Varias intervenciones militares y el ascenso de las políticas neoliberales, han dado como resultado que Haití sea la nación más pobre del continente

Haití como laboratorio de las ONG

El asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, ha puesto las miradas, nuevamente, sobre la profunda crisis en el país caribeño, aunque, como es usual, las miradas son superficiales y las reacciones son espasmodicas o eventuales.

Para empezar, la crisis profunda del país debe considerarse estructural y parece ahora más lejos de encontrar una salida.

Aunque aún no hay una determinación clara de los hechos y las responsabilidades, el magnicidio del presidente se erige como un punto de máxima tensión, que se encadena a otros graves episodios de una crisis de gobernabilidad sostenida y acentuada desde hace mucho.

El bucle que es Haití está explicado desde las propias condiciones estructurales en su andamiaje político, económico y social. La nación más pobre y convulsa del continente habría podido superar en gran medida los atascos si la acción internacional sobre Haití hubiera guardado coherencia constructiva y consistencia. Pero por el contrario, por sus propias vulnerabilidades, el país a expensas de recibir la ayuda externa, que sin dudas necesita, lo que más ha recibido es injerencia y saqueo.

Esta nación, abandonada y maltratada como ninguna otra en el hemisferio occidental, ha sido punto de rapiña y los actores en este festín han sido tan diversos como las propias singularidades y problemas del país.

Quizá Haití sea la peor expresión en este lado del mundo de cómo la injerencia externa es capaz de socavar y desmantelar las aspiraciones de un país, perturbando todo la estructura interna.

Contexto: Referir el magnicidio de Jovenel Moïse es señalar también a los grupos de interés tanto haitianos como extranjeros que han fabricado una industria de rapiña. En este ítem, las ONG pasan a ser un factor clave.

Haití vio incrementadas sus circunstancias de crisis estructural luego del terremoto de 2010. En este caso sobresale el expresidente estadounidense Bill Clinton, quien utilizó su fundación para desarrollar un plan de emergencia y reconstrucción que recibió miles de millones de dólares y desvío ilegalmente parte de esa ayuda, embolsándose un porcentaje.

En 2018, la organización Oxfam de Reino Unido se vio envuelta en un escándalo después de que The Times reveló en un artículo que varios altos cargos de esta ONG organizaron orgías con dinero de la propia organización, durante la misión en Haití en 2010 tras el devastador terremoto.

De acuerdo con Andrés Gaudin en una publicación de 2020, la misma Oxfam levantó un informe tutulado “El lento camino hacia la reconstrucción”, en este la ONG aseguró que 7 de cada 10 dólares que entran al país provienen de la cooperación, aunque “olvidó” decir que 9 de cada 10 de esos dólares son manejados por las ONG, Oxfam incluida, o empresas extranjeras.

De acuerdo a Gaudin, 778 millones de dólares del apoyo a Haití se ha usado para el pago de las tropas de ocupación.

Una investigación de AP llegó a una comprobación sorprendente, apenas registrado el terremoto, Estados Unidos destinó una ayuda de 379 millones de dólares, pero resultó que de ese monto la mayoría no fue a Haití y mas bien fueron a dar a las cuentas bancarias de la británica organización sin fines de lucro Save the Children.

Por qué es importante: El prontuario de ONG y gobiernos que han ejercido acciones de saqueo e injerencia explica en gran medida la perpetuidad del ciclo de crisis de Haití. En las circunstancias actuales, nuevamente las mismas cuestionadas vocerías han apuntado al nuevo momento de crisis para apelar a retóricas usuales.

El evidente fracaso de la acción internacional en Haití expone en todas sus proporciones que las facetas “amigables” y “humanitarias” del injerencismo guardan coherencia con estrategias formidables de desmantelamiento de los países objetivo.

ASOCIADO