El sonido del arpa alumbra el horizonte del estado Barinas

La totuma y el guarapo: contrapunteo con Dámaso Figueredo

A pesar de la abundancia / superamos a los perros / el más fuerte come a’lante / se jarta y se queda quieto / pero no se le ha ocurrido / hacer a otro perro preso / y ponerlo a trabajar / para sacarle provecho

Un breve viaje por la agricultura

Cultura es todo lo no natural que hace la gente. No nacemos con cultura, sino con instintos. Antes que el verbo primero es la sensación, el cuerpo manifestándose. El primer lenguaje es el del cuerpo.

El llanto desde el nacimiento es el primer medio expresivo de la niña o del niño. Mediante el llanto sabremos si tiene hambre o está enfermo. La risa también es otro medio de comunicación natural. Tanto la risa como el llanto son instintos con los que nacemos y con los cuales nos comunicamos.

Nuestra expresión corporal variará según las condiciones del cuerpo. De la comunicación con el cuerpo pasamos al lenguaje articulado por palabras; este idioma es cultural. A lo largo de la vida también seguiremos comunicándonos con el cuerpo. Si tenemos hambre, frío, calor, deseo sexual, tristeza o alegría el cuerpo se manifestará de una manera en particular. En lo sucesivo, el propio cuerpo tendrá influencia cultural para manifestarse.

Ya lo dijo el poeta Ángel Eduardo Acevedo: “Cultura es todo lo que no es verde”.

Tiempo atrás, el campesino decía que una persona tenía agricultura para referirse a alguien con conocimientos, con educación. Es bueno recordar que la educación nada tiene que ver con “buenos modales” ni con la cortesía, aunque estén relacionados, y aunque los diccionarios apegados a la norma todavía contemplen esa acepción. Educación es el proceso mediante el que se enseña y se aprende algo. De allí que cuando el campesino decía que una persona educada tenía agricultura estaba en lo correcto, pues cultura proviene de agricultura.

La agricultura es la primera gran revolución de la humanidad, tanto que se ha asumido ese evento para establecer que a partir de allí la gente pasa de lo natural a lo cultural. Descubrimos que las semillas nacen y que los animales se pueden criar y domesticar. Descubrimos el fuego y con este a elaborar el pan a partir de la yuca, el maíz o el trigo, así como a extraer la manteca del animal y el dulce de la caña. Irrefutable esta razón campesina en el uso exacto del término. Cuando un terreno está cultivado, se le ha aplicado cultura, es culto. El monte es natural, pero cuando se interviene para sembrarlo pertenece ya a un fenómeno cultural. Dicho de otra manera, el monte es natural, pero el conuco, una granja o un maizal, son hechos y objetos culturales. Entiéndase entonces, todas las personas son cultas y, por ende, educadas. Nadie, después que nace, permanece exclusivamente con sus instintos sin aprender nada.

La tierra no es sólo base de sustentación, sino fuente de cultura. (Foto: El Espectador)

Respirar es natural, pero hacer ejercicios de respiración es cultural. Un árbol es natural, pero una silla es cultural, pues no existe un árbol de sillas. La vaca y la leche son naturales, pero el queso es cultural. El hambre es natural, pero cocinar los alimentos es cultural. El sexo es natural, pero el amor es cultural, sobre todo si tomamos en cuenta que para el enamoramiento influyen aspectos sociales dominantes y determinantes más allá de la atracción. El trabajo es natural, pero la esclavitud es cultural. Todos los animales trabajan para procurarse el alimento de alguna manera, pero no esclavizan a otro animal para que trabaje por ellos.

Del hambre a la locura

La cultura atrofia los instintos y la alienación atrofia la cultura. 

La cultura es funcional, es decir, sirve para satisfacer una necesidad. El chinchorro es un bien cultural y se inventa para no dormir en el suelo y así no solo estar más cómodo, sino también para protegerse de animales rastreros. Cuando fabricamos un chinchorro y al mismo se le agregan elementos no utilitarios como adorno, este es un ejemplo sencillo de lo que es la alienación cultural.La alienación no es más que el proceso mediante el cual un elemento cultural pasa de lo funcional a lo ficticio, a lo irreal.

Un pañuelo sirve para secarse el sudor, pero cuando, por “elegancia”, se cose un pedazo sobresaliente de tela en el bolsillo de una chaqueta para sugerir la idea de que allí está un pañuelo eso es alienación, puesto que el pañuelo deja de ser pañuelo para insinuar otra cosa. La “etiqueta” es un criterio alienante, puesto que la verdad verdadera de la ropa es proteger al cuerpo. Cuando la ropa se usa como forma de aceptación social, un elemento cultural, está siendo utilizado alienadamente.

Dámaso Figueredo. (Foto: Archivo)

El origende los toros coleadosse remonta a cuando se atrapaba el ganado en la sabana para su cría, consumo o para dominarlos cuando se apartaban del rebaño o madrina, mediante la técnica de agarrarlo por el rabo desde un caballo y tumbarlo. Es decir, el coleoen ese sentido tiene una función específica, pero cuando se transforma en ritual de divertimento e industria cultural abandona su función original y adquiere una alienante, consistente en el maltrato de un animal exclusivamente como diversión. Por hambre cazo al animal, por miedo al hambre lo crío y lo acumulo, y por ignorancia me divierto maltratándolo: eso es la alienación. El hambre, el miedo y la ignorancia traen como consecuencia la alienación cultural. En principio la necesidad y el instinto para su satisfacción, luego la conciencia de su existencia a la par del temor que, mediante la ignorancia, desemboca en comportamientos enajenantes. La alienación entonces es un estado de locura compartida. Una degeneración, una enfermedad en la cultura.

Cuando un elemento cultural va más allá de su función real y se le confiere una función alienante, ello conduce también a comportamientos alienantes. Estos, cuando se asumen ideológicamente, se hacen norma masiva donde el loco es quien se opone o avanza en sentido contrario.

¡¿Y por qué no te paras tú que no te viene persiguiendo nadie?!

Quién diría que el deporte es cosa de locos sin el riesgo a ser catalogado como loco. Y qué otra cosa es un grupo de personas corriendo detrás de una pelota, peleándose por ella para meterla en un arco y, aún más, un público eufórico que pagó por verlos hacer eso. Qué es el deporte. Al respecto, un gran amigo, Roberto Cortés, decía que el gimnasio de la gente debía ser el conuco, el solar o el patio de la casa. Necesita el cuerpo ejercicio físico. El trabajo ha sido deporte productivo. El trabajo “intelectual” o de mínimo esfuerzo físico de quien no trabaja con el cuerpo, sino con la mente, ha tenido esa complicación para la salud, entonces se recurre a sudar el cuerpo por el cuerpo mismo sin producción alguna.

Montarse en una bicicleta sin ruedas a pedalear: trabajo perdido. No es original ni novedosa la idea de crear gimnasios donde las máquinas para hacer ejercicios sean conectadas a turbinas para generar electricidad, y así no se dilapide tanto esfuerzo. La energía corporal o somática se convertiría en energía eléctrica, y no se despilfarraría en la única y exclusiva misión de embellecer o moldear cuerpos humanos.

Apropiada para fundamentar aún más esto resulta esta anécdota:

Cuando Orlando Chacín, maestro ya jubilado, empezó a trabajar como maestro de escuela en un caserío del estado Guárico. Él no vivía allí. Cercano el año escolar se mudó para allá y llegó a la escuela. En ese tiempo los docentes en los caseríos vivían en las escuelas. Allí cuenta que limpió todo aquello y en las tardes se ponía unos chores y salía a trotar. No había visitado a nadie aún. El primer día de clases no asistió ningún niño. El segundo día y nada. Entonces, al fin, fue casa por casa y convocó a una reunión de padres y representantes. Allí sí asistieron los mayores. Él se presentó como el nuevo maestro y preguntó por qué los niños no asistían a clases. Silencio, nadie decía nada, hasta que una señora habló:

—Mire, maestro, yo le voy a decir la verdad, aquí nadie mandó los muchachos a la escuela porque to el mundo piensa que usted ta loco.

—¡Loco! ¿Y eso por qué? preguntó Orlando.

—Bueno, maestro, porque usted todas las tardes sale porai en unas carreras y no está persiguiendo a nadie ni nadie lo está persiguiendo a usted, le respondieron.

El deporte proviene del juego (como proceso educativo originario para el trabajo) y de la guerra (como la perversión económica más antigua). El entretenimiento como respuesta artística para sobrellevar el trabajo. Para recuperar fuerzas y el ánimo mediante el principio del placer. La depravación, su alienación, cuando el goce se logra a través de la competencia como escenario donde debes vencer.

Esa perturbación es irradiada hacia todo el arte en general, y la música no escapará de su efecto.

“Pero dan ganas de que sea verdad

Mijito, siete metricas / te voy a dar de regalo / negritas y redonditas / del fruto del paraparo / Un trompo bien serenito / te enseñaré a fabricarlo / del tronco de la guayaba / o las ramas del taparo. / Tendrás una perinola / hecha con tus propias manos / un gurrufío silbador / y también un papagayo / Pa’ que corras con el viento / un caballito de palo / debajo del aguacero / chapaleando con el barro. / También te voy a contar / los cuentos que me contaron / pa’ que conozcas la historia / de nuestros antepasados / de tarde nos sentaremos / a conversar en el patio / pero el cuento más hermoso / usted tiene que inventarlo.

Jugué a la guerra porque encontré pelea. Jugué a papá y a mamá del mismo modo en que mis padres aprendieron a ser familia. Jugué a la escuela y a la economía que vi. Nada decidí. El juego estuvo signado por el bien y el mal del tiempo de dónde y cómo crecí.

Pero dan ganas de que sea verdad”, me respondió Tomasino una vez con la contundencia de sus siete años, cuando le dije que era mentira una aventura que había imaginado.

Dan ganas de que la vida sea como el juego en su propia esencia. La simple risa de las sensaciones. Que brincamos en el barro y corrimos bajo la lluvia. Que sentimos la caricia de la tierra entre las manos. El sudor placentero en el cuerpo. El sol generoso quemándonos blandito. Los brazos sombríos del árbol concediendo su fruta. El río, la laguna o el mar meciéndonos en la superficie y arropándonos del calor en su profundidad. La vibración de los labios como trompeta al jugar con la boca y la saliva. El jugueteo cuerpo a cuerpo simulando una lucha, pretexto para el abrazo, al igual que los gaticos y los perros.

Adentrarse maravillado a través de los túneles de las cuevas de las hormigas y los bachacos. La aventura que por cierto me contaba Tomasino esa vez. Ser luna y ser lucero al ser la noche haciendo figuras con las sombras a la luz de la lámpara. Extasiarse mirando el fuego.

Un poquito después, ser pájaro con el papagayo y cigarrón en el gurrufío. Ser madre peinando con las manos los cabellos del maíz jojoto o a la muñeca de trapo, para más tarde ser la zaranda y ser el trompo en la fiesta del cortejo inevitable.

Es inaudito que haya sucedido y aún duele ese desarraigo del cuerpo. El primer circo y pagar la entrada. ¿Acaso te cobraron las mariposas para verlas entre las cayenas, el tucusito sorprendente o el crepúsculo infinitamente distinto cada vez?

El cine y el televisor también se compraron y además se constituyeron en instrumentos para la manipulación. El juego se había convertido en mercancía, el niño en cliente de sus propios padres, y estos en vulgares compradores en la tienda destartalada de la costumbre.

La televisión es uno de los instrumentos más eficaces para el control de masas. (Foto: Mind Motivations)

Entonces, nos tocó vivir el desamparo en todas las edades. No decidió el niño su niñez, el adulto su efímera grandeza ni el anciano el peso del recuerdo. El niño jugó el mundo del adulto, el adulto el del anciano y el anciano retornó sin piel ni huesos que sostuvieran al niño, como pagando el precio de la equivocación.

“Soy feo de naturaleza / Pero con mi arte me ayudo

En la comunidad de Párate Bueno tejen chinchorros, pero cada persona tiene una forma, un ritmo, un toque particular de hacerlo. Cada tejedor de chinchorro de Párate Bueno tiene su arte para tejer chinchorros, pero todos los chinchorros de Párate Bueno se diferencian de los chinchorros del caserío Zúmbate al Agua.

Todas las personas hacen cultura, pero cada persona hace lo que hace a su estilo. El estilo es personal, pero también conjunto. De allí que el arte es particular y colectivo, es decir, identifica a cada persona y a cada grupo humano. Por eso los tejidos bolivianos son diferentes a los tejidos ecuatorianos.

El arte es la manifestación particular de la cultura. Toda expresión cultural tendrá su arte. Los recursos emocionales para sobrellevar la existencia. Desde cuando se empieza a seleccionar y combinar sabores, olores, sonidos, colores. Cuando se empieza a tener preferencias por unos en particular. Cuando la gente no se conforma solo con satisfacer las necesidades, sino también de hacer agradable la vida. Cuando se tiene conciencia del placer y la alegría. Cuando se le da una orientación al ocio. Ese será el principio de la belleza. El trabajo mismo tendrá su arte. La preservación de la memoria. La representación de sí mismo. La fortuna y la desgracia. La tragedia y la fiesta. La sabiduría y la ignorancia.  Todo eso tendrá su arte.

Los pueblos desde los tiempos más remotos cantan y bailan en cualquier parte del planeta. Comparten un mismo hecho cultural, pero sus cantos y sus bailes son diferentes entre sí. Esa diferencia hace el arte. El arte es la huella digital que identifica a cada cultura en lo colectivo y en lo personal como parte de este. Esa capacidad creativa es inherente a la especie como ser cultural.

Sin embargo, pareciera que en unos se desarrolla más que en otros, ¿debido a que? Mucho pudiéramos especular al respecto. Desde capacidades innatas hasta las condiciones de existencia que favorecen su desarrollo en un grupo y en este, unos que destacan por sus capacidades particulares y de allí aquello de “hijo ‘e tigre nace pintao”. Alguien pudiera interpretar entonces que existen condiciones de existencia ideales para el arte y que mientras más “civilizado” sea el medio, mejores condiciones existen para la creatividad. El tiempo de la sociedad industrial pareciera demostrar lo contrario. Mientras más “civilización” más consumidores de lo ya creado. Grandes masas humanas desconocen el origen y elaboración de productos y actividades elementales. Alimentos, medicinas, vestidos y bienes de mayor o menor utilidad: la única relación que se tiene con ellos es el consumo.

En el arte, al parecer, pocos crean y muchos repiten. Pero cada quien vive con los sentidos conectados al espacio donde habita. De allí que el entorno, incluyendo a los demás, de algún modo tiene que ver con la creatividad. Tal vez esa cualidad colectiva del arte es que alguien toma las evidencias y va organizando o perfeccionando en lo particular lo que estaba disperso en el colectivo. Así como también de un arte en particular, supongamos, un género musical, otros sigan elaborando para crear variaciones a partir de él. O hasta el extremo, continuar usando la creación colectiva como mina que se explota hasta exprimirla, remarcando el dibujo hasta romper la hoja. Pudiera tomar elementos de otras obras y conseguir buena fusión o, en el intento, resultar en una especie de Frankenstein, un mamotreto insustancial. Un arte tiene un valor de uso, para decirlo en términos marxistas, y más allá de eso, cuando sobrepasa su carácter funcional naufraga en la alienación y solo el valor de cambio será la tabla que lo sostenga.

El “Black Friday” como ritual de la sociedad de consumo. (Foto: AP)

¿Cuándo exige un arte por sí mismo su transformación apacible? No será fácil determinarlo entre la violencia e injusticias históricas de los pueblos.

Contaba Rafael Martínez Arteaga, “El Cazador Novato”, que en un hato de los llanos, en donde un acaudalado ganadero lo había contratado para cantar en una fiesta, conoció a Dámaso Figueredo. En la madrugada, desde el lugar y el chinchorro que le habían asignado para dormir escuchó un arpa y unos copleros contrapunteando en el caney donde iban a dormir los peones. Se levantó, fue hacia allá y amaneció con ellos parrandeando. Uno de los copleros era Dámaso. Allí conoció sus facultades como contrapunteador y compositor del pasaje y el corrío. El Cazador le propuso apoyarlo para que grabara y se ganara unos reales, a lo que Dámaso contestó: “¿Y por esa jodía pagan?”.

Quién podría imaginar en ese momento que luego Dámaso sería un cantor comercial, que generaría cuantiosos dividendos a la empresa disquera, cuando su canción volviera empaquetada para la venta a todos esos pueblos y caseríos de sus orígenes, y la gente comprara los espejos de la nostalgia para verse el rostro. Ya había captado el capitalismo para su provecho mercantil uno de los requisitos más elementales de la apreciación estética, consistente en la compra-venta de la representación de sí mismo. En lo sucesivo, formas más sofisticadas para la manipulación del ego desarrollarían la industria del arte.

“La desnudez de un delirio…

Casos insólitos se conocen en este negocio. Alí Primera detectó las variantes de esa y otras perversiones y plasmó alguna en la “Canción para Armando Reverón”: “La desnudez de un delirio te la pagaban con ron. Cuando vivo no valías; de bellas artes, ni hablar…”.

Pintura, escultura, teatro y canto armonizan continuamente para expresar la vida.

De la pintura sabemos que en las paredes de las cavernas o en las grandes piedras de los ríos nuestros antepasados dibujaban, pintaban o escribían su historia. Recuerden que el alfabeto son dibujos simbólicos.

La primera institución en usufructuar la plástica fue la iglesia. La iglesia, el más antiguo instrumento de sugestión mediática de la humanidad, la utilizó para sus fines. Los templos fueron el gran lienzo donde los pintores proyectaban la doctrina de la religión católica.

Ha sido este arte provechoso en la propaganda y la publicidad. Aun en estos tiempos los colores y las sombras son maniobrados desde el lápiz, el pincel, la tecla o el ratón del computador a favor de intereses políticos y económicos.

Anécdotas de pintores locos y arruinados (y pintoras también) hay muchas, sobre todo de quienes fueron renuentes para satisfacer peticiones. El que paga decide. Figúrense ustedes en los retratos, nadie iba a pagar para que le hicieran un cuadro y lo pintaran feo. Así que los retoques fotográficos no comenzaron con esos programas de computadora que transforman al más “cachicorneto” en un “muñeco e torta”, sino desde mucho antes.

Con la pintura, el fetichismo se consolidó de forma tan sorprendente que hasta puede ser papel moneda.

Los cuadros se convirtieron en objetos para respaldar el dinero, así como el oro. Es decir, se invierte en una obra, se expone o se guarda y la misma va adquiriendo un valor con los años, según el prestigio del pintor. Es muy común que, mientras más desgraciada sea la vida del pintor, más valor adquiere la obra. Inclusive, es frecuente que mercenarios del arteseleccionen a un pintor vivo o muerto, preferiblemente muerto, y con sus trabajos hagan exposiciones e inventen leyendas sobre él con el objeto de que sus obras adquieran valor en el mercado.

“Salvator Mundi” de Leonardo da Vinci es considerada la pintura más cara del mundo, valorada en más de 400 millones de dólares. (Foto: AFP)

El arte es un asunto de sentimiento con la tendencia a convertirse en un problema mental

Quien pretenda triunfar ante el mundo con un arte y lo logre, es sospechoso. “Yo solo estaba escribiendo, jamás me imaginé que mis libros se iban a vender como perros calientes”, dijo Gabriel García Márquez en una entrevista. Más allá de sus dotes y destrezas personales como escritor, la obra de García Márquez tuvo una condición o característica, la cual nunca negó, y por el contrario reconocía con gusto, consistente en poner al pueblo como soporte fundamental de su narrativa. Desde luego, allí estará plasmado un estilo que lo identificaría en Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975) y en toda su literatura.

En fin, quien asume un arte para triunfar inexorablemente sufre aturdido por las voces del mercado que lo atormentan. En muchos casos, no puede evitar imitar a los victoriosos. Estará tentado a recurrir a estrategias mediáticas. No tendrá confianza en su capacidad. Le urge el reconocimiento masivo.

Pero en ese lote están también los que son creativos sin quererlo, son malos imitadores y cuando piensan que están imitando en verdad lo que están es siendo ellos mismos sin opción. Y, por supuesto, los silvestres, quienes crean, asumen y desarrollan un arte con naturalidad, sin mayores pretensiones que las del disfrute y la satisfacción de hacerlo bien. Ocurre cuando en el creador no hay perversión del ego y se contenta con haber sido útil y no hay traumas si otro lo hace mejor que él porque, en definitiva, le satisface ese arte y lo celebra también en los demás. De allí la tendencia o el impulso a que algunos se inclinen a cultivar un arte más que otros. 

Cuando por las circunstancias que sean se labra un arte hasta el esqueleto, los disciplinados llegan lejos, pero no por eso son los mejores. La disciplina hace que unos superen a otros con mayores condiciones innatas. A pesar de las excepciones, para un talento innato la disciplina tardía será inútil. El talento se desarrollará si se atiende temprano. Al confluir talento y disciplina, los resultados serán extraordinarios. Pero la creatividad se agota, aun con el talento y la disciplina. Pareciera que estamos diseñados para crear limitadamente según esa interrelación, al menos en un arte en particular.

Hay un tiempo en que el artista es esencialmente más creativo, luego es la experiencia, las herramientas que ha acumulado para ello, las que sustentan la creatividad. Paulatinamente, por más experiencia y herramientas que se tengan, a la creatividad esencial nada la sustituye. Se comienza entonces a repetir, disfrazando las obras de autenticidad.

La actitud del que ha creado con agrado y por el disfrute permite que nada de eso lo afecte, que celebre el arte que viene de otras fuentes. Nada hay más espantoso y triste que competir en el arte, pretender ser el mejor. Allí la envidia hace estragos. La envidia es un parásito imperceptible por su víctima y su victimario. Adquiere muchas máscaras. Se disfraza de tal forma que no la percibe el envidioso ni el envidiado.

Existen muy buenos artistas que no pretenden producir arte. Poetas que lo son sin haber escrito poema alguno, y otros que ni porque hayan escrito bibliotecas enteras, lo han sido ni lo serán jamás.

Algunos creadores pueden llegar a ser considerados los “mejores” por la opinión pública, pero no siempre o no necesariamente lo son. En esa carrera hacia la “cima” existen los mediocres, lo cual no es grave, pues la disciplina y la constancia da sus frutos, pero están entre estos quienes al percatarse de que hay otros mejores que ellos conspiran, cierran puertas, meten zancadillas para quitarlos del camino. Mucho plagio y sinvergüenzura se consigue en esos “gremios”.

Por supuesto, se debe reconocer a quienes ven y reconocen cualidades en los demás y no se limitan solo a su propia obra, sino que fungen como promotores y hasta productores de otros talentos. Reconocidos en esta misión fueron Alí Primera, El Cazador Novato y José Romero Bello. Hubo cantores honestos, buenos y malos, a quienes la suerte, si es que eso existe en estos menesteres, o la constancia, los llevo a tener renombre y después se comercializaron a conciencia. Me refiero, más específicamente, a obreros y campesinos que vieron en el arte una oportunidad para mejorar sus condiciones de subsistencia. Desde luego, tenía que ser mejor para cultores como Ismael Rivera y Dámaso Figueredo ganarse la vida cantando y no como albañiles o templando cuerdas de alambre.

Ismael Rivera, considerado “el sonero mayor”. (Foto: AFP)

Lo cierto es que en el mundo del espectáculo la farándula tiene su autoridad, sus tribunales y jurados; los doctos y eruditos en la materia para emitir los certificados de “el mejor”. Trofeos y premios que patentan a alguien como “campeón” en tal o cual cosa. Y quién le va a discutir eso a la fama. El más famoso o el que venda más discos será el mejor.

Para mí, Ramón “Copete” Medina fue uno de los mejores guitarristas del mundo, pero ha sido conocido solo en el reducido espacio de una parte del planeta de una región venezolana, incluso, entre quienes lo conocieron, muchos considerarán que no está a la altura de Paco de Lucía, Carlos Santana o Jimi Hendrix. Mucha subjetividad hay en esto.

Entre cantores, hay quienes han versionado temas en la línea y en el estilo de otros cantores reconocidos y lo han hecho con tal originalidad que adquirieron personalidad propia en ello, tal es el caso de Oscar D᾿León al interpretar canciones de Benny Moré. Con la salvedad de que Oscar D᾿León terminó siendo un cantante famoso. En mi terruño, El Socorro, Omar Camacho ha sido en el falsete el mejor interprete que he conocido, al estilo de Miguel Aceves Mejías; y en Mérida, en Oswaldo Hidalgo, “El Diablo”, convergieron las voces y los estilos de Daniel Santos y Víctor Piñero de una manera única. En el pasaje sabanero, Francisco Montoya, Jesús Moreno y Pedro Rodríguez confluyeron en la voz de Armando González, no tan conocido como los dos primeros en los llanos de Venezuela y Colombia. No entran en esta categoría los burdos imitadores que ninguna gracia tienen, a no ser tan solo la de divertir un rato ante la ausencia de los originales, aunque el colmo es cuando pretenden regrabar las canciones de los originales y, peor aún, que haya un público que los prefiera.

Si te gusta o no te gusta quién tomó la decisión, de ese cultivo hablaremos en la próxima entrega.

AUTOR
Gino González
ASOCIADO