La influencia de Simón Rodríguez en las ideas sobre educación y cultura en Venezuela ha trascendido los siglos

Mínimo pródromo a una filosofía robinsoniana

¿Una filosofía robinsoniana?

Partimos de la creencia de que hay una filosofía robinsoniana. Esa categoría le ha sido discutida, o en todo caso le ha sido soslayada, al pensamiento de Robinson. Hay sin embargo un “espíritu robinsoniano” que sus lectores o admiradores intuyen globalmente y que toma expresión en las populares frases y sentencias de Simón Rodríguez que se citan y se mencionan con frecuencia.

Se han compilado idearios, como el importante cuerpo de textos que agrupó Alfonso Rumazo González. Pero más rara resulta una exposición del pensamiento robinsoniano en sus conceptos y las articulaciones de estos. Y más aún, de sus consecuencias filosóficas. Algunos lo han creído imposible. Otros lo han hallado simple y evidente. Otros más han tratado de procesarlo con recursos académicos, a los que Robinson, en expresión y en método, fue ajeno.

Aquí no pretendemos lograrlo, pero queremos aportar un boceto esquemático, un ejercicio de discurso sinóptico, que permita determinar y dar contenido a sus conceptos, o a algunos de ellos, que consideramos principales, y que puedan convertirse en inductores para emitir juicios robinsonianos no dichos por Simón Rodríguez, pero que pudieran haber sido dichos por él si tuviera con nosotros en común las circunstancias.

Incrustada en el centro de Caracas, la Casa de las Primeras Letras, espacio donde Simón Rodríguez impartió clases a finales del siglo XVIII. (Foto: Archivo / Minci)

La primera condición para admitir una filosofía robinsoniana y comenzar a hilvanarla es distinguir en su discurso las palabras simples de los conceptos. Entre la obra dispersa y fragmentaria de Simón Rodríguez se urde una trama de conceptos, que él resalta en sus cuadros sinópticos conformando estructuras cognitivas mediante simetrías y consonancias. Y quizás la logografía entera, que pretende pintar el pensamiento en su movilidad y vida emotiva, expresando los razonamientos y las impresiones, las ideas y sus espíritus, la afectividad del discurso como condición del sentido, es para Simón Rodríguez una especie de álgebra.

Pensar es el análisis que va desde la Circunstancia hasta la Consecuencia, considerando las Cosas y las Acciones como agentes del Movimiento. El pensamiento de Robinson es una filosofía de la acción y de lo real. El conocimiento para él es una forma de acción-transformación y de intervención, por coadaptación, en lo real.

“El principio de los principios es…

CONSULTAR LAS CIRCUNSTANCIAS

y la condición para acertar en todo es…

APROVECHAR DE LAS CIRCUNSTANCIAS”

“Nada interesa en el mundo sino por el movimiento,

y no hay movimiento que no esté sujeto a las circunstancias”.

La necesidad no consulta voluntades

La primera oposición que se plantea Simón Rodríguez en la reflexión sobre la acción es la de Necesidad y Voluntad. “La Necesidad no consulta voluntades”. “Educar es crear voluntades” que obedezcan a este principio. La adaptación a las exigencias de la Necesidad es lo que encamina al hombre a la sociedad.

La Civilización es el estado de Razón y Libertad. La Necesidad es la maestra de la Razón y la Voluntad. Las facultades del sujeto se desarrollan en el contacto con las exigencias de la Necesidad: la Razón reconociendo los principios en las Cosas; la Voluntad aceptando las obligaciones que la Razón le impone.

En un cierto sentido la filosofía de Simón Rodríguez es una filosofía de la penuria, habitante de un mundo donde la filosofía misma como sabiduría podría resumirse en el lema “humildad frente a las circunstancias”. Equivocarse, errar, es creer ser más, o ser distintos, de lo que somos. La noción misma de Voluntad en Robinson tiene un sentido dominante de autocontención, aceptación, autolimitación, lejos de ser una facultad expansiva y avasallante.

“[La Razón] es la expresión de la necesidad

y por expresión de la necesidad debe entenderse

Presentarse las cosas en un estado

y exigir

lo que la naturaleza manda que se haga con ellas

no lo que la voluntad del hombre pretende disponer”.

Tal como él la define, la filosofía es una pragmática. El modesto objetivo de la filosofía y de la sociabilidad que ella está encargada de impartir es “hacer la vida menos penosa”.

“La Filosofía está, dondequiera que se piense sin prevención; y consiste en conocer las cosas, para reglar nuestra conducta con ellas, según sus propiedades. Los preceptos sociales son pocos, y sus aplicaciones… muchas: pretender que se enseñe lo poco que se debe saber, para no errar en los muchos casos que ocurren cada día… es filosofía: esperar que, si todos saben sus obligaciones, y conocen el interés que tienen en cumplir con ellas, todos vivirán de acuerdo, porque obrarán por principios… no es sueño ni delirio, sino filosofía…”.

Un principio de realidad

Filosofía de la Acción: hay un “principio de realidad” en Simón Rodríguez que va más allá del principio del error (“o inventamos o erramos”) y que es condición necesaria para el cumplimiento del principio social de la satisfacción general.

Hay un principio cada vez que determinamos una cadena necesaria de causalidad, es decir, un orden. Todo Orden obedece a un principio. Él rige toda acción dentro del orden. El principio es la condición para la fundación de un método. El principio es la premisa del método (y el método es el orden de las acciones en el tiempo).

El pensamiento de Simón Rodríguez, bajo la apariencia de un naturalismo ingenuo, nos conduce a un empirismo absoluto que reconoce una efectividad espiritual, pero descarta toda metafísica y todo idealismo. Hay una insistencia en la copertenencia de lo ideal y lo fáctico que resulta inquietante en el pensamiento de Robinson.

Sócrates y Platón, dos de los filósofos griegosque más impactaron al mundo occidental. (Foto: Shutterstock / National Geographic)

Son conceptos de objetividad o factualidad pura: Necesidad, Circunstancias, Orden, Movimiento, Cosas, Acciones, Efectos, Consecuencias. Hay un en sí de lo fáctico. La Cosa es razón de sí misma. En un primer abordaje, la racionalidad es inmanente a las cosas. Lo real es racional (sin que sea una realización del concepto al estilo de Hegel).

“Los principios están en las cosas”; “las razones están en las cosas”; “las ideas vienen de las cosas”; “ver las cosas como son en sí”, nos cercioran de una “cosa en sí” robinsoniana.

No es que el pensamiento sea inmanente al estado de cosas; es el estado de cosas el que es inmanente al pensamiento; tal como la sensibilidad es inmanente al conocimiento. La razón es la inteligibilidad del orden necesario en virtud de una mecánica causal.

El sujeto no pone la razón en las cosas, son ellas las que le imponen la razón. Las cosas son inmanentes a las ideas, se expresan en ellas. La relación entre el sujeto y la racionalidad inmanente de la cosa es de expresión. Las ideas están en las cosas: yo las expreso, yo tengo el poder de sentirlas y entenderlas. La expresión requiere la sensibilidad y la inteligencia. Es la condición de la Comunicación y de la Conveniencia general, que constituyen el fin social.

Las ideas son la expresión de las cosas en el sujeto porque el sujeto forma parte del estado de cosas. “La Razón es la expresión del estado de cosas”. “La Razón es la autoridad de la Naturaleza”. La cosa en sí robinsoniana es la totalidad del estado de cosas que incluye al sujeto que siente, conoce y actúa. Y que puede errar constantemente en virtud de su ignorancia.

La oposición generadora en el pensamiento robinsoniano se establece como principio de realidad entre la Necesidad y la Voluntad. La Necesidad genera Razón y la Voluntad genera Sociedad.

El estado de cosas no es trascendente al sujeto porque él forma parte del estado de cosas. Este es inmanente al sujeto como la totalidad que lo contiene y expresa. O más bien, el sujeto y el estado de cosas comparten la misma inmanencia, la misma eficiencia, la misma razón, la misma necesidad. Errar es una necesidad si se piensa y se actúa inapropiadamente. Acertar es articularse con la necesidad.

Más que interpretar el estado de cosas, el sujeto lo expresa a través del pensamiento y el lenguaje. El pensamiento es expresión del estado de cosas a través de las ideas y lenguaje del hombre (rectificados por la educación).

El “Libro Azul” traducido al portugués, una obra en la que Hugo Chávez resalta la importancia de las ideas de Samuel Rodríguez para el nuevo proyecto nacional bolivariano. (Foto: Consulado venezolano en Recife, Brasil)

Esa expresión es una interacción con la cosa: la cosa exige, la cosa manda. La Razón modera la Voluntad. Entre Necesidad y Voluntad, la mediadora es la Razón.

La cosa pide, la cosa exige, la cosa manda. El sujeto consulta, obedece, aprovecha; pero también desea, degusta, satisface. Pensar es imbricarse en el estado de cosas como parte interactuante. Pensar es interactuar; la interacción es el lugar del pensamiento; en la interacción la Razón proviene de un diálogo con la Cosa. Interactuar es dialogar. La Razón es el espacio de ese diálogo.

“La Necesidad no consulta voluntades”. Es el sujeto el que consulta las circunstancias. Lo real absoluto es una pura interconexión de Movimientos, Cosas y Acciones que, según sus propiedades y relaciones, producen necesariamente Efectos y Consecuencias.

La Necesidad es el plano de la totalidad de la que forma parte la acción. La interacción produce la Razón. La Razón es la expresión de esa interacción. Lo real es pura relación. Lo absoluto que me interpela, me exige y me manda es una numerosa multiplicidad, una confluencia momentánea de circunstancias.

Entre las circunstancias y su orden necesario, tenemos una Voluntad: un sujeto que desea, que padece, que busca satisfacer necesidades. Tenemos una Razón: un sujeto que consulta, que obedece, que acierta o que yerra, que aprovecha. El sujeto reinventa el tiempo como el orden de su acción, y este orden como el de su conveniencia, propia o general, es decir la conveniencia de todos sin excepción.

En un sistema o modelo ontológico robinsoniano, sujeto y estado de cosas no se enfrentan y se oponen en una relación de trascendencia. Mientras haya Ignorancia y Monarquía, están en una incomunicación. Pero en el pensamiento-interacción dentro de la circunstancia, ganado con las luces republicanas, las cosas son inmanentes al sujeto, por eso expresan en conjunto la racionalidad del estado de cosas. La razón es un diálogo con la cosa. La comunicación es un diálogo entre las partes de un todo. La Necesidad produce su propia racionalidad en diálogo con el sujeto.

La inmanencia de las cosas en el sujeto, la copertenencia a un plano común necesario constituye como filosofía un empirismo absoluto, donde el movimiento ya sea de cosas, ya sea de acciones, produce necesariamente efectos y consecuencias regidos por un principio determinable; donde la experiencia como interacción y copertenencia construye y expresa su propia racionalidad, su necesidad, su orden y sus principios, y donde la experiencia y el movimiento están motivados por el Interés de Acertar de parte del sujeto, como coadaptación de la Voluntad a la Necesidad.

Si la razón es diálogo con las cosas, interpelación del estado de cosas a la voluntad, como copertenencia a una misma totalidad, territorio o ecosistema, a mayor razón la interacción social tiene carácter dialogante.

“Aprender a tratar con las cosas” y “Aprender a tratar con quien las tiene” son la primera y la segunda parte de la educación. Si la Razón es en el fondo un diálogo de la Voluntad con la Necesidad, también es Razón el diálogo de la Voluntad con otras voluntades.

“El trato con las cosas nos desengaña, en cuanto a ellas, pero no en cuanto a nuestros semejantes. Nos parece que concurren a nuestros goces por conveniencia cuando no es sino por COACCIÓN…”.

Hacer sentir para hacer pensar

El problema del Otro, del Semejante, que da apertura al campo de lo social, es abordado por Robinson bajo el concepto de Voluntad. El otro es esencialmente otra voluntad. El diálogo racional entre las voluntades que pide la filosofía requiere de la Comunicación, tomada en su fondo etimológico: el hacer común la cosa.

“Lo que no se hace SENTIR

no se ENTIENDE

y lo que no se entiende

no INTERESA”

Este es el principio robinsoniano de la Comunicación, la cual es la coincidencia, en aras de la Conveniencia de todos, de un Sentido Común como razón compartida y de un Común Sentir como consenso afectivo. Sentido Común y Común Sentir son los fines sociales de la idea y el sentimiento que se expresan en el sujeto.

Hugo Chávez en el apoteósico cierre de campaña del 4 de octubre de 2012 en la Plaza Bolívar de Caracas. (Foto: Agencias)

El sentido robinsoniano está formado por idea y sentimiento como componentes indisociables. “Hacer sentir para hacer pensar”. “Si no se siente no se entiende”. “Los sabios entienden las sentencias porque las sienten”.

El afecto es condición de la cognición: es el primer principio de una psicología robinsoniana. Expresar el sentido es conjugar el concepto con el afecto. Solo podemos comunicar lo que somos capaces de expresar. Gran parte de la pedagogía robinsoniana se desarrolla como una didáctica de la expresión en favor de la comunicación.

A través de Robinson y su pensamiento nómada, recorriendo esa planicie desértica americana donde buscaba lugar su utopía o universo virtual, la de un pueblo y un territorio que se autocolonizaran antes de que los colonizara el extranjero, reivindicamos la osadía de filosofar desde nuestras circunstancias y nuestras raíces, y teniendo una mano tendida a la No-filosofía, es decir, a un público general que pueda tener el placer de entendernos.

Quizás lo que Robinson quiso hacer fue una filosofía para no-filósofos. Una filosofía que funciona y se expande de otra forma, por medio de lemas y axiomas memorizables como refranes, hasta crear un código semántico propio, que dice quizás lo mismo que otras teorías sociales, pero lo comunica de manera original y originante.

AUTOR
Juan Antonio Calzadilla
ASOCIADO