Mulberry Street en New York, 1905, pavimentada

EE.UU. contra Venezuela, las raíces históricas del conflicto: Asfalto y guerra (II)

“En el lecho donde se realizó ese ayuntamiento del dólar y el machete nació la Venezuela de nuestros tiempos”.

Domingo Alberto Rangel

La corrompida oligarquía caraqueña, en el reparto del botín, mezcló sus apellidos e hipotecó su discutible prosapia colonial con politiqueros y aventureros de toda laya”.

Federico Brito Figueroa

En ese momento de celos interimperialistas encajaba perfectamente Venezuela, que atravesaba una de sus situaciones más pronunciadas y serviría casi como el modelo óptimo para una prueba de vasto alcance a los intereses en juego y los límites de la acción de cada uno de los polos imperialistas en pugna”.

Manuel Rodríguez Campos

PAISAJE SOCIAL Y GEOPOLÍTICO

El siglo XIX venezolano es el siglo de la guerra, el caos y la disgregación. Los costos acumulados y las lesiones económico-financieras de la Guerra de Independencia trascienden al proyecto republicano de 1830, lo que configura un cuadro social y político revestido con nuevos actores de origen extranjero que ejercen un peso objetivo sobre el destino del país. A partir de 1830 en adelante, se van posicionando como figuras determinantes las casas comerciales británicas y alemanas, sustituyendo el papel económico dominante que tuvo el mantuanaje caraqueño en la era colonial, ya que sus principales apellidos fenecieron en el fuego cruzado de las cruentas batallas por la emancipación política. 

Más allá de las fronteras, al finalizar las guerras napoleónicas, los Países Bajos ceden sus posesiones coloniales de Demerara, Berbice y Esequibo a Gran Bretaña, vencedor de la disputa europea contra el Imperio francés, concluida en 1815. Con base a esas posesiones adquiridas organizan la colonia de Guayana Británica. En 1841, y luego de varios viajes de exploración e intentos de demarcación correspondiente a años anteriores, el gobierno británico instruye a Robert Hermann Schomburgk para que defina las fronteras de la reciente colonia con la República de Venezuela. Schomburgk, de forma abusiva, extendió las fronteras del dominio británico más allá del río Esequibo, límite reclamado por Venezuela como su frontera oriental acorde a la organización de la Capitanía General durante el Imperio español. El reclamo por parte de Venezuela no se hizo esperar. Su representante diplomático en Londres, Alejo Fortique, protestó la publicación de la cuestionada “línea Schomburgk” al tratarse de un desconocimiento de la soberanía nacional. Empezaba así un largo ciclo de despojo progresivo alimentado por la ambición de los británicos de dominar los ricos depósitos de oro ubicados en las zonas de El Callao, Guasipati y El Dorado, donde confluyen los ríos Cuyuní y Yuruari.

Como indica el investigador Juan Almécija Bermúdez, para 1850 la estrategia británica consistía en la apropiación territorial de las cuencas auríferas venezolanas, empleando para ello diversos mecanismos y tácticas de negociación:

Los diplomáticos ingleses, al saber que los placeres auríferos caían fuera de la línea Schomburgk de 1839, procederían a plantearse las posibles estrategias que debían seguirse, con el fin de anexar los prometedores territorios a la colonia británica. En este orden de ideas, Mathison, el incansable Vice-Cónsul, en despacho privado y confidencial, le sugería a Wilson [cónsul británico en Caracas] que Inglaterra podría renuncia a Punta Brima a cambio de una línea que, partiendo de Punta Nassau, se dirigiera al oeste del río cuyuní (Bermúdez, 1987, p. 17).

También en 1850, pero unos mes es antes, en otro mensaje del vicecónsul Kenneth Mathison al cónsul Belford H. Wilson, se planteó la posibilidad de una anexión total de la Guayana venezolana a la corona británica: “…el sentimiento general, expresado públicamente, en cualquier parte, es un deseo ardiente de que aquí gobierne Inglaterra y, en mi opinión, ese sentimiento se hace más fuerte a medida que pasa cada día” (Mathison en Bermúdez, 1987, p.17).

La urgencia por dominar las ricas fuentes de oro en territorio venezolano respondía a un factor coyuntural relacionado a problemas económicos específicos en la posesión colonial británica, un escenario que, a su vez, potenció las ambiciones del capital estadounidenses para involucrarse en la explotación de la zona:

Las líneas que anteceden ponen de manifiesto que el interés inglés por los territorios ubicados al oeste del Esequibo no fue gratuito. Más aún, los problemas económicos afrontados por la Guayana Británica durante las décadas de 1850 y 1880, fueron tan graves que permitieron ver en el oro descubierto en Venezuela la alternativa salvadora. En este orden de ideas, sería a partir de 1845 que la industria azucarera, principal actividad de la colonia, entraría en profunda crisis que, casualmente y para desgracia de Venezuela, conduciría con el descubrimiento de los ricos placeres auríferos de la Guayana venezolana (1987, p. 19).

Por otro lado, la gran propiedad territorial continúa su cambio de manos, encontrando en las figuras militares de alto rango del ejército libertador sus nuevos beneficiarios, tal como indicaba Orlando Araujo.

Las masas rurales paupérrimas, defraudadas por la revolución de Independencia, vegetan ahora entre la esclavitud y la servidumbre. Sobre ellas remacha su dominación el oligopolio de la tierra, que se hace cada día más poderoso, más concentrado, más explotador. A los nombres de los antiguos latifundistas se van sumando los de los militares y políticos afortunados. A los Mendoza, a los Mijares, a los Freites, a los Tovar, se añaden ahora los Monagas, los Oriach, los Isava, etcétera. Todos estos nombres comen tierra y hacen del siglo XIX venezolano un siglo terrófago (Araujo, 2013, p. 33).

La extensión del dominio latifundista entierra las promesas políticas y económicas de la independencia, bestializando a campesinos y conuqueros que lo apostaron todo en el combate contra los españoles. El predominio del latifundio, además, será el sustento de nuevos caudillos regionales y locales en permanente disputa. El resultado es el estancamiento, la disgregación y las guerras cíclicas, catalizadas por la presión de las potencias extranjeras, su influencia abusiva y la depresión de los precios en el mercado mundial de los productos agrícolas exportados por Venezuela. Los nuevos estados (organizados en provincias) de la República, a partir de 1830, se erigen como instancias autónomas donde la figura presidencial tiene una incidencia institucional limitada, más allá de los intentos de centralización que fracasaron una y otra vez, pero que sirvieron de ingrediente para la disputa entre conservadores y liberales. 

Con la Guerra Federal (1858-1863) las contradicciones económicas y sociales acumuladas explotan en un enfrentamiento generalizado que moviliza a conuqueros y campesinos pobres contra el predominio y los privilegios de comerciantes y terratenientes. Al vencer los federales comandados por Ezequiel Zamora, Venezuela adquiere una constitución federal que consagra, nominalmente, conquistas políticas y económicas de corte liberal-popular que son traicionadas al poco tiempo. Los efectos del sangriento conflicto retrasan la economía del país a tiempos previos de la Compañía Guipuzcoana (Salcedo Bastardo, 1972). Son catastróficos los efectos económicos que dejó la contienda.

Los suelos productivos quedaron calcinados por los incendios y por la ausencia de la mano trabajadora, con lo que se redujo el estímulo para la producción y el desarrollo agrícola; la cría se había extinguido violenta y lentamente; las propiedades se habían tornado improductivas; las familias quedaron desamparadas; los caminos de penetración campesina, reducidos a vías de aproximación militares necesarios para el desarrollo de la guerra (Arcay, 1975, p. 168).

En este contexto, el cacao y el ganado, pilares del siglo XVI al XVIII venezolano, van perdiendo centralidad debido a la destrucción física de las plantaciones y haciendas, mientras el café, en paralelo, comienza a despuntar como el recurso base de la economía venezolana en el registro de las exportaciones. El conflicto más importante después de la independencia no dinamita la estructura latifundista del país, sino todo lo contrario: la refuerza y solidifica. 

En la segunda mitad del siglo XIX, la propiedad territorial agraria, a pesar de los elementos de cambio introducidos por la guerra social de 1858-1863, se incrementa poderosamente. Nos referimos al latifundio caracterizado por la posesión por un escaso número de personas de grandes extensiones de tierra, cultivadas en áreas limitadas, y en cuyos dominios rigen relaciones de producción de tipo feudal: peonaje, arrendamiento de la tierra, renta en trabajo personal, especie y a veces en dinero (Brito Figueroa, 1979, p. 293).

El destacado investigador venezolano Federico Brito Figueroa profundiza la tesis de la prolongación del latifundio y aporta cifras e insumos estadísticos de importancia cardinal para la comprensión de la Venezuela de la época.

La situación de la propiedad territorial agraria confirma la hipótesis, sobre todo que como resultado de la guerra social de 1858-1863 el latifundio no sufrió cambios estructurales. En 1873, la superficie de tierra considerada como propiedad privada estaba calculada en 15.890 leguas cuadradas, distribuida entre 29.202 agricultores y ganaderos, pero solamente 980 propietarios controlaban 8.400 leguas cuadradas; en 1881, la tierra censada como propiedad privada ascendía a 16.970 leguas cuadradas y el número de propietarios a 20.176, pero únicamente 1.022 controlaban 9.275 leguas cuadradas (1979, p. 295).

CRISIS DE PODER

En la década de 1860, Venezuela transcurre entre el hundimiento económico, la crisis política y la inestabilidad institucional como resultado del conflicto armado, que converge con la profundización de las presiones extranjeras. Los primeros gobiernos federales de Juan Crisóstomo Falcón y Manuel Enrique Bruzual no logran consolidar una estructura de poder. El contexto de fragilidad, disputas a lo interno del gobierno y rivalidad caudillista crea las condiciones favorables para la Revolución Azul (1868), un movimiento armado de coalición liberal-conservadora comandado por José Tadeo Monagas, precedido por la revuelta conocida como “La Genuina”, protagonizada por el poderoso caudillo Luciano Mendoza, en 1867. Los Azules de Monagas alcanzan el poder luego de provocar la huida de Bruzual de Caracas, quien se encontraba en minoría de tropas y sin capacidades logísticas para defender a la ciudad. Se desplaza al Puerto de la Guaira donde intenta mantener en pie su gobierno, pero no logra resistir el asedio comandado por el hijo del afamado caudillo oriental, José Ruperto Monagas. José Tadeo logra sacarse la espina del golpe propinado por Castro una década antes e instala un nuevo gobierno, sin embargo, no podrá saborear la victoria por mucho tiempo: el oriental muere a finales de 1868, con 83 años de edad. Se rompe la coalición que había armado para asaltar el poder. En medio del caos y jugando un papel estelar la disputa entre José Ruperto y su primo, Domingo Monagas Carrero, en 1869 es designado como presidente provisional el hijo de José Tadeo mediante el Congreso.

El movimiento, lejos de aminorar la inestabilidad, la acentúa. El general Venancio Pulgar está sublevado en Maracaibo y representa el mayor desafío político y militar del gobierno. José Ruperto deja la presidencia en manos de Guillermo Tell Villegas para ir a batirse en armas con Pulgar. La rebelión es controlada y vuelve el hijo de Monagas al poder. En 1869, Antonio Guzmán Blanco regresa al país y comienza a liderar la oposición al gobierno, agrupa a los liberales descontentos y a otros factores de poder en desacuerdo con el sucesor de José Tadeo. Comienza una intensa campaña de opinión pública, expone su figura y un ataque con piedras a su residencia lo obliga a refugiarse en la legación estadounidense. Sale rumbo a Curazao y comienza a organizar con rapidez una invasión para derrocar al gobierno. Lo acompañan los caudillos fundamentales de la Guerra Federal, Joaquín Crespo y Francisco Linares Alcántara, entre otros. En febrero de 1870 invade el país por la región de Coro, organiza un ejército y emprende su camino hacia Caracas la Revolución de Abril.

Distintas propuestas emanan desde el Congreso Nacional para encontrar una solución pacífica, pero la propuesta de Guzmán Blanco, cuyo objetivo era constituir un nuevo cuerpo legislativo, no es escuchada. Las horas del gobierno están contadas. El 27 de abril llegan a Caracas y derrotan a las fuerzas militares de José Ruperto Monagas. Inicia el dominio autocrático de Guzmán Blanco y la era de preeminencia del Liberalismo Amarillo. En este cuadro de acontecimientos, destaca la figura de Luciano Mendoza. Luego de pertenecer a las filas de Ezequiel Zamora durante la Guerra Federal, sus desencuentros con Juan Crisóstomo Falcón lo acercan a la última aventura militar de José Tadeo Monagas. Sin embargo, luego del ataque contra la residencia de Guzmán Blanco, Mendoza abandona al gobierno y se une a la Revolución de Abril. Llega a Caracas junto a las tropas que acabarían con el gobierno al que le dio su apoyo. Mendoza se convirtió en un caudillo de confianza del nuevo gobierno liberal, comandando escuadrones contra los estertores de la Revolución Azul. Aunque no es un comportamiento exclusivo de su persona, el pragmatismo oportunista de Mendoza resume con exactitud la mentalidad del caudillo de esa época, la flexibilidad de su esquema de lealtades y la facilidad para saltar de bando y posicionarse siempre en la facción ganadora. Este modelo de conducta se erigirá como una tradición política que abarcará lo que queda de siglo y será el hilo conductor de la incipiente modernización del país bajo el impulso de la explotación petrolera.

El estilo de una época. (Foto: Detroit Publishing Co.)

Las huellas de la Guerra Federal sobre la política venezolana son profundas. El conflicto fue un punto de inflexión que formalizó el desplazamiento de la élite política oligárquica que comandó la República desde 1830, por un lado, y la incorporación de nuevos líderes y actores político-militares, por otro. Del sangriento y prolongado conflicto emerge una nueva capa dirigente, que deja “el comando supremo de la República, en manos inexpertas” (Arcay, 1975, p. 168). El nuevo contorno de líderes del país vence al antiguo status quo, pero sin capacidades probadas para manejar una transición hacia un nuevo orden político que cumpliera las promesas de igualdad que los llevó al poder, independientemente de que el conflicto produjera la maduración definitiva de las ideas de igualdad en el discurso político venezolano. Como afirma Jacinto Pérez Arcay:

Finalizada la Guerra Federal se produjo un vacío de poder porque no hubo solución de continuidad entre el gobierno de Páez, que representaba los últimos estertores de una clase oligarca dirigente, y el gobierno de Falcón, representado por militares sin experiencia política ni administrativa. Ello tradujo debilitamiento del Estado y acrecentó, a la vez, en forma inmediata, el germen del caudillismo; es decir, creó la necesidad de que los hombres se agruparan gregariamente alrededor de otros hombres –protectores más eficaces que el Estado– a los estaban ligados por relaciones psicológicas y socioeconómicas (1975, p. 175).

En la misma línea de Arcay, Domingo Alberto Rangel emite un juicio contundente que explicaría el estancamiento económico y la inercia política que gobernaría a Venezuela luego de la Guerra Federal:

Así se destruyó una clase dirigente, los oligarcas, sin que los federales crearan otra clase de la misma jerarquía. La rapiña más cruda fue el objeto de estos antiguos explotados que encumbró la guerra. Una peonada descontenta porque no alcanzó las metas que buscó en la contienda, una clase dirigente de menor capacidad que los oligarcas para dirigir la economía y un sistema de arbitrariedad, en el podía ejercerse sin trabas la rapiña, fue el legado de una guerra que se libró bajo la égida de las más generosas ideas (Rangel, 1968, pp. 22-23).

Pese a estos factores de poder, y a la incapacidad de hacer cumplir las proclamas de Ezequiel Zamora, la Guerra Federal implicó un cambio radical en la cultura política venezolana, pues

…se consiguió derribar, en principio, las diferencias de casta y afianzar la conciencia social de nuestro pueblo. La Guerra Federal también contribuyó a que ascendieran al latifundio y al poder militar quienes habían sido vetados anteriormente por causas de color, dignidad, educación y rentas (Vilda, 1999, p. 134).

El acontecimiento produjo una violenta ruptura con el pasado en términos de formación estatal y sus basamentos ideológicos.

La ideología liberal republicana fue el instrumento que en definitiva permitió efectuar la ruptura con el pasado monárquico absolutistas y con sus secuelas. Esta tarea altamente revolucionaria la cumplió el liberalismo con tenacidad y eficacia ahora inobjetables. Tenemos la República (Carrera Damas, 1993, pp. 6-7).

Aunque estas consecuencias en el ámbito cultural y político se verán en el largo plazo, la instalación de una nueva élite política inexperta contribuiría a la debilidad institucional en el tiempo inmediato. Este nuevo cuadro político sería visto por Estados Unidos y el Imperio británico como una oportunidad para ganar posiciones y reforzar su influencia comercial y económica sobre los destinos de la República, en el marco de una rivalidad que abarcaría todo el siglo y más allá.

El CAPITALISMO MUNDIAL EN LA ERA GUZMANCISTA

La disputa fronteriza con el Imperio británico va aumentando la temperatura a medida que se desarrolla una intensa carrera empresarial para enarbolar proyectos de extracción aurífera en las décadas de 1860 y 1870. Así, la Guayana venezolana se transformaría en una zona de competencia interimperialista, puesto que

La industria de los países capitalistas en la segunda mitad del siglo XIX fue enormemente devoradora de productos naturales, y Venezuela comenzó a ser conocida como poseedora de un territorio particularmente dorado en ese aspecto: cobre, carbón, asfalto, petróleo, guano, caucho, etc. (Deluca, 2001, p. 97).

En 1865, le fue otorgada en Guayana y Amazonas una concesión de 240.000 millas cuadradas al ex soldado de Virginia Henry Price, quien sirvió como capitán del ejército confederado que resultó derrotado en la Guerra de Secesión estadounidense: el evento militar que confirmó el dominio político, ideológico y territorial de los capitalistas del norte sobre los esclavistas del sur. El proyecto tenía como objetivo implantar una “colonia confederada productora de algodón y tabaco, es decir, crear un nuevo sur de los Estados Unidos en Venezuela” (Bermúdez, 1987, p. 48).

La fiebre del oro cambió la orientación inicial del proyecto. Los colonos estadounidenses crearon una compañía para la extracción de oro en 1867, sin embargo, esta pretensión fracasó al tiempo y en 1869, fue revocada la concesión por incumplimiento de contrato (Deluca, 2001). “Los modestos empeños de Venezuela por atraer inmigrantes estadounidenses tuvieron poco éxito” (Ewell, 1999, p. 100). Durante 1870 se crearon varias empresas estadounidenses con el objetivo expoliar las reservas de oro de Guayana. Muchas de ellas concluyeron en fracaso, siendo vendidas, en última instancia, en el mercando de valores de Londres, y luego reorganizadas con capitales venezolanos e ingleses que, como indica Bermúdez, representó “una formidable avanzada del imperialismo británico” (1987, p. 60).

La expansión del capitalismo industrial en Estados Unidos y Gran Bretaña hacia 1870 requería de nuevos mercados y una mayor apertura de las inversiones en la periferia para exportar el excedente acumulado. Concretamente en Venezuela, dicha urgencia se debía saldar con una nueva ecuación de poder que fuera lo suficientemente sólida como para aplacar la rivalidad caudillista y establecer cierta estabilidad interna, pero al mismo tiempo lo suficientemente laxa en términos de soberanía nacional para viabilizar la inserción de capitales foráneos, priorizando el apoyo del Estado como garante y protector a nombre de la nación de dichas inversiones. “En Venezuela, como en otros países latinoamericanos, la integración al mundo capitalista fue resultado de la imposición política del Estado, más que de la evolución espontánea de la economía interna” (Deluca, 2001, p. 47).

El hombre llamado a articular a Venezuela con el capitalismo mundial sería Antonio Guzmán Blanco, “deslumbrado por París, que ejerció sobre él una atracción paradigmática” (Izard, 1987, p. 194) durante su estancia en Europa como ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores de Falcón, caudillo dirigente de la Revolución de Abril, influido por las ideas de libre mercado y bien conectado con los circuitos financieros de Londres, tras fungir como intermediario a nombre del Gobierno venezolano en la negociación de un empréstito con la Compañía General de Crédito de Londres por un millón quinientas mil libras esterlinas en 1864. El caudillo amasó una pequeña fortuna extrayendo una atractiva comisión de la negociación. Además, estrechó sus relaciones con la poderosa familia Boulton, aprendió las técnicas de los negocios privados de la época y creó una coalición de intereses en torno a su figura personal con la burguesía comercial y el capital extranjero de origen británico, estadounidense, alemán y francés.

La amistad de Guzmán Blanco era el medio para acceder a posiciones privilegiadas en el ámbito económico y comercial. Desde el caudillo amarillo en adelante se consolida

…la burguesía comercial-usurera, ligada al monopolio comercial y al intercambio en dinero y en valores. Era una clase social rapaz y agiotista, que de modo indirecto, porque no participaba en el proceso de la producción, explotaba a todas las capas sociales, incluyendo sectores de las clases dominantes. Su poder económico era tan importante que, a fines del siglo pasado, la Administración Pública dependía de los préstamos que suministraba la burguesía comercial (Brito Figueroa, 1979, p. 332).

La influencia que ejerce el mundo occidental sobre Guzmán Blanco lo lleva a dirigir un proyecto de modernización importado, cuyas bases fundamentales serían la promoción de la inmigración europea, el establecimiento de ferrocarriles, la extracción de recursos naturales, la centralización política, la instrucción pública, la organización efectiva de la recaudación fiscal y la apertura a inversiones y capitales extranjeros bien conectados al entorno íntimo del denominado “Ilustre Americano”.

A grandes rasgos, el enfoque del guzmanato consistía en construir un clima de orden que otorgara seguridad a los capitales occidentales (sobre todo británicos y estadounidenses), favoreciendo con su implantación un aumento de las rentas fiscales y una mayor exportación de productos agrícolas a los centros metropolitanos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, donde un aumento sostenido en la demanda de café representaba una oportunidad de articulación de Venezuela con el oleaje del capitalismo industrial de la época. Bajo este paradigma, y apoyándose en el afrancesamiento de la arquitectura y la organización del espacio público, la reorganización de los ministerios y del aparato educativo, a lo que debe incluirse una separación más sólida entre Iglesia y Estado, Venezuela se acercaría a los cánones de la modernidad europea, un cálculo que obvió las dinámicas propias que heredaba del país y los intereses de los capitales extranjeros, comprometidos en otorgarle a Venezuela un papel periférico y de exportación de productos primarios dentro de la división internacional del trabajo a escala global. El primer mandato de Guzmán Blanco

…coincidió con una coyuntura favorable para la agricultura excedentaria, especialmente el café; ello facilitó en parte que grupos financieros europeos intentaran iniciar la red ferroviaria: por supuesto, no para facilitar los intercambios, sino para obtener leoninos beneficios con la especulación bursátil y colocando en Venezuela los excedentes siderúrgicos. Hubo también inversiones en la minería o el comercio y empréstitos directos al Estado. Entre 1871 y 1890 se calcula que la inversión forastera alcanzó justamente el valor de las recaudaciones totales del Gobierno (Izard, 1987, p. 194).

Durante el guzmanato y “bajo la tutela del capital extranjero surge la primera oligarquía económica de la República, especialmente afincada en la banca y en los monopolios importadores” (Vilda, 1999, p. 135). Destaca el afianzamiento de las casas comerciales británicas, alemanas, la apertura del Banco de Maracaibo (1882) y otras instituciones de perfil similar, la entrega de amplias concesiones, pero también el posicionamiento definitivo del café como el rubro estrella de la economía venezolana. Como indica el investigador Carmelo Vilda:

El café se revaloriza en los mercados internacionales y aumentan los ingresos fiscales. No contribuye, sin embargo, a la mejorar las condiciones del pueblo ya que el modelo económico patrocinado implica alianzas con los comerciantes y prestamistas en detrimento de agricultores y obreros (Vilda, 1999, p. 137).

Aunque el balance económico, en términos generales, fue positivo desde la frialdad de las cifras, coyunturas económicas externas demostrarían la fragilidad de las expectativas de Guzmán Blanco. La naturaleza caótica del capitalismo industrial en la segunda mitad del siglo XIX se amplificaría dada la dependencia de Venezuela a las exportaciones de café y otros rubros agrícolas, replegando el crecimiento de las actividades económicas.

La crisis de 1873, la más profunda de las ocurridas durante el siglo pasado, que señala el comienzo del tránsito del capitalismo caracterizado por la libre concurrencia al capitalismo monopólico o financiero en los Estados Unidos y países económicamente más desarrollados de Europa, ocasionó, lo mismo que las anteriores, el descenso de los precios del café y del cacao; la crisis de 1882 depreció los frutos venezolanos a la época de la crisis de la agricultura con base esclavista (Brito Figueroa, 1979, p. 301).

EXPANSIÓN ESTADOUNIDENSE

Ya para la década de 1880, los capitalistas estadounidenses pisan fuerte en el escenario internacional como consecuencia de su victoria en la Guerra de Secesión dos décadas antes. Comienzan a despuntar los apellidos Rockefeller, Phelps, Carnegie, Westinghouse, Morgan, entre otros, como grandes figuras del capitalismo estadounidense en expansión. Justamente estos apellidos “pasaron a dominar y simbolizar el mundo de los grandes negocios, en la industria, el comercio y las grandes finanzas” (Deluca, 2001, p. 33). Con respecto a su actuación externa, Judith Ewell destaca que “verdadera expansión imperial de Estados Unidos es a partir de la masacre de indios de Wounded Knee en el año 1890, con lo que consolidó su dominio interior y se dedicó a la expansión exterior” (Ewell, 1999, p. 8).

El crecimiento de la producción industrial y agrícola de EE.UU. ejercía una fuerte presión por buscar nuevos mercados y, por razón de proximidad, sería América Latina la zona designada para posicionar su ascendente poderío comercial y económico. Esta aventura implicaba un desafío: la superioridad británica a nivel comercial y financiero, las redes de influencia constituidas a lo interno del Gobierno de Venezuela y sus manifestaciones concretas a través de negocios bancarios, prestamos contraídos y la relación estrecha con las casas comerciales europeas. Las concesiones para proyectos ferroviarios y una balanza comercial siempre favorable para los británicos, dejaba un espacio reducido para los capitales norteamericanos y la penetración de sus productos. Sin embargo, EE.UU. logró aumentar su influencia en Venezuela bajo una presión sostenida y aprovechando las circunstancias. El primer efecto concreto de esto fue la culminación y puesta en marcha del Ferrocarril Caracas-La Guaira en 1883, mediante las gestiones de William Pile, también ministro plenipotenciario norteamericano en Venezuela, quien logró reunir los capitales en Gran Bretaña y Estados Unidos para concluir el proyecto.

Durante esa década, se desarrollaría un intenso movimiento diplomático y de opinión pública para fomentar el intercambio comercial y adquirir nuevos espacios de influencia económica. En 1888, el cónsul norteamericano en Venezuela, Eugene Plumacher, intentaba convencer a los capitalistas de su país para que se arriesgaran en la aventura de conquistar el mercado venezolano, una acción que, además de reportar beneficios prácticos en lo económico, consolidaría las expectativas geopolíticas de EE.UU. Concretamente, el funcionario escribió: “cada empresa distintivamente norteamericana que pueda arriesgarse en este país desempeña su papel en realizar la supremacía máxima de los Estados Unidos” (Plumacher en Ewell, 1999, p. 90). El interés estuvo marcado por el café, un producto de alto consumo en Estados Unidos, pero también abarcaba el oro, el carbón y el asfalto, recurso ampliamente utilizado para viabilizar la frenética urbanización que trajo la industrialización en Estados Unidos a finales del siglo XIX. Esta combinación de factores puso a Venezuela en el centro de la atención como fuente de materias primas de primer orden. Por ende, las presiones por acceder a los recursos estratégicos del país y para “conseguir mercados, concesiones y otros privilegios sí contribuyó al desorden político en el país caribeño (Ewell, 1999, p. 82), precipitando choques de intereses dentro del Gobierno venezolano en cuanto a la administración de cuotas de influencia a las distintas potencias capitalistas de la época.

Las presiones surten en efecto y en 1882 llega a Venezuela el estadounidense Horatio Hamilton, en condición de representante comercial de una empresa neoyorquina. Se codea con agilidad en el círculo íntimo de Guzmán Blanco y, al año siguiente, consigue una concesión por 25 años para explotar los depósitos de asfalto en el Lago de Guanoco, ubicado en el inmenso Estado Bermúdez, entidad geográfica que contemporáneamente equivale a la sumatoria de los estados Sucre, Mongas y Anzoátegui. En este mismo impulso otra empresa estadounidense, la Orinoco Company, comenzaría a explotar mineral de hierro en Guayana. Para la planificación geopolítica de los Estados Unidos tenía tanto peso los recursos como la propia ubicación geográfica del país y su influencia geoestratégica tanto en el Caribe como hacia el sur del Continente. En resumen, Venezuela “formaba parte del litoral caribeño y los acontecimientos en Venezuela le daban la oportunidad para reforzar su hegemonía en esa área estratégica” (Rabe, 1982 p. 4), coincidiendo con la “necesidad –para finales del siglo XIX– de exportar capitales y con ellos a expandir no solamente su poder político que se ensancha a la par en que se dinamiza su maquinaria industrial (Saldivia, 1988, pp. 22-23).

En 1885, Hamilton transfiere su concesión sobre el lago de asfalto más grande del mundo en aquel entonces a la New York and Bermudez Company, filial de la estadounidense General Asphalt. La compañía comienza a explotar el depósito del estratégico mineral en 1887 (Lieuwen, 2016). La empresa tenía importantes conexiones en el Ejecutivo estadounidense que salieron a relucir cuando entró en conflicto con las autoridades venezolanas por la disputa de la concesión frente a una empresa rival, también norteamericana, Warner Quinlan. Describe Judith Ewell que “el segundo vicepresidente [de la New York and Bermudez Company], el general Avery D. Andrews, era amigo y socio de William McKinley y Theodore Roosevelt” (1999, p. 123).

Carga de asfalto venezolano. (Foto: Library of Congress, US)

Esta apertura mucho más acentuada hacia los capitales estadounidenses coincide con el agravamiento de la crisis diplomática con el Imperio británico, quien además de ampliar sus reclamos ilegales hasta las zonas de Guasipati, El Callao y la desembocadura del Orinoco en Punta Barima, persiste en incursionar de manera continua en territorio venezolano donde se ubican los yacimientos auríferos más importantes. Guzmán Blanco buscaba generar un contrapeso a las presiones británicas. En 1887, Venezuela rompe relaciones diplomáticas con Gran Bretaña debido a las continuas violaciones a la soberanía nacional. Al mismo tiempo se busca la mediación de Estados Unidos. En 1895, miembros de la policía colonial invaden territorio venezolano en las cercanías del río Cuyuní y se enfrentan a militares venezolanos, resultando derrotados y capturados los invasores.

El incidente provoca un giro en EE.UU., quien se involucra directamente para defender sus intereses en Venezuela, concretamente la ruta de suministro de asfalto, pues a manos de la New York and Bermudez Company, “doscientas cincuenta toneladas salieron de Guanoco ese año [1891] y un poco más de mil toneladas en 1892. Hubo un ligero incremento en 1893” (Carreras, 1992, p. 317). El asfalto extraído desde Venezuela (y también desde la isla de Trinidad) aceleró la pavimentación de los Estados Unidos, principalmente en las ciudades industrializadas de la costa este (Skidmore, 1960) y de las redes de carreteras (Tinker Salas, 2015), donde ya hacían su aparición los carros eléctricos.

En julio de 1895, respondiendo en el secretario de Estado de Grover Cleveland, Richard Olney, invoca la Doctrina Monroe y, dos años después, obliga a Gran Bretaña a aceptar un arbitraje para dirimir la controversia territorial. La maniobra tiene un significado crucial a nivel continental, ya que, a juicio de Antonio Montilla Saldivia, Estados Unidos lograba por primera vez una posición formal de “supremacía con respecto a las potencias europeas (1998, p. 23). Estados Unidos se impone a nivel geopolítico frente a Gran Bretaña aprovechando el contexto de la controversia territorial con Venezuela, acelerando a partir de allí su expansión imperial de forma decisiva sobre el continente. Esto quedará demostrado, tan solo un año después, con la ocupación estadounidense sobre Cuba, Puerto Rico y Filipinas luego de arrebatarle su control al Imperio español tras derrotarlo militarmente.

En síntesis, “al forzar a Gran Bretaña a aceptar el arbitraje, Estados Unidos demostró su protectorado sobre el área del Caribe” (Rabe, 1982, p. 8). Finalmente, el Laudo de París de 1899 formalizaría el despojo del Imperio británico sobre el territorio esequibo, pero excluyendo las desembocaduras del Orinoco. EE.UU. representó a Venezuela durante el arbitraje, evitando que se defendiera directamente, y en última instancia favoreció los reclamos ilegales de Gran Bretaña. Estados Unidos se erigía, definitivamente, como el árbitro estratégico del continente, distribuyendo posesiones territoriales y controlando otras directamente. La Doctrina Monroe adquiría un mayor vigor y anunciaba nuevas etapas de expansión del poderío estadounidense.

CLASES SOCIALES EN PUGNA

En 1888, Guzmán Blanco abandona el poder político y con ello se abre un nuevo ciclo de inestabilidad y crisis política. Pese a la apertura a los capitales extranjeros y la política de concesiones, el guzmanato no logra, salvo en el ámbito de la minería y la navegación, levantar los suficientes recursos (Deluca, 2001) para desarrollar con efectividad el plan de modernizar a Venezuela según los cánones europeos. La salida de Guzmán desestabilizó el equilibrio de poder de los caudillos del Liberalismo Amarillo, ocasionando el ascenso y caída de Raimundo Andueza Palacio, la llegada al poder de Joaquín Crespo con la Revolución Legalista y el último intento de reestructurar el sistema con Ignacio Andrade (Izard, 1987). Las fuerzas económicas y sociales que se han venido forjando en la segunda mitad del siglo XIX tomarán forma distintiva en la crisis terminal del Liberalismo Amarillo, y definirán la política del país en la bisagra entre siglos, donde un nuevo enfrentamiento con Estados Unidos (esta vez más agresivo) y la reconfiguración cultural de la nación serán atributos centrales.

En Táchira, un joven andino llamado Cipriano Castro se abre paso en la política. En su juventud, estudia en el Seminario de Pamplona (Colombia), viéndose influenciado por las ideas de avanzada de lo mejor del liberalismo colombiano de la época, representado por Vargas Vila y Rafael Uribe Uribe (Ponce, 2006). Castro inicia una prometedora carrera política y militar en los Andes, la cual se ve interrumpida años después, cuando a consecuencia de su afiliación a las tropas derrotadas de Andueza Palacio frente a la Revolución Legalista de Crespo, se ve obligado a exiliarse en Cúcuta, sitio donde su pensamiento político continuará madurando. Individualmente, Castro representa un personaje intelectualmente avanzado para la época, sin embargo, socialmente es quien encarna una nueva clase social que se abrió paso a partir del cultivo de café y la ganadería.

Carga de asfalto a orillas del Lago en Guanoco, Estado Bermúdez. (Foto: El Cojo Ilustrado)

Táchira, a diferencia del cuadro común del país en la segunda mitad XIX, destaca por estar excluida de las rémoras políticas y sociales del latifundio y la guerra civil que estancaron a la nación venezolana. Vegas amplias y productivas, la conexión con los circuitos bancarios de Maracaibo para la exportación del café, la proletarización de mano de obra migrante de los llanos de Barinas, pero también de Colombia, y la hechura de un sistema estable de pequeña propiedad agraria y familiar, con sus consecuencias directas en el férreo arraigo territorial, convirtieron al Táchira en “sociedad mercantil de atisbos capitalistas” (Rangel, 1974, p. 33).

Cipriano Castro, apodado “El Cabito”. (Foto: Proyecto Flickr Commons y New York Times)

 Estas condiciones materiales harán de Táchira el núcleo formativo de una burguesía agraria y mercantil, que, a juicio de Domingo Alberto Rangel (1974), ha ido madurando lo suficiente como para conquistar el poder político y “moldear la evolución de la economía conforme a pautas de mercantilismo con pujos capitalistas” (p. 21), premisa que pasaba necesariamente por construir un Estado nacional realmente existente que dinamitara las mediaciones políticas del caudillismo. Esa clase social ascendente es a la que Castro le dará una expresión política y militar con la Revolución Liberal Restauradora de 1899. El paisaje social del Táchira, a juicio del economista venezolano, también distaba del resto del país al consolidar lentamente una capa de clase media de pequeños propietarios y profesionales, con estudios y expectativas de progreso, que dotan a la región de un espíritu de empresa que resaltaba sobre el inmovilismo y el estancamiento generalizado del campesinado bajo el azote del latifundio. Por esa razón es que la Revolución Liberal Restauradora inició como un ejército de jóvenes bachilleres, un retrato de las nuevas fuerzas sociales de la época en pugna contra el declinante Liberalismo Amarillo. O, en palabras de Rangel, “la contradicción entre capitalismo mercantil en el Táchira y feudalismo más o menos genuino en el resto del país solo podía liquidarse mediante una guerra” (p. 21).

Mientras esta nueva clase social se emulsiona con la economía cafetera en Táchira como resultado del caos de la Guerra Federal, Manuel Antonio Matos, hijo del adinerado comerciante Manuel Matos Tinoco, concluye sus estudios en Europa y Estados Unidos. A su regreso al país sigue las huellas del legado de su padre e impulsa la creación de proyectos bancarios y casas comerciales. Logra acceder al círculo íntimo de Guzmán Blanco al contraer matrimonio con la hermana de su esposa, María Ibarra, en 1875. A partir de allí, y como indica la historiadora Catalina Banko (2007), Matos se convertirá en un operador financiero de relevancia de Guzmán Blanco, asumiendo como prestador de dinero en primera línea del gobierno, de las casas comerciales y agente de confianza para contrataciones internacionales de diversa índole a nombre de la República.

A finales de la era guzmancista, Matos ya “ha construido una base política y económica bastante sólida que le permite actuar con mayor independencia” (Banko, 2007, p. 32), adquiriendo con ello una presencia pública mucho más notoria. La presencia del banquero en el laberinto del poder político venezolano se sostendrá en el tiempo. Figurará como ministro de Hacienda de Andueza Palacio, lo que provocará choques con Joaquín Crespo una vez tome el poder; años después se opone a la absorción del Banco de Venezuela por parte del alemán Disconto Gesellschaft, y volverá a ser Ministro de Hacienda, esta vez con Ignacio Andrade, quien alcanzó el poder mediante un fraude aupado por Crespo contra el Mocho Hernández en 1897 (Banko, 2007). Matos sabía cómo moverse en los laberintos del poder, garantizando su posición política y sus negocios. Este talento lo podrá a prueba una vez más, cuando la Revolución Liberal Restauradora de Castro amenace seriamente la estabilidad del gobierno de Andrade y se haga inminente su entrada triunfal a Caracas.

El banquero Manuel Antonio Matos. (Foto: Archivo)

El tiempo político y el agotamiento del caudillismo son circunstancias favorables al movimiento armado del andino, quien, además de exponer con maestría su astucia militar en el campo de batalla, hace valer sus dotes de agitador para aglutinar apoyo social en torno a la campaña. Luego de la victoria de Castro en la Batalla de Tocuyito, el gobierno de Andrade se sabe casi derrotado. Las tropas llegan a Valencia y las fuerzas del gobierno aspiran poder frenarlas en La Victoria en un último intento defensivo, agrupando todas las fuerzas restantes, que no eran pocas. Matos lee con claridad la situación, sabe que el gobierno está perdido, y se ofrece como mediador para alcanzar una solución, idea que Andrade aprueba. Matos viaja a Valencia para entrevistarse con Castro e iniciar las negociaciones a nombre del Gobierno. Tramitando una alianza con los caudillos que estaban dispuestos a traicionar al presidente, el banquero organiza la entrada pacífica del andino y su conquista del poder político. La historiadora Catalina Banko asegura que Matos

…analizaba el proceso con pragmatismo. Debía promover un arreglo entre el presidente y el General tachirense a fin de evitar que continuara la guerra. Como Andrade estaba irremisiblemente perdido desde el punto de vista político, y se temía un eventual triunfo del mochismo, era menester inclinarse por la alternativa que garantizara mayor estabilidad en el futuro. Cipriano Castro constituía, no solo para el banquero sino para muchos otros políticos e intelectuales, la salida más apropiada para superar la crisis que afectaba a la nación (2007, pp. 58-59).

La negociación en Valencia, más allá de lo anecdótico de una nueva pirueta política en la Venezuela de la época, representa el punto de choque entre la burguesía mercantil y agraria que expresaba políticamente Castro y “la burguesía venal que en veinte y tantos años ha explotado su alianza con macheteros entronizados en el poder” (Rangel, 1974, p. 106) que representaba Matos. Este enfrentamiento no quedará únicamente en el suceso de una negociación con las cartas marcadas, sino que continuará más adelante en forma de una guerra interna sincronizada (e impulsada) por los intereses geopolíticos y filibusteros de Estados Unidos y las potencias industriales europeas. Matos se transformaría en procónsul del capitalismo atlántico, alineando su proyecto de clase con las metrópolis imperiales.

En rasgos generales, la idea del banquero en Valencia consistía en prolongar su esquema de negocios, rodeando a Castro con los mismos estertores del caudillismo que tantos negocios le habían asegurado desde que volvió de estudiar en el extranjero. Como indica Domingo Alberto Rangel:

La táctica de Matos es típica del grupo social a que pertenece. Ligado al Poder, ese grupo prosperará siempre a la sombra de los contratos (…) Proveedores del gobierno y socios del jefe, sus hombres embolsarán fáciles ganancias. Para ese sector de la burguesía, la acumulación pasa por Miraflores. No es la burguesía mercantil laboriosa de otros países que atesora penosamente sus utilidades y necesita controlar por sí misma el Poder para convertirlo en máquina de progreso social propicio para el florecimiento de sus negocios. Es una burguesía parásita que poco le importa cómo se gobierne siempre que haya participación en el peculado de los jefes (1974, p. 107).

Se trataba de toda una arquitectura de poder –de clase– fundamentada en la construcción de un modelo de Estado que Darcy Ribeiro teorizó de la siguiente manera, y frente a la cual Cipriano Castro representaba un espíritu de renovación:

…el proyecto de Estado que se impone efectivamente, en Venezuela, [después de la Independencia] tenía como institución política única, el ejército y hacía del erario público una especie de hacienda gigantesca más lucrativa que los cultivos, la ganadería o el comercio, y cuyo dominio pasó a ser la aspiración natural de los caudillos más poderosos (Ribeiro, 1992, pp. 282-283).

CONFLICTO Y ASFALTO

Cuando Castro se instala en Caracas, no solo debe enfrentar el difícil cuadro económico y fiscal de la época, signado por la caída de los precios del café y el vacío presupuestario legado por el caos postguzmancista y los empréstitos acumulados, también tiene en el horizonte un conflicto legal que vinculaba a la New York and Bermudez Company, iniciado entre 1897 y 1898, cuando un grupo de venezolanos oriundos del Estado Bermúdez impugnó la concesión Hamilton con el propósito de explotar la mina de asfalto “Felicidad” de la que eran propietarios y que estaba ubicada en el área de actividad de la compañía norteamericana en el Lago de Guanoco. El argumento central de la impugnación era la errónea demarcación del terreno cedido a la compañía extranjera en 1883, lo que los autorizaba a extraer asfalto. Crespo, en ese momento todavía en control del gobierno, emite un decreto que anulaba la concesión Hamilton, decisión que el presidente justificó como resultado del descuido de algunas cláusulas contractuales por parte de la New York and Bermudez Company. La decisión es revertida al llegar Ignacio Andrade al gobierno, pero el conflicto no alcanza una resolución definitiva.

Como parte de la tendencia monopolista que asumía con firmeza el capitalismo estadounidense, es de resaltar que, en 1899, Amzi Barber (conocido como el “Rey del Asfalto” y propietario de la poderosa Barber Asphalt) y el general Francis V. Greene (presidente de la New York and Bermudez Company) forjaron un trust denominado The Asphalt Company of America, destinado a controlar todas las ventas de asfalto a nivel mundial (McBeth, 2001). Venezuela y Trinidad eran los principales reservorios de una materia prima clave para impulsar el crecimiento urbanístico del vasto territorio estadounidense, situación que transformó al país suramericano en una fuente de suministro estratégica que debía ser controlada, dado el contexto de rivalidad entre las potencias industriales, cuyo enfrentamiento forzaba el reparto de las periferias de la economía mundial. Al no haber asfalto puertas adentro, había que disputar su control en los países periféricos. De la siguiente manera lo resume Eric Hobsbawm (2010), tomando como marco temporal la última etapa del siglo XIX:

El mundo entraba en el período imperialista, en el sentido más amplio del término (que incluye los cambios acontecidos en la estructura de la organización, por ejemplo, el «capital monopolista»), pero también en su sentido más restringido: es decir, la nueva integración de los países «subdesarrollados» como dependencias de una economía mundial dominada por los países «desarrollados». Esto se debió no solo a la rivalidad de los mercados y de los capitales de exportación (que llevó a las potencias a dividirse el mundo en reservas formales e informales para sus propios hombres de negocios), sino a la creciente importancia de las materias primas que no podían obtenerse en la mayoría de los países desarrollados por razones climáticas o geológicas. Las nuevas industrias tecnológicas requerían estas materias: petróleo, caucho y metales no férricos (Hobsbawm, 2010, pp. 313-314).

A su vez, el naciente monopolio reforzaba el poder de negociación de la compañía y delineada con mayor nitidez las líneas de expansión geopolítica de Estados Unidos, configuradas desde los consorcios privados. A su vez, la concentración de las empresas asfalteras condujo a una guerra legal entre capitalistas del ramo en suelo venezolano. Dos contratistas de asfalto de EE.UU., Charles M. Wamer y Patrick R. Quinlan, habían quedado por fuera del trust. Tentados por el boom comercial, enviaron a un agente a conversar con los propietarios de la mina “Felicidad”, y en 1900 obtuvieron el título de propiedad por 40 mil dólares, aprovechando las ventajas lógicas que otorgaba el error de demarcación de la concesión Hamilton (Carreras, 1992).

Trabajos de pavimentación en Estados Unidos. (Foto: National Asphalt Pavement Association)

La aventura de los contratistas y las intrigas cruzadas que intentarán condicionar las decisiones del sistema judicial venezolano sobre la propiedad de la mina, a su vez describe el código de conducta de los empresarios estadounidenses, su forma de hacer negocios y la mitología del capitalismo norteamericano en general:

Todos estos hombres eran especuladores y estaban dispuestos a ir a por la fortuna allá donde estuviera. Ninguno contaba con escrúpulos perceptibles o podía permitirse el lujo de tenerlos en una economía y en una edad en que el fraude, el soborno, la calumnia y si era preciso las armas constituían aspectos normales de competición. Todos eran hombres duros, y la mayoría de ellos hubieran considerado que la cuestión de su honradez era mucho menos relevante para sus negocios que la cuestión de su astucia. No era, pues, irrazonable el «darwinismo social» o dogma de que aquellos que llegan a la cumbre son los mejores, hasta el punto de que alcanzar la mayor aptitud para sobrevivir en la jungla humana se convirtió en algo así como una teología nacional en los Estados Unidos de finales del siglo XIX (Hobsbawm, 2010, p. 155).

Castro ya despacha desde Caracas, ambas empresas asfalteras utilizan diversos mecanismos para ganar influencia con el nuevo gobierno y condicionar su orientación frente a la disputa legal, como, por ejemplo, el envío de mensajes al presidente a través del canciller y la activación de redes de apoyo tanto en el Congreso estadounidense como en la rama ejecutiva. El general Greene, presidente de la New York and Bermudez Company, partía con ventaja al “…ser Consejero especial del presidente McKinley y compañero de partido en la ciudad y el Estado de Nueva York del recién electo Vicepresidente Teodoro Roosevelt” (Carreras, 1992, p. 328). A través del senador por Pensilvania, Boies Penrase, la empresa ganó terreno planteando el caso como una acción desfavorable e injusta contra la compañía. El grupo Warner-Quinlan trataría de equilibrar estas presiones a través del secretario de Estado, John Hay, quien instruyó al encargado de negocios (William Russell) comportarse de manera neutral. El ministro estadounidense en Venezuela, Francis Loomis, a finales de 1900 redobló las presiones a favor de la New York and Bermudez Company. Se ve con Castro personalmente, en un intento de mostrar fuerza y condicionar al presidente, quien responde que el caso dependía de su persona (Carreras, 1992). Loomis le exige evitar dilaciones, el presidente le responde que debía esperar.

Embajada estadounidense en Venezuela, a finales del siglo XIX. (Foto: Theodor Horydczak)

Castro, desde su tiempo en el exilio, ya había adquirido, como explica Domingo Alberto Rangel “…una animadversión profunda e irrevocable hacia los Estados Unidos. Será un antiimperialista a su manera” (Rangel, 1974, p. 66). El despojo del Esequibo y la intervención estadounidense contra Cuba en 1898, a juicio del historiador, provocan en el andino

… la antipatia más beligerante contra los Estados Unidos. Su antiimperialismo es el que años más tarde popularizará don Manuel Ugarte. Antiimperialismo pequeñoburgués, del latino contra el sajón, de Roma contra Cártago, pero suficientemente firme como para despertar la conciencia del continente frente al peligro yanqui (1974, p. 66).

Luego de la conversación con Loomis, el Ministerio de Fomento adjudica la mina “Felicidad” al grupo Warner-Quinlan. Ante ello el general Avery D. Andrews, jefe del trust del asfalto, solicita la ayuda del presidente McKinley con el propósito de encaminar una acción de fuerza que revirtiera la decisión del Gobierno venezolano. La disputa por la mina se transformaría en un asunto geopolítico. Como explica Carreras (1992), el reclamo de la compañía generó “una indebida tensión en las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela. Ningún otro reclamo diplomático ocupó tanto tiempo del Departamento de Estado y del Ministerio norteamericano en Caracas” (p. 366). Loomis, fúrico por no haber logrado que Castro aceptara sus condiciones, va más allá y pide una acción naval del Gobierno estadounidense para intimidar a las autoridades venezolanas

… La presencia de una fuerza naval en estas aguas siempre tiene una rápida y saludable influencia y el solo arribo de unos cuantos navíos sin nada que implique una formal amenaza, sería en mi opinión, si se hace en conjunción con la presentación de una vigorosa exposición, realmente suficiente y adecuada para inducir a una más razonable y justa actitud por parte del Gobierno venezolano concerniente al asunto en cuestión (Loomis en Carreras, 1992, p. 332).

Pese a que el Gobierno venezolano le advertía a la compañía de su posibilidad de apelar la decisión en los tribunales, el delirio intervencionista de Loomis fue en ascenso, tanto como para exigir

… firmemente que a la compañía se le restablecieran sus derechos y privilegios… y esta demanda debería acompañarse con una categórica declaración de que si no se cumpla con ello, se enviaría una cañonera al lugar de los hechos para que apoye a la compañía en sus posesiones o, si no, que se tomarían las aduanas de La Guaira y Puerto Cabello hasta que las reclamaciones del Gobierno de los Estados Unidos fueran satisfechas (Loomis en Carreras, 1992, p. 334).

Este Loomis era el mismo que en 1899 insultaba a Castro al calificarlo como “un hombre muy chiquito y moreno que parece tener una mezcla considerable de sangre india […] poco conocimiento sobre los hombres públicos y los pormenores de los tratos gubernamentales” (Loomis en Ewell, 199, p. 120).

Las presiones ejercidas sobre Venezuela eran una manifestación del “mundo que empezaba a vivir bajo la sombra siniestra de los grandes banqueros e industriales de los continentes avanzados” (Rangel, 1974, p. 136). Finalmente, estas amenazas no se cumplirían del todo. Al poco tiempo el caso pasaría a los tribunales, vinculando a diversas instancias del sistema judicial del país y elevando las tensiones contra el gobierno de Castro durante varios años, concluyendo con la ruptura de relaciones diplomáticas en 1908. En 1901, la New York and Bermudez Company envío un agente secreto a Venezuela para espiar el entorno del presidente y, en varias oportunidades, amenazó con evitar la instalación del grupo Warner-Quinlan con su brigada armada en el Lago de Guanoco. Pero esto no era suficiente. Había que tomar decisiones de mayor calado.

LA INTERVENCIÓN

El contexto económico al que se enfrenta Castro en su primer año de gobierno es acuciante. Las aventuras bélicas del caudillismo, los empréstitos contraídos en el extranjero bajo condiciones draconianas y la tendencia a la baja de los precios del café, han convertido la hacienda pública en un aparato insolvente. El presidente busca financiamiento en la banca privada, de la cual Matos es su interlocutor más efectivo, pero no recibe la atención y los montos esperados para equilibrar la situación fiscal, lo que precipita algunas acciones de arresto e intimidación contra los prestamistas. La relación entre Castro y Matos se debilita; a juicio del banquero el andino le debía el favor de su llegada al poder. Matos se dirige a Caracas en enero de 1900 para entrevistarse con Castro. Es detenido y llevado a la prisión de La Rotunda a su llegada. Días después, tanto Matos como otros banqueros, son expuestos a la humillación pública, siendo encadenados y obligados a marchar por las calles de Caracas. Relata Catalina Banko que “todos son conducidos a pie por las calles de ‘a uno en fondo entre dos líneas de soldados’ desde La Rotunda hasta la Estación del Ferrocarril Inglés para trasladarnos al Castillo de San Carlos” (2007, p. 64).

Con esta acción, Castro expuso su posición de dominio sobre los banqueros, logrando arrebatarles el título de intocables. Las exigencias del país justificarían la maniobra del presidente, y todavía más la reacción posterior de Matos y los remanentes del sistema caudillista. El banquero, una vez liberado de prisión, abandona el país. Castro avanza en medidas de centralización política en aras de construir las bases de un Estado nacional con un único mando en Caracas. Para ello, debe fracturar las mediaciones impuestas por el caudillismo, la dispersión de mandos y la disgregación institucional. Se rompe el pacto de no agresión entre Castro, Matos y los caudillos en Valencia en 1899, situación que es respondida con la marca registrada de la época: la conspiración armada. Castro se encamina a formar un Ejército Nacional burocrático y moderno, proyecto que implicaba la destrucción definitiva del caudillismo.

Matos vuelve a Venezuela a finales de 1900 con un proyecto conspirador ya madurado en su mente. Desde ese punto hasta mediados del año siguiente, en Caracas mantiene una apariencia de normalidad mientras tras bastidores comienza a preparar un movimiento armado contra Castro, impulsando alianzas con banqueros, comerciantes y caudillos que ven debilitadas sus fuentes de poder frente a la autoridad absoluta del andino. La New York and Bermudez Company también ve en el presidente un muro infranqueable y descarta la vía legal para doblegarlo. El director de la compañía, Harry W. Bean, entra en contacto con Matos en Caracas para dialogar sobre el financiamiento del plan golpista a “cambio de un trato preferencial a la empresa después del triunfo de la Revolución” (Banko, 2007, p. 70). Golpe y sangre de una nueva guerra civil entre venezolanos a cambio de la mina “Felicidad” era la letra pequeña del acuerdo.

En julio de 1901, Matos viaja a Nueva York para reunirse con el general Avery D. Andrews, segundo al mando de la compañía, en su oficina en la calle No. 11 de Broadway. El encuentro concluye con la firme decisión de la New York and Bermudez Company de apoyar de forma encubierta el movimiento armado que planteaba derrocar a Castro, y como muestra práctica de esa decisión, el banquero más rico de Venezuela contaría con la bicoca de 145 mil dólares otorgados por la empresa. La “burguesía” representada por Matos, abrazada al capital extranjero como un mecanismo de auxilio que le permitiese sostener sus privilegios a la sombra de un país bestializado por décadas de conflictos, comenzaría a escribir la crónica a cuerpo presente de su fracaso existencial como clase dirigente en esa oficina en Nueva York. La reunión en Broadway definiría el perfil de subordinación de la oligarquía venezolana frente al capital estadounidense, el cual reviviría, un siglo después, en la figura del exdiputado Juan Guaidó, auspiciado por componentes de esa misma clase que, avergonzada de sí misma y vacía de sustancia identitaria, ha vuelto a pegarse con la misma pared.

Con el dinero entregado, Matos adquiere un navío llamado Ban Righ, destinando otra parte, posiblemente, a la compra de armas y pertrechos para la guerra desde Europa (Banko, 2007). En medio de varias peripecias que tomaría demasiado espacio contar al detalle, el Ban Righ llega a Martinica y ahí se congregan los jefes caudillistas del movimiento armado (Nicolás Rolando, Domingo Monagas, Pedro Ezequiel Rojas, entre otros), revelando el apoyo de Francia a los preparativos del golpe contra Castro. La inestabilidad del gobierno en funciones es una realidad, pues los jefes militares más importantes del país se pliegan a Matos. Destaca el caso de Rolando, quien era presidente del estado Aragua, y el apoyo del mochismo a la insurrección.

Entre enero y febrero de 1902 comienza oficialmente la guerra, bajo el nombre de Revolución Libertadora, con diversos puntos de conflicto que se extienden hacia los llanos y al oriente del país. Juan Vicente Gómez, vicepresidente del gobierno, tendrá un papel destacado en los combates. El financiamiento de la New York and Bermudez Company hace la diferencia, Matos tiene un ejército bien dotado y abastecido, ha logrado crear una alianza con los factores militares de peso de la época, frente a un Castro que debe preservar su gobierno con fuerzas menguadas, mal equipadas y las arcas fiscales en mínimo para sostener la campaña.

La Revolución Libertadora será la última guerra civil venezolana y quizás uno de los eventos políticos más importantes de nuestra historia. Los eventos militares son extensos y con diversos momentos de intensidad, entre los que destacan el debilitamiento del ejército de Matos por las diferencias entre los caudillos a medida que evoluciona la guerra, la astucia política de Castro y Gómez para mantener en alto la moral de las tropas y su encomiable experiencia militar. Los capitalistas franceses, alemanes, y los estadounidenses de la Orinoco Steamship, ven la oportunidad de derrocar a Castro, y se disponen a colaborar. Era la oportunidad de cobrar un conjunto de empréstitos acumulados por años que el país no podía permitirse devolver dada su profunda crisis fiscal, a lo que debía sumarse, además, que Castro podía desafiar las reclamaciones extranjeras con decisión, como fue el caso del litigio por la mina “Felicidad” entre la New York and Bermudez Company el grupo Warner-Quinlan. Entonces, el aliado natural era el banquero, quien sí entendía sus necesidades y aspiraciones. Las potencias europeas intervienen en lo que podría denominarse la primera guerra proxy de coalición imperialista en suelo latinoamericano:

Los recursos de que disponen los insurgentes son cuantiosos, desde el financiamiento aportado por la New York and Bermudez Company hasta el apoyo del Ferrocarril Alemán que se niega a trasladar tropas del gobierno y protege en cambio a las fuerzas revolucionarias; también la Orinoco Steamship colabora con la Libertadora para el transporte fluvial, la compañía del Cable Francés se encarga de entorpecer las comunicaciones oficiales, y como si todo esto fuera poco, el movimiento armado goza de las simpatías de las autoridades de Trinidad y Martinica. Por otra parte, el poder de fuego de los revolucionarios es muy superior al Ejército castrista, gracias al modelo armamento adquirido en Europa (Banko, 2007, p. 78).

FINAL ABIERTO

Ciertamente, el apoyo externo y los recursos físicos con los que cuenta Matos le dan una enorme ventaja. Ha tomado buena parte del país y, aunque el Gobierno resiste con entereza, el avance militar es sólido y consistente. Matos ya ha desembarcado en Venezuela para ponerse al frente de la campaña. El banquero no pierde su refinada conducta ni en el fragor de la guerra. Matos “…conservó algunas costumbres de su vida cotidiana. A lomo de mula era transportada una bañadera, además de frascos de agua de colonia y un neceser. Casi nunca dejaba de usar sombrilla y guantes” (Banko, 2007, p. 81).

Soldados del ejército de Cipriano Castro. (Foto: Archivo)

Quizás la conducta del banquero era un preludio de lo que ocurriría al tiempo, ya que es Castro el que está dispuesto a dar la vida y sacrificarlo todo por la victoria. El eje de la guerra se traslada al centro del país en octubre de 1902, configurando un choque decisivo que signará nuestra historia política militar. La “Revolución Libertadora” logra nuclear 14 mil hombres en Villa de Cura, y el gobierno de Castro tan solo unos 6 mil en La Victoria. A diferencia del jefe de la Libertadora, a Castro concurren soldados de diverso origen que no han sido comprados ni obligados a pelear. Eso le dará una ventaja significativa y compensará su debilidad en términos materiales para el momento decisivo del conflicto. La Batalla de La Victoria será la más larga en la historia patria y con una significación política que trascenderá en el tiempo

La batalla de La Victoria será el combate más prolongado que se haya registrado en suelo venezolano. Cerca de un mes se repite aquel espectáculo de cargas enérgicas y de retroceso agónico. El ejército de los caudillos va quebrándose como chamiza ardida en el fuego de los medios días. Los jefes insurgentes no pueden violentar el anillo defensivo de la ciudad ni cortar sus comunicaciones con Caracas. Caracas centra toda su táctica en el sostenimiento del perímetro urbano en la conservación de sus vínculos con la capital. Mientras sus ejércitos resistan la acometida, sin deslizamiento de desánimo en sus filas, el éxito estará asegurado. La Victoria será a la postre un problema de moral combatiente. Porque no se trata de la clásica batalla venezolana, librada y decidida en pocos días, donde el ímpetu de una primera arremetida, hasta agotar todos los recursos, otorga el triunfo. La táctica fue en Venezuela un asunto de jugadores. El que ponía más en la mesa, jugándose el todo por el todo, inclinaba la balanza. Era cuestión de saber arriesgarse, en un vuelco viejo, para despejar el camino. Así se libraron casi todas las batallas en la historia venezolana. Un ardid inteligente, una carga cerrada, un esfuerzo supremo cosían al enemigo y le amortajaban en la fuga. La Victoria modificará ese cuadro. En cierto modo se parece a Santa Inés –batalla de posiciones– pero la sobrepuja por el número de hombres y, especialmente, por la prolongación de la lucha. Un combate de un mes, sin desánimos ni crescendes, jamás se había registrado en los anales del país. Así fue La Victoria de cuyas calles salió consolidado el régimen andino. Allí se ratificó la hegemonía (Rangel, 1974, p. 129).

La encarnizada batalla demostraría la superioridad táctica y política de Castro, y las fallas de origen de las que partía la Revolución Libertadora. El ejército del andino resiste con entereza el asedio y provoca la retirada de Matos, quien ordena el retorno y la dispersión de las tropas para viabilizar una reagrupación efectiva en el mediano plazo. Pero el proyecto conspirador apoyado por las potencias capitalistas ya estaba herido de muerte: Castro no solo había derrotado militar y políticamente Matos, logrando con ello la supervivencia de su gobierno, sino que la idea de un Estado nacional centralizado y la creación de un Ejército que fracturara el orden social y político del caudillismo había alcanzado una victoria definitiva. Ciertamente, el proceso será alterado en el camino por una lógica de intereses que sobrevivió al delirio de Matos y logró adecuarse a la nueva dinámica en la que se situaba el país.

En La Victoria mordería el polvo la intervención imperialista que abrió las puertas del siglo XX venezolano, un momento de fractura histórica que creó las bases ideológicas y sentimentales de nuestro nacionalismo y conciencia patria contra la dominación extranjera. Somos tributarios de ese pasado, de sus glorias y también de los desaciertos que distorsionaron el curso de todo el proceso años después. Castro puso todos los recursos con los que contaba el Gobierno para defenderse de la agresión. Las potencias imperialistas que habían contribuido a la insurrección, aprovecharían la debilidad económica y los remanentes dispersos del ejército de Matos, con la esperanza de una contraofensiva, para insistir en el pago de empréstitos y reclamaciones de forma amenazante. La presión desembocaría en el bloqueo naval del Imperio Británico, Alemania e Italia finales de 1902 y principios de 1903, la agresión armada hacia nuestros puertos, y el hundimiento de embarcaciones venezolanas, prendería como un polvorín al país, que en multitud buscaría armarse y organizarse para resistir como una nación unificada. Las calles se inundan y los extranjeros de los países invasores tiemblan y se refugian ante la desbandada que los mira y amenaza. Las embajadas son cercadas, los parques de armas vaciados y Castro, viéndose en el instante en que se escribe la historia, libera a quienes lo habían intentado derrocar, organiza la resistencia y no se raja ante la presión.

El andino se baña de gloria por segunda vez en menos de un año y el pueblo venezolano culminaría su parto como país político, con una idea precisa de su lugar en el mundo. Estados Unidos trataría de tutelar la injerencia europea como lo hizo en el arbitraje de París con Gran Bretaña, viabilizando el “Corolario Roosevelt” que finaliza el asentamiento imperial en el Caribe, manteniendo a Cuba y Puerto Rico bajo control militar (además de Filipinas, otrora colonia española), también el Canal de Panamá y de las aduanas de República Dominicana. El secreto de la New York and Bermudez Company terminó saliendo a la luz gracias a la confesión Orray E. Thurber, un trabajador de la compañía que sabía toda la trama con lujo de detalles. Esto provocó una acción judicial del Gobierno venezolano y la exigencia de una reparación por los daños causados, resultando en el embargo de bienes de la compañía y la fúrica respuesta de Estados Unidos, quien hizo valer las conexiones entre la compañía y el Partido Republicano gobernante. Matos guarda silencio mientras pierde el poco prestigio que le quedaba. Juan Vicente Gómez, compadre y compañero de armas de Castro, un destacado combatiente en La Victoria, laureado con triunfos militares épicos contra las fuerzas del banquero, traiciona a Castro en 1908. Al poco tiempo, Gómez le devuelve los bienes a la New York and Bermudez Company y recompone las relaciones con los Estados Unidos. La puerta de entrada para la expansión del imperio de las compañías petroleras dibujará el horizonte de la primera mitad del siglo XX. Pero la historia no terminará aquí.

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AUTOR
William Serafino
ASOCIADO