro del conflicto a pedido de Países Bajos, reconoció la soberanía venezolana en 1865 (Manrique, 2004). En 1858, Julián Castro derroca la dinastía de los Monagas e inicia el conflicto más sangriento después de la Guerra de Independencia: la Guerra Federal. Las presiones continuadas de Estados Unidos representaron un ingrediente esencial para la inestabilidad permanente del proyecto republicano, obligado a usar recursos escasos para pagar indemnizaciones y concentrarse en conducir fuertes presiones externas que no le dieron oportunidad de hacer el camino, con cierta paz y normalidad, hacia una consolidación interna. Las presiones estadounidenses actuaron como catalizador del conflicto interno.

Buena parte de las reclamaciones y también la disputa por Aves pasará a un segundo plano en medio de la Guerra Federal. El caos carcome el territorio venezolano y canibaliza sus ingresos fiscales e imposibilita el establecimiento de las negociaciones. Al tiempo, las reclamaciones emergerán nuevamente en el marco de iniciativas bilaterales (comisiones mixtas) que terminarían siendo protestadas por Venezuela. En 1859 se celebra un tratado bilateral entre el venezolano Luis Sanojo y el nuevo ministro residente de EE.UU., Edward Turpin. Las presiones y amenazas surtieron efecto: el Gobierno de Venezuela se comprometió a pagar 100 mil pesos para honrar los daños ocasionados supuestamente a los ocupantes ilegales de Aves (Philo S. Shelton, Sampson & Tappan), aunque el pago se vio interrumpido por la guerra. El primer gobierno de la Federación en 1863 debe asumir esa deuda, confirmando, nuevamente, que los factores externos representarían un lastre decisivo en los destinos de una Venezuela en formación. Finalmente, la fiebre del guano de Aves tendría su eclipse luego de la extracción de todo el material, la disputa legal de las reclamaciones continuaría algún tiempo más, pero el proceso histórico en que derivó dejaría huellas imborrables. Isla de Aves es un recordatorio de la aparición temprana de Venezuela en los intereses geoestratégicos de Venezuela, y cómo allí iniciaría un patrón de conducta que signa las relaciones bilaterales en el futuro.

ANOTACIONES FINALES

El guano de la Isla de Aves, apetecido por todas las potencias dominantes de la época, significó para Estados Unidos un elemento clave en su carrera por el crecimiento económico e industrial frente a un imperio británico que se veía imbatible. El ciclo que va desde el bergantín Morris hasta la disputa de Aves configura “las primeras marañas de una incipiente rivalidad anglo-norteamericana por hacerse del control político de la parte más septentrional del continente suramericano” (Contreras, 2015, p. 372).

Para la década de 1860, y en adelante, las importaciones de guano de Estados Unidos alcanzarían un máximo de 175 mil 849 toneladas, una cifra que llegó a competir con el esplendor importador de los británicos, según reseña la investigadora Alvita Akiboh (en Matthews, 2014). El agotamiento de los suelos del sur esclavista estadounidense y la explosión industrial en el norte requería, con urgencia, un aumento de la producción agrícola. Con el guano venezolano caminarían hacia ese objetivo, acelerando su tránsito de convertirse en una potencia capitalista, cristalizada ya de forma definitiva con el triunfo de la burguesía industrial en la Guerra de Secesión pocos años después.

Tanto el conflicto por la soberanía de la isla como la importancia estratégica del guano representan un presagio que marcará, a largo plazo, la historia cruzada de Estados Unidos y Venezuela. Porque, por sobre todas las cosas, la experiencia imperial son historias cruzadas (Said, 1996). En el conflicto se da una combinación de maniobras de poder, desconocimiento de la soberanía y la ambición de extraer recursos naturales en condiciones de ventaja que tendrá su siguiente capítulo empezando el siglo XX. Si el guano venezolano, en un principio, le dio a Estados Unidos un empuje clave en su ascenso capitalista, décadas después el petróleo de estas tierras sería un nuevo impulso para derribar al imperio británico en la escena internacional. La explotación (y saqueo) de las riquezas venezolanas, históricamente, han contribuido de forma estratégica a la construcción del imperio estadounidense. Aguas abajo, este proceso haría del antidesarrollo (Peña, 1986) y la dependencia económica la estructura de la relacionamiento social y político de Venezuela. Configuraría al Estado venezolano como un proveedor seguro de materias primas, lastrando el desarrollo nacional del país hasta la actualidad.

Trabajo en una mina de guano en Perú. (Foto: Alvaro Ybarra Zavala)

El conflicto por Aves tuvo otras implicaciones históricas. Durante la disputa diplomática con Estados Unidos, los abogados de la compañía Philo S. Shelton presionaron para que el presidente de aquel entonces, Franklin Pierce, extendiera la soberanía estadounidense sobre la isla (la anexión), lo que podría implicar lógicamente, como en México, acciones armadas (Manrique, 2004). En el mismo arco temporal de exigencias abusivas promovidas por Eames, y frente a la incapacidad de cobrar las reclamaciones, la agresividad alcanza nuevas cotas.

las pretensiones de los interesados Philo S. Shelton y Sampson & Tappan llegaron al extremo de pedir por medio de su apoderado Henry S. Stanford al Gobierno americano, que les diera una lettre de requeté, que los autorizase a tomar por su propia cuenta las medidas de fuerza que estimasen convenientes para defenderse ellos mismos contra Venezuela (Arcaya, 1964, p. 196).

Los intereses privados configuraron la política exterior de EE.UU. de aquella época y no al revés. Un dato que, más allá del contexto, se enmarca en las líneas maestras de la Doctrina Monroe y del Destino Manifiesto, donde el capital privado expande y da forma a la construcción del imperio desde sus inicios.

Aunque tiempo después se terminan pagando algunas indemnizaciones bajo una inmensa presión, la República de Venezuela ganaría el litigio y conserva la soberanía de Aves e impone condiciones para la explotación del guano. Sin embargo, en términos políticos y jurídicos, el conflicto remodelaría la política exterior estadounidense de la época.

En 1856, en pleno fragor de la disputa, Estados Unidos emite la The Guano Islands Act, una ley que facultaba la anexión de islas guaneras a la soberanía estadounidense que se encontrarán “deshabitadas” o sin reclamantes al momento de la ocupación.

En términos más generales, la Ley de las Islas Guano es importante como una indicación muy temprana de las ambiciones imperiales de Estados Unidos. Puerto Rico y Guam, después de todo, eran ellos mismos adquisiciones imperiales, ganadas en la guerra de una potencia imperial rival (Matthews, 2014).

 El intento de anexar Aves fracasó, aun con la ley entrada en vigencia, pero abriría nuevas facultades e instrumentos de excepcionalismo imperial. The Guano Islands Act viabilizó la primera expedición imperialista de Estados Unidos en ultramar, una fase que continuaba la expansión terrestre al oeste de los colonos blancos (Immerwahr, 2019). Empleado este instrumento, Estados Unidos se apoderó de más de 100 islas guaneras en el Caribe y en el Pacífico, en una competencia abierta por el control del recurso con los británicos y holandeses (Immerwahr, 2019). The Guano Islands Act convirtió al Mar Caribe en la zona cero de las tempranas ambiciones imperialistas de Estados Unidos. La carrera por el guano también trazaba el camino que terminaría en la ocupación colonial de Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam, luego de batirse en armas con el imperio español en 1898.

Las líneas generales de la expansión estadounidense en ultramar, fijadas en la carrera por el guano, se enmarcarían en una estructuración más amplia (Schrader, 2019). Las primeras olas de expansión imperial de Estados Unidos tomarán el legado de dominio marítimo y comercial de los británicos, buscando una presencia fuerte y sostenida tanto en el Pacífico como en el Caribe. Luego de finalizada la primera Guerra del Opio (1839–1842), Estados Unidos vio la oportunidad de negociar un tratado comercial con China para obtener una línea de suministro independiente que le diera acceso a los demandados productos de Asia. Efectivamente, lo logra, en 1844, con el Tratado de Wangxia. El famoso comodoro Matthew Calbraith Perry, líder de la Armada estadounidense, fue uno de los dirigentes de una expedición que le abría definitivamente a Estados Unidos las puertas del Pacífico. Perry también fue comandante del US Germantown durante la guerra contra México, labró sus glorias militares en la misma embarcación que se estacionó frente a las costas venezolanas para presionar a su gobierno bajo el comando de Lowndes. El comodoro Perry, en su Narrativa de la expedición de un escuadrón estadounidense a los mares de China y Japón, construiría una base filosófica que luego usaría en 1890 Alfred Mahan, en su obra La influencia del poder marítimo en la historia, 1660–1783, para delinear la doctrina de expansión naval de Estados Unidos, tomada por Theodore Roosevelt como imperativo estratégico del imperio. En este trayecto histórico, el conflicto por la Isla de Aves jugó un papel fundamental al dotar a Estados Unidos de un instrumento jurídico que lo legitimaba (autorreferencialmente, como siempre) a buscar en ultramar su propia formación imperial. Aves no solo inspiró el expansionismo gringo, sino que relata una línea de desarrollo en paralelo a la del comodoro Perry en el Pacífico. Las disputas diplomáticas, el acoso vía litigios y las agobiantes reclamaciones que tuvieron su punto clímax en Aves, convirtieron a Venezuela en un país clave para los intereses geopolíticos de Estados Unidos en el largo plazo. Esa tensión continuará y se expresará más adelante de diversas formas. Pero el modo de representar al país como asentamiento minero perdurará y cruzará el siglo.

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AUTOR
William Serafino
ASOCIADO